Dos mujeres de Eritrea –cuyas identidades están ocultas– llegaron a Israel (cada una por su cuenta) en busca de un mejor futuro.

“Creí que las cosas serían muy diferentes a como son en África”, dijo una de ellas. “Recibí información por parte personas que ya estaban viviendo en Israel de que el estilo de vida era mucho mejor que en Eritrea”.

Lo que no sabía ninguna de ellas es que los hombres a los que les pagaron 2.500 dólares para llevarlas a la frontera israelí las golpearían, violarían y privarían de comida repetidamente durante el largo viaje.

“Cuando dejé mi país estaba optimista y creí que llegaría a mi destino, pero cuando estuve con los beduinos en el Sinaí, simplemente me rendí, creyendo que era el final”.

Estas no son historias aisladas. Tan sólo en el 2010, más de 14.000 migrantes africanos cruzaron la frontera sur de Israel con Egipto, un incremento de casi 170% más que en el año anterior, según estadísticas del gobierno.

Organizaciones de asistencia a los migrantes afirman que junto con este incremento se han disparado terribles denuncias de esclavitud, tortura y violación sistemática en la frontera de la Península del Sinaí.