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Por Elizabeth Cline

Nota del editor: Elizabeth Cline es una periodista de Nueva York y autora del libro Overdressed: The Shockingly High Cost of Cheap Fashion.

(CNN) - ¿Cuándo fue la última vez que observaste la etiqueta de tu ropa para saber dónde fue fabricada ó de que está hecha?

Hace algunos años vivía en una paradoja similar a la de muchos estadounidenes: comía en restaurantes locales y orgánicos, cargaba con bolsas reutilizables en el supermercado y a cualquier lado que iba escogía solo productos eco-amigables. Esta forma de pensar no se extendía hasta mi clóset, yo usaba más de 350 artículos de ropa y cada parte de ella era barata, a la moda, miserablemente fabricada y manufacturada en deplorables fábricas de otros continentes.

La moda está mentalmente diseñada para tener un ahora y mañana ser olvidada, en donde el último look, el precio más bajo o el diseñador en boga son de suma importancia y la cantidad es más valorada que la calidad. Por primera vez en la historia vivimos el consumo de ropa como un bien desechable al comprar un vestido barato para una cita y usarlo solo una o dos veces. Este cambio de actitudes me llevaron a escribir mi libro, Overdressed: The Shockingly High Cost of Cheap Fashiony lo que aprendí sobre la industria de la moda es que durante el proceso me cambió completamente.

Nuestra avidez por la ropa crece de forma alarmante. La mayoría de los estadounidenses tienen armarios repletos de ropa si no es que hasta sobre saturados. Algunas de esas prendas, el 3%, son manufacturadas en Estados Unidos, menos de la mitad de lo registrado en 1990. Mientras las fábricas nacionales están vacías, nuestra sed por comprar ropa barata e importada mantiene las cajas registradoras de muchas tiendas que sortean la actual crisis económica.

La huella ambiental producida por la moda también se ha multiplicado. Existen más de 80.000 millones de prendas producidas en todo el mundo al día de hoy y de acuerdo con un estudio realizado por la Universidad de Cambridge en Gran Bretaña, la industria gastó aproximadamente 70 millones de toneladas de agua en 2006 tan solo en Europa.

China, una de las productoras de ropa más grande del mundo, es una de las más contaminantes. El año pasado viajé de incógnito al sur de China y miré un paisaje de fábricas envueltas en una nube de smog, pero aún más impactante fue el observar a los trabajadores vestidos con prendas baratas y a la moda. A la par del crecimiento de la clase consumista en China, la escasez de recursos como el agua y el petróleo puede que muy pronto hundan la ola de las compras.

En julio, cuando se descubrió que los uniformes olímpicos fueron fabricados en China, los estadounidenses se indignaron, es el claro ejemplo de que estamos cansados de ese consumo desalmado. Yo considero que estamos listos para crear armarios más significativos, que apoyen nuestro asombroso patrimonio de la moda.

Mi madre recientemente me regaló un vestido que ella usó durante la preparatoria en 1960. Fue diseñado por Jonathan Logan, una marca para adolescentes que en su tiempo era considerada barata, el vestido es 100% lana, totalmente forrado, con acabados de costura francesa y hecho en Estados Unidos.

Lo maravilloso de la ropa fabricada localmente es que ofrece a los diseñadores un control sobre su producto, el impacto ambiental es bajo y hace más fácil la tarea de mantener un registro de los problemas laborales al interior del negocio. Según una encuesta realizada por la organización Cotton Incorporated Lifestyle Monitor aproximadamente el 55% de los consumidores están de acuerdo en que es “muy/algo importante” que su ropa sea fabricada en Estados Unidos.

Recientemente fui a Portland, Oregon y me reuní con los dueños de Spooltown and the Portland Garment Factorydos pequeñas tiendas que abrieron hace poco en la ciudad y tienen una pequeña línea de ropa en la industria. Ellos tuvieron la oportunidad de levantar un negocio casi de la nada. Solo imaginen lo que podrían lograr otras ciudades estadounidenses con el gobierno correcto y el apoyo de los consumidores.

Las marcas reconocidas también tienen la obligación de reducir dramáticamente la cantidad de agua y energía que gastan en producir y vender su ropa, al mismo tiempo deben ofrecer a los consumidores prendas a la moda confeccionadas a partir de materiales reciclados y ecológicos.

Nike crea uniformes deportivos con plástico reciclado de botellas y ha reutilizado más de 28 millones de pares de tenis a través de su programa Reusa un zapato. Eilleen Fisher lanzó una hermosa línea de camisetas azules hechas de seda y que certifican que fueron teñidas sin utilizar materiales químicos que dañan el ambiente. Y la marca H&M se comprometió a no usar materiales tóxicos y no biodegradables en sus diseños para 2013. Los esfuerzos necesitan expandirse.

Los diseñadores de ropa también necesitan repensar los materiales que utilizan y cómo se obtienen. Afortunadamente, los textiles ecológicos han evolucionado en años recientes y fibras como el tencel, el modal y el cupro cada vez tienen más aspectos en común con la seda que un saco de cáñamo. Algunos artistas emergentes utilizan nuevos textiles en conjunto para aumentar su ciclo de vida, es decir, toman deshechos y tela regenerada para convertirlo en un producto de mayor duración y valor. Hace poco compré una túnica roja elaborada de esta forma producida por un diseñador no muy conocido en Brooklyn.

De acuerdo con la Agencia de Protección Ambiental, alrededor de 30 kilogramos de tela son desechados por persona por año y esta cuantiosa donación de ropa, que en su mayoría son para caridad, al final son vendidas a recicladores de textiles que terminan por vender nuestra ropa al extranjero, sobre todo a África.

Los minoristas como Eileen Fisher y Patagonia aceptan que sus productos les sean regresados. Fisher los revende en su tienda Green Eileen, mientras que Patagonia los recicla para elaborar nuevos productos. Las tiendas de “moda efímera” deberían comenzar a usar este programa de reciclado. Los consumidores también deberían ser responsables de cuidar su propia ropa, de intercambiar y particularmente ser creativos y volver a imponer la moda del año pasado con un aire fresco.

Ahora, la pregunta del millón de dólares: ¿Cómo puedes hacerlo? Todo comienza por ser objetivo y honesto al pensar cuánto dinero gastas en ropa. El consumo promedio de un estadounidense es de 1,700 dólares al año. La mayoría de nosotros tiene más ropa de la que puede controlar, así que, animo a las personas a que antes de todo, compre menos y trate de limitar su ansiedad por estar a la moda, tire por la borda la idea de comprar y usar solo por una o dos temporadas.

Separa el resto de tu ropa de la que verdaderamente amas y usarás en varias ocasiones. Si tan solo un cuarto de las prendas de cada uno fuera manufacturado localmente y ecológicamente, y la industria se comprometiera a ser más sustentable, todo cambiaría. Y también pienso que seríamos más felices con nuestra ropa.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Elizabeth Cline.