Por Benjamin Plackett, CNN
(CNN) – Como un estudiante universitario o un trabajador de jornada nocturna podría decirte, quedarse despierto toda la noche o incluso no dormir puede llevar a que una persona desee comidas altas en calorías.
Un grupo de investigaciones sugiere que el hambre y los hábitos alimenticios relacionados con el sueño, que pueden contribuir al aumento de peso, son generados en parte por ciertas glándulas intestinales involucradas en el apetito. Pero nuestro cerebro, y no sólo nuestro estómago, puede jugar un papel importante también.
Según dos pequeños estudios presentados en una reunión de investigadores del sueño en Boston, la falta de sueño parece incrementar la actividad en áreas del cerebro que buscan placer, incluido el placer que proporciona la comida chatarra. Para empeorar las cosas, la somnolencia también puede desalentar la actividad en otras regiones cerebrales que usualmente sirven como freno a ese tipo de deseos.
En uno de los estudios, investigadores de la Universidad de Columbia usaron resonancia magnética funcional, que registra el flujo sanguíneo en el cerebro, para comparar la actividad cerebral en 25 voluntarios después de una noche de sueño normal (alrededor de ocho horas) y de una noche en que se les limitó el sueño a sólo cuatro horas.
En cada caso, los investigadores escanearon los cerebros mientras les mostraban a los voluntarios imágenes de comidas poco saludables intercaladas con comidas saludables, como frutas, vegetales y avena. Las redes cerebrales asociadas con el deseo y la recompensa estuvieron más activas cuando los participantes no habían dormido que cuando habían descansado bien, especialmente cuando los participantes vieron las imágenes de las comidas no saludables.
“Las partes del cerebro que buscan el placer fueron estimuladas después de que el individuo durmió poco”, dice la investigadora líder Marie-Pierre St-Onge, del Centro de Investigación de la Obesidad de Nueva York de esa universidad. “Las personas deseaban comidas como pizza de pepperoni, hamburguesas de queso y pastel”.
St-Onge y otros investigadores que trabajan en ese campo sospechan que las personas cansadas acuden más a comidas altas en calorías porque sus cuerpos y cerebros buscan energía adicional para ayudarles a sobrellevar el día. “Nuestra hipótesis es que el cerebro con poco sueño reacciona a estímulos de comida de la misma forma como si le faltara comida”, dice St-Onge.
Estudios previos han establecido una relación entre la falta de sueño y la obesidad, aunque no está claro cómo el sueño puede afectar el aumento de peso (o viceversa). En un esfuerzo para descubrir la relación, investigadores han empezado a explorar cómo la falta de sueño influye a las hormonas y al apetito. Varios estudios recientes –incluyendo el de St-Onge- han encontrado que las personas que duermen poco tienden a comer más refrigerios y tentempiés y a consumir más calorías.
El hambre y los deseos de comer pueden no ser los únicos factores, no obstante. Un segundo estudio presentado sugiere que las llamadas funciones cerebrales de orden superior –aquellas que nos ayudan a sopesar los puntos a favor y en contra y a tomar decisiones complejas, incluyendo las relacionadas con lo que comemos- pueden verse amenazadas por la falta de sueño.
El estudio fue similar al realizado en Columbia. Investigadores de la Universidad de California en Berkeley les pidieron a 23 adultos jóvenes sanos calificar su deseo por varias comidas mientras eran examinados en resonancia magnética funcional. Los participantes expresaron una fuerte preferencia a la comida no saludable cuando habían estado despiertos durante 24 horas seguidas, comparados con los que habían descansado bien.
Pero los exámenes cerebrales agregaron un detalle más: cuando los voluntarios habían dormido poco, sus cerebros mostraron menor actividad en redes cerebrales involucradas en la toma de decisiones, y no sólo aumentó la actividad en áreas de placer.
“Vimos que las regiones que buscan placer fueron estimuladas, pero no más que otras regiones”, dice Stephanie Greer, investigadora del Laboratorio de Sueño e Imágenes Neuronales de Berkeley, quien lideró el estudio.
Este hallazgo sugiere que las personas cansadas tienden a preferir comidas grasosas y altas en calorías en parte porque su capacidad de procesar la información y tomar decisiones está limitada. “Menos sujetos tomaron en cuenta la salud y el sabor” cuando calificaron sus preferencias de comida después de una noche sin dormir, dice Greer.
Michelle Miller, investigadora de la Escuela de Medicina de la Universidad de Warwick, en Reino Unido, dice que la disparidad en los dos grupos de resultados puede ser explicada por la severidad de la falta de sueño. Los participantes en el estudio de Columbia durmieron cuatro horas, mientras que los del estudio de Berkeley no durmieron en absoluto.
Tanto la búsqueda de placer como la toma de decisiones limitada juegan un papel importante en los deseos de comida, dice Miller, pero el segundo factor puede hacerse más relevante en tanto es menor la cantidad de sueño.
St-Onge y Greer presentaron sus hallazgos en la reunión anual de la Academia Estadounidense de Medicina del Sueño. Ambos estudios deben ser confirmados en investigaciones futuras. Son pequeños –algo usual para estudios con resonancia magnética, señala Miller- y los patrones vistos en los estudios con resonancias magnéticas no siempre se traducen en comportamientos del mundo real.