En enero, Marius Nejloveanu fue condenado a 21 años de prisión, la sentencia más larga jamás impuesta en Gran Bretaña por trata de personas.

El juez dijo que el rumano de 23 años y su padre de 51 años, Bogdan, manejaban una célula de trata de personas como un negocio familiar.

Ellos atraían a mujeres de entre 15 y 23 años, de Rumania a burdeles de Madrid y Manchester, donde las forzaban a prostituirse.

Una de estas mujeres era la prima de Marius Nejloveanu. Otra de ellas era pariente de un socio de Nejloveanu quien se declaró culpable de trata de personas.

Bogdan Nejloveanu, 51 (izq.) y su hijo Marius fueron declarados culpables de tráfico humano por una corte británica.

La familia de Nejloveanu declaró que no tenían conocimiento de sus crímenes y protestaron a favor de la inocencia de Bogdan.

Fuera de su hogar en la ciudad nevosa de Buzescu, la madre de Bogdan, Florica Nejloveanu, insiste molesta: “Mi hijo está en prisión sin razón, porque mi hijito no es culpable de nada”.

Otro hijo de Bogdan y medio hermano de Marius, Nicolaie, se manifiesta defensivamente: “No sé qué hace mi hermano. Él no me dice que planea”.

Sin embargo, el detective que inició la investigación contra los Nejloveanu tiene una opinión diferente. “Son criminales”, dijo Stefan Florea mientras se apoya en el archivo del caso. “Marius es un mentiroso. Es como Casanova. Les dijo a estas chicas,  te amo, me quiero casar contigo y cuando se fueron a España, las forzó a prostituirse”, dijo Florea.

Sus palabras son serias pero su tono es casual. Quizá es porque Florea está muy familiarizado con este tipo de crímenes. Él afirma investigar entre 10 y 20 casos de trata de personas al año.

Mientras investigaba el origen de los delitos de Marius y Bogdan, me sorprendió la profundidad de la trata de personas y lo común que resulta que los delincuentes trafiquen a sus propios familiares.

Romulus Ungureanu es la cabeza en Rumania contra la trata de personas fungiendo como director de la Agencia Nacional contra la Trata de Personas.

“Más del 80% de las víctimas de trata de personas afirman que la persona que las reclutó era alguien que ya conocían con anterioridad o bien, que les presentó algún amigo o familiar”, afirmó Ungureanu.

Es difícil entender cómo alguien puede esclavizar a un amigo o familiar, pero para algunos especialistas que rehabilitan a las víctimas de este delito la razón es clara.

Iana Matei dirige una casa de seguridad para mujeres que han sido esclavizadas por sexo.

“Los traficantes simplemente no sienten que estén haciendo algo mal”, afirma Matei. “El dinero es su dios y algo por lo que vale la pena hacer arreglos; mientras ganen dinero, no importa la manera en que lo hagan”.

Mientras haya dinero de por medio, la trata de personas no muestra señales de estar disminuyendo. “Actualmente el comercio ilegal más grande del mundo son las drogas y en segundo lugar la trata de personas”, dice Andrew Wallis, jefe de la organización de beneficencia antitrata de personas, Unseen UK.

“Todos dicen que dentro de cinco años se convertirá en el comercio ilegal más grande del mundo y la razón es que con el tráfico cuentas con un negocio constante”, agregó. “Entonces puedes vender a una persona una, otra y otra vez, por lo que una mujer te puede generar de 170.000 a 270.000 dólares al año”.

Las Naciones Unidas han denominado a Rumania como un “punto crítico” de reclutamiento de víctimas para este delito. La Agencia contra la Trata de Personas de este país identificó a 1.154 víctimas en el 2010, una cifra superior respecto a 2009 y cuyo número global había manifestado una caída sostenida durante los cinco años anteriores.

Aunque las estadísticas muestran parte de la historia, Ungureanu advierte que no hay que perderse en ellas.

“Este tipo de crimen es un crimen viviente y es muy importante que todos entiendan que detrás de cada número hay un nombre, una historia de vida, una persona”, afirma.

Para Ungureanu, uno de esos nombres es Mirela Buju.

En el 2009, a sus 26 años, fue comprada y vendida por sexo, asesinada y abandonada en un sótano por uno de los más importantes traficantes de Rumania, Armand Ceanac. La madre y el hermano de Ceanac también fueron condenados por trata de personas.

Ceanac está cumpliendo una sentencia de 25 años, la más larga en Rumania por un delito relacionado con trata de personas.

“Pagué 50 dólares por ella y me la llevé a mi casa”, recuerda Ceanac en Giugiu, una prisión de máxima seguridad en las afueras de Bucarest, donde las autoridades le permitieron entrevistarse con CNN.

“En una ocasión me peleé con ella, le pegué, dormí con ella y a la mañana siguiente no se despertaba. Más tarde murió”.

“No sólo estoy arrepentido”, continuó Ceanac. “Daría mi vida para regresar en el tiempo y traerla de vuelta. Me quise pasar de listo y me equivoqué completamente. Fue el error más grande de mi vida”.

Para Iana Matei, otro de esos nombres detrás de las estadísticas es Marcela.

Esclavizada sexualmente a sus 15 años, Marcela murió de cáncer de útero a los 18 años. Iana Matei afirma que los doctores determinaron que Marcela desarrolló el cáncer después de que los traficantes la forzaran repetidamente a introducirse una esponja en su vagina después de tener relaciones sexuales.

“Lo peor de todo fue al final, cuando era claro que se iba a morir, en ocasiones ella decía ‘no llores, tal vez éste era mi destino’, y esto es lo que me enoja tanto porque no creo que haya un destino que diga que un niño debe nacer y ser utilizado hasta que se rompe y se muere”, agrega Matei.

La foto de Marcela está sobre el escritorio de Matei y la inspira para que ninguna otra chica sufra el mismo destino.

Matei no toma riesgos. Colocó cámaras de seguridad en las instalaciones para proteger a las chicas de los traficantes y de ellas mismas. El estrés postraumático ha provocado frecuentes intentos de suicidio, afirma Matei.

En el 2008, Matei trabajó en un caso donde las chicas que pertenecían a una célula de trata de personas en la ciudad de Pitesi, fueron rescatadas y, lentamente, pero de manera segura, están siendo rehabilitadas.

Una de las chicas, quien pidió permanecer en el anonimato, describió sus experiencias en cautiverio. “Vi a uno de ellos quitarle el ojo a un chica porque no estaba haciendo suficiente dinero”, afirmó. “En otra ocasión, vi cómo le cortaron la pierna a una chica. Todas estaban muy asustadas como para huir o hablar con la policía. Cuando no estaban contentos con nosotras, nos llevaban a una casa y nos torturaban”.

Tras meses de investigación de este artículo, descubrimos que el término trata de personas no expresa los horrores por los que pasan víctimas como Mirela Buju y Marcela. Tampoco describe la brutalidad que inflingen personas como Armand Ceanac o Mariud y Bogdan Nejloveanu.

Es la esclavitud moderna”, dijo Andrew Wallis. “Hace unos años celebramos el final del comercio de esclavos trasatlántico, sin embargo, la esclavitud existe en la actualidad”.

La ONU estima que alrededor de 800.000 personas al año son vendidas como esclavas, que “no tienen derechos, son usados, abusados y sólo existen para generarle dinero a sus dueños”.

Jonathan Wald es productor de CNN en Londres. Dan Rivers y Cosmin Stan también contribuyeron para este artículo.