Una voz advierte desde megafonía: “Por favor, bebed mucha agua y zumos para evitar la deshidratación, os los proporcionarán en ‘las comisiones de Alimentación 1 o 2”.

Los líquidos son la mejor forma que tienen los cientos de ciudadanos acampados en la Puerta del Sol de Madrid, para combatir los cerca de 25º C que azotan en el epicentro del día.

Son los denominados “indignados”, en honor al libro “Indignaos”, del nonagenario Stéphane Hessel, 30 páginas de denuncia social que han sido capaz de despertar a una población que parecía dormida y ajena a los cinco millones de desempleados del país –la cifra asciende hasta el 43% entre los jóvenes— y a la reciente amputación de recortes sociales.

“Era un volcán latente que antes o después tenía que estallar”, subraya uno de los concentrados.

Estos días, un paseo por el denominado “kilómetro cero” madrileño –el ombligo de la ciudad- es una oda a la ciudadanía. Desde que el 15 de mayo, varios miles de personas se manifestasen frente al reloj que anuncia a los españoles la llegada del nuevo año y la estatua de Carlos III que preside la plaza, una acampada provista de colchones, sacos de dormir y cartones, ha ido cobrando forma de ciudad improvisada, dentro de la propia urbe.

Bajo el perímetro que cubren varias lonas azules para protegerse de la lluvia, algunas comisiones como la enfermería, donde se proporcionan cremas solares y se atienden lipotimias o desmayos; la comisión de limpieza, que impide que los residuos acumulados puedan servir de excusa para un desalojo; la de comunicación, que atiende a la prensa; la legal, con asesoría jurídica; o la de alimentación, a la que los vecinos acercan fruta, chocolate, galletas, zumos y batidos, ponen de manifiesto que esta no es una concentración al uso.

Cuenta Guillermo D., un estudiante de periodismo de 19 años, que la primera mañana que durmió allí una señora mayor les sorprendió con 400 churros para desayunar. Casi una semana después, las anécdotas se multiplican. Como evidencia el caso de Javier, un asturiano que regenta una sidrería en el barrio de Carabanchel, que proporcionó 200 raciones de fabada y otros tantos kilos de arroz con leche. En el campamento, las instalaciones disponen hasta de guardería y un panel solar que proporciona energía sostenible.

“Tuiteando” por una #democraciareal

La espontaneidad ha sido uno de los ingredientes que ha marcado esta protesta. También su independencia.

“Uno de los secretos de la tremenda acogida es que aquí no hay ni partidos políticos, ni sindicatos ni grupos de ningún tipo detrás; somos simples ciudadanos que exigimos que se respeten nuestros derechos”, explica David Valenciano, de 24 años, voluntario de día en la ONG Médicos sin Fronteras y ahora también, voluntario de tarde y noche en esta causa que los usuarios de twitter han denominado #Democraciarealya, uno de los ‘hashtags’ (etiquetas) que usan los “tuiteros” para referirse al tema. El poder de las redes sociales también ha contribuido a la rápida difusión.

“Nada de esto estaba premeditado, las comisiones fueron naciendo sobre la marcha en función de las necesidades que nos surgían”, cuenta Manuel Calvado, mientras extiende protector solar en un brazo abrasado por los rayos.

Este enfermero de 50 años, empleado en un centro de salud mental, fue uno de los primeros cuatro especialistas en medicina que se encontraban en la concentración del domingo. Cuenta que le llegó a Facebook la convocatoría y se acercó porque ese día no trabajaba. Pasó allí la noche. Aquel día tan solo durmieron al raso 40 personas.

Pero la concentración fue aumentando. Ya van cuatro días que Calvado comparte horas entre su centro de trabajo y la pequeña enfermería instalada en la plaza.

“Aquella noche nos organizamos los cuatro por lo que pudiera pasar, hoy viernes ya contamos con una lista de 300 médicos y enfermeros voluntarios, que nos turnamos el trabajo y la cosa sigue aumentando”. Subraya que, pese a todo lo que se ha dicho de que “esta juventud solo interesada en el botellón”, todavía no han atendido ningún coma etílico.

Lo ratifica la megafonía que recuerda que es preferible que no consuman bebidas alcohólicas por el calor y decenas de carteles. “Beber es de borregos”, sentencia un panel.

No sólo jóvenes

“Otro mito es que es solo la juventud la que se está manifestando, cuando son muchos los españoles que están hartos”, cuenta Álvaro Pérez, de 23 años, estudiante de Políticas.

Mamás con bebés, estudiantes o jubilados, la escena es tan variopinta que es difícil encasillarlos en un grupo. Por ejemplo, Jaclyn Schunemann, una joven estadounidense de 23 años es una de las voluntarias de la Comisión de Alimentación. Dice que se siente identificada con la causa, por eso, cuando sale de la academia en la que imparte clases de inglés, se dirige a la carpa.

Son las cinco y cuarenta y cinco de la tarde y, como todos los días, está previsto que en 15 minutos empiece la asamblea. Es uno de los momentos principales de la jornada, porque en corros de gente, unos de pie, otros sentados, es cuando se toman las decisiones. En la plaza se han colocado buzones para recoger las propuestas. La principal es la reforma de la ley electoral, aunque estos días también se discute sobre el salario mínimo, la reforma fiscal, etc. ¿Se conseguirá algo? El estudiante de periodismo lo tiene claro: “Ya lo hemos hecho, porque hemos conseguido conciencia a la sociedad”.

Las próximas horas serán decisivas. La Junta Electoral Central de España ha prohibido la concentración para la denominada “jornada de reflexión” –el día previo a las elecciones regionales y locales de este domingo- pero nada apunta a que la pequeña ciudad de Sol vaya a desalojarse. De momento una aparente tranquilidad domina la plaza. El Metro de la zona que estos días con un cartel en papel ha cambiado su nombre, también exige un cambio: la parada de “Sol” se llama “Solución”.