Moazzam Begg durante una conferencia de prensa en Londres con motivo del décimo aniversario de la apertura de la prisión en la base militar de Guantánamo.

(CNN) — Cuando sueña, el prisionero regresa a la oscuridad de Guantánamo.

Él está en una celda con una pequeña rendija en la pared. Ha estado ahí por dos años. En esta pesadilla, la que tiene repetidamente, canta a sí mismo, repite líneas del Corán, y murmura. Ve a su esposa y a sus pequeños hijos como apariciones. Están enfrente de él, pero no puede tocarlos. En su sueño, está perdiendo la razón otra vez, lanzando furiosamente golpes como cuando lanzaba su cuerpo, una y otra vez, contra el concreto hasta sangrar, luego de lo cual un guardia fue a ver si aún estaba vivo.

Así es la noche para Moazzam Begg, un musulmán británico de 43 años. Durante el día, se dice confiado. Habla públicamente y a veces de su experiencia como “combatiente enemigo” en la prisión militar de Bahía de Guantánamo en Cuba. Ahí estuvo tres años, dos en confinamiento solitario, hasta que las autoridades británicas negociaron su liberación en enero de 2005. Desde entonces intenta regresar a la normalidad.

Aunque Estados Unidos lo acusó de ayudar al Talibán y a Al-Qaeda, y funcionarios del departamento de Defensa dijeron en la semana que no se han realizado cambios a los documentos que llevaron a su detención, Begg no ha sido acusado o enjuiciado. El afirma que fue arrestado por error, abusado, y torturado mientras estaba en custodia de Estados Unidos. También sostiene que nunca ha tenido vínculos con el terrorismo.

En 2010, Begg y otros ocho británicos que estuvieron recluidos en Guantánamo llegaron a un acuerdo fuera de la corte con el gobierno de Reino Unido. El grupo acusó a la inteligencia británica de complicidad en el abuso y la tortura que sufrieron mientras estuvieron en manos estadounidenses.

“Guantánamo nunca cerrará”

En los años entre su liberación y el acuerdo, Begg trabajó principalmente como conferencista, hablando a grandes grupos sobre Guantánamo y trabajando con grupos de ayuda y de derechos humanos. Ha sido una de las caras más conocidas de Guantánamo, y dirige el grupo londinense Cageprisoners, que da a conocer casos de detenidos.

“Las cosas se han puesto mejor con los años, ciertamente la forma en la que puedo hablar sobre esto con mucha gente ha mejorado, porque no podía hablar con nadie al principio, inclusive con mi propia familia”, dijo. “Y aún es una lucha personal, en gran medida. No está resuelto en ninguna forma, como me afectó a mí y a ellos. Han pasado cinco años, y apenas estoy comenzando a trabajar sobre cuán mala fue la experiencia”.

Begg espera despertar con algún tipo de pesadilla sobre Guantánamo este miércoles cuando la controversial prisión cumpla 10 años. El presidente Barack Obama prometió cerrar la prisión durante su campaña en 2008, pero su administración no ha encontrado a países que reciban a los 171 detenidos que aún quedan tras las rejas, y el Congreso ha bloqueado el financiamiento para dicho esfuerzo.

Guantánamo nunca cerrará. Eso es una fantasía”, dice Begg durante una entrevista telefónica desde su casa en Londres. “Dejé de desearlo. Aún si cierra sus puertas, será solo simbólico. Los detenidos que aún están ahí irán a algún otro lado para permanecer en custodia y ser tratados inclusive peor, sin llegar a una corte. Y Guantánamo, en cierta forma, siempre estará abierto. Estará en mi memoria, en mi cabeza, como en la de cualquier otro que experimentó ese infierno”.

El 11 de junio de 2002, los primeros 20 detenidos de Guantánamo llegaron a la prisión. En el transcurso de la década, llegó a albergar a 779 detenidos de 30 nacionalidades, de acuerdo con el departamento de Defensa. La mayoría no han sido acusados; 600 fueron transferidos a otros países, de acuerdo a una investigación del New York Times y de la NPR.

Cuando fue abierta, Estados Unidos había cumplido sólo cuatro meses desde los ataques del 11 de septiembre. Ese tipo de nueva instalación, en decenas de hectáreas en Cuba, debería hospedar a lo que la administración del presidente George W. Bush llamó “combatientes enemigos”, una categoría de detenidos que no califican para el estado de prisionero de guerra bajo la Convención de Ginebra.

Begg fue detenido en Pakistán en 2001, acusado de ayudar al Talibán, y puesto bajo custodia como combatiente enemigo.

Según él, trabajó en Afganistán a finales de los noventa y vivió ahí en 2001 donde estableció una escuela para niñas. Él y su esposa embarazada junto con dos hijos se reubicaron en Pakistán por seguridad durante la invasión de Estados Unidos en 2001. La pareja planeaba vivir su vida ayudando alrededor del mundo.

La noche que fue arrestado, Begg dijo que hombres vestidos de civil, que parecían ser pakistaníes, llegaron a su casa y golpearon la puerta justo después de medianoche.

Abrió la puerta y lo empujaron hacia adentro, recuerda Begg. Entonces le cubrieron la cabeza y lo llevaron a un auto que esperaba afuera. Lo pusieron en el asiento trasero, y le descubrieron la cabeza. Un hombre con acento estadounidense lo esposó.

Begg recuerda que su esposa gritaba y les decía a los hombres que no fueran a un cuarto trasero donde estaban sus hijos.

“Nuestra hija mayor, que ahora tiene 16 años, vio todo”, dice.

Luego de ser sacado de su casa, Begg fue llevado a otra casa en Pakistán donde fue interrogado por meses.

“Era un ingenuo. Creía que me dejarían ir si sólo explicaba lo que creía estaba mal”, dice. “No soy más un ingenuo. Eso es algo que ha cambiado en mi”.

El hombre fue enviado a la base de la Fuerza Aérea en Bagram, Afganistán, donde escuchaba gritar a una mujer cerca de su celda. Durante un tiempo estuvo convencido de que era su esposa, pero en realidad ella no había sido detenida, según supo tres años después, cuando se volvió a reunir con ella.

“Es como si fueras libre, pero no lo eres realmente”

Algunas veces cuando necesitaba pensar o calmar sus nervios, Begg se iba solo a un cuarto. “Entonces caminaba tres pasos adelante y tres atrás porque en una celda de Guantánamo no puedes hacer nada más que eso”.

En el año de su liberación, temía viajar en tren en Reino Unido. Estaba paranóico sobre ser tratado como terrorista. Pensó en regresar a Birmingham, y tomar vuelos con blancos que se burlaban de él llamándolo Paki.

“Estaba temeroso de que me dispararan, estaba temeroso de ser atacado con una bomba”.

Begg recuerda que era una persona muy tranquila, y que no era un buen orador.

“Aprendí como comunicarme a través de todos los interrogatorios”, dice, riendo. “Más de 300 interrogatorios con los más poderosos agentes, eso hizo algo bueno por mí. Debo agradecer al FBI, a la CIA, y al MI5 por eso”.

Aunque viajar se ha vuelto fácil psicológicamente, a veces no prácticamente. Recientemente viajó a Túnez y Libia para reunirse con revolucionarios que derribaron ambos regímenes. No obstante, durante un viaje a Canadá, no lo dejaron bajar del avión porque había estado detenido en Guantánamo. Tuvo que permanecer a bordo y viajar en el mismo avión de regreso a Inglaterra.

“Mientras hablamos, una exguardia de Guantánamo me envió un mensaje”, dice. “Acaba de recibir mi libro y quiere que se lo firme”.

“Me han contactado montones de exsoldados de Guantánamo en Facebook. Creo que es una relación difícil. Ella aún está en el Ejército, pero es muy simpática con mi campaña”.