Los oficiales vestidos de civiles sacaron a los aficionados al azar, llevándolos para ser registrados.

Por James Montague

(CNN) — Desde la caída del presidente Hosni Mubarak, El Cairo es una ciudad que se ha vuelto adicta al arte de la protesta. Pero esta protesta no es como cualquier otra.

Afuera de un hotel de la ciudad, varios cientos de jóvenes se han reunido para expresar sus frustraciones por el nuevo Egipto. Sus estilos de vida han sido diezmados desde la revolución, afirmaron. Y la acción directa fue la única cura.

Estos jóvenes no son panaderos, o choferes de taxi, o corredores de bolsa, o exaliados del régimen. Eran jugadores profesionales de futbol, ahora sin trabajo y sin sueldo desde que 74 jóvenes aficionados murieron en un accidente trágico en un partido en Port Said en febrero y la liga local fue suspendida.

Desesperados, decidieron hacer que sus voces se escucharan al bloquear un hotel donde los jugadores del club nigeriano Sunshine Stars estaban hospedados. Unas horas antes debían jugar contra el equipo de futbol más grande y más exitoso de Egipto, Al Ahly, en el partido de vuelta de las semifinales de la Liga de Campeones de África.

Pensaron que si podían prevenir que el partido se llevara a cabo, el Al Ahly sería descalificado y las autoridades tomarían su petición seriamente. Pero no funcionó de esa forma.

“Escuché disparos… al principio creí que eran balazos, pero eran disparos de gas lacrimógeno”, recordó el periodista de futbol nigeriano Colin Udoh, describiendo cómo la policía intentó negociar la situación.

“Fue aterrador”.

Los jugadores fracasaron en su objetivo, pero no porque la policía hubiera despejado el camino. Ese trabajo había sido logrado por un nuevo grupo en la sociedad egipcia que ha entrado a la conciencia política durante los tiempos revolucionarios del país. Fueron miembros del Ahlawy, un grupo organizado de aficionados de futbol (conocidos como ultras) quienes apoyan al Al Ahly, que lograron acompañar a los jugadores aterrados al partido.

“Solo descubrimos durante la hora pico que los jugadores tenían un partido”, dijo Mohamed, un miembro del Ahlawy que lideró a un grupo a “liberar” a los jugadores del Sunshine Stars.

“Los contactamos por BBM y SMS y los congregamos. Había peleas con los jugadores. Creo que uno de ellos tenía una pistola. Previnieron que los jugadores del Sunshine fueran al partido. Teníamos que hacer que el partido siguiera. Abrimos el camino para el autobús”.

El Ahlawy dirigió a los jugadores al autobús y arregló un acompañamiento al estadio.

“Es una posición única, ver a los aficionados con tanto poder”, dijo Udoh.

“Cuando los jugadores salieron los aficionados les aplaudían. En el trayecto al estadio 2,000 aficionados estaban en el camino aplaudiéndonos. Dentro del autobús no lo entendían. Pensaban que estaban enojados con ellos”.

Al Ahly ganó ese partido y alcanzó la final este fin de semana de la Liga de Campeones de África. Ha sido una temporada emotiva y trágica para el club, una que ha abarcado disturbios y muerte. Y al centro de todo ha estado el Ahlawy, una de las últimas fuerzas revolucionarias que quedan en Egipto hoy en día.

El grupo fue formado en 2007, en la peor situación posible, y está dirigido por un hombre llamado Assad. Mubarak era tan fuerte como nunca, ganando una victoria decisiva en una elección presidencial reciente, aunque supuestamente habían ocurrido fraudes masivos. Su hijo, Gamal, estaba siendo preparado como su sucesor.

Egipto se sentía desesperanzado. Había conocido a Assad afuera de un KFC en la Plaza Tahrir, mucho antes de que fuera sinónimo de esta revolución. Había accedido a acompañarme al partido más grande de Egipto: el Al Ahly contra Zamalek, el derby de El Cairo.

Assad era joven, y apasionado, con lentes de diseñador encima de su nariz. Estaba en sus veintitantos, ferozmente inteligente, educado en Inglaterra, y manejaba un BMW.

Los Ahly Ultras (no serían conocidos como Ahlawy hasta algunos años después) se habían formado, pero estaban seguros de quién era el enemigo en ese entonces: Zamalek y su propio grupo ultra, el UWK: los Ultras White Knights.

Assad se paró en la terraza con su pandilla de no más de algunos cientos gritando abusos de la oposición. Decenas de miles de policías separaron a los dos grupos.

Los oficiales vestidos de civiles sacaron a los aficionados al azar, llevándolos para ser registrados. Se sentía como si la ley marcial hubiera sido impuesta.

“Los dos partidos políticos más grandes en Egipto son Ahly y Zamalek”, explicó Assad en ese tiempo.

“Es más grande que la política. Se trata más de escapismo”.

La violencia había sido contenida en dos grupos de aficionados. No había ninguna ventaja política. En su lugar, lejos de los derbies estrechamente controlados, el combate floreció. Los partidos de equipos jóvenes fueron empañados por los disturbios.

“Siempre hay peleas horribles allí”, admitió Assad.

Pero después algo comenzó a cambiar. El número de miembros de Ahlawy creció. Más personas encontraron un lugar para expresar su frustración en el régimen sofocante de Mubarak. Cada partido se volvió cada vez más político y antiautoritario.

La siguiente vez que vi a Assad fue 61 días después de la caída de Mubarak en 2011. Él y 7,000 miembros del Ahlawy se juntaron en un extremo del Estadio Militar de El Cairo para el reinicio de la liga de futbol egipcio.

La violencia entre ultras politizados y la policía se ha puesto tan mal que la FA Egipcia suspendió todos los partidos, pero después de declarar que la mitad de la liga entraría en bancarrota, la FA cedió.

Cientos de oficiales de policías vestidos de negro de pies a cabeza con un equipo antimotines vieron a la multitud mientras los hombres y niños en rojo les recordaron alegremente a ellos y a sus exempleadores sobre la posición en el nuevo Egipto postrevolucionario.

“¡C****** a la madre de Hosni Mubarak!”, gritaban a la policía.

“¡Ve y c***** a tu (exministro del interior) Habib al Adly!”

Irónicamente, su oposición en la cancha ese día fue Al Shorta, un grupo de policías.

Esta muestra de disidencia había sido cruelmente reducida unos meses antes. Pero ahora Mubarak estaba bajo arresto en una cama de hospital cerca del Mar Rojo, y al Adly ahora languidecía junto con los hijos del presidente, el exprimer ministro y otros miembros de la élite del país, en la misma cárcel donde enviaba a los exprisioneros políticos del régimen.

“¿Puedes imaginártelo? ¿Qué estarían diciéndose uno al otro?”, gritó Assad, ahora sin sus anteojos, sobre el sonido ensordecedor del abuso. “Podrías escribir una película sobre esto. La policía abusaría de nosotros todos los días. Ahora es nuestro momento”.

En los cuatro años desde que comenzó, el Ahlawy había cambiado de ser un grupo que imitaba la cultura del futbol europeo a una espina en el costado del antiguo régimen.

“El concepto completo de cualquier organización independiente no existe, no hay uniones, ni partidos políticos. Nada estaba organizado. Y luego comenzamos a organizar ultras de futbol”, explicó Assad.

“Era solo deporte. Pero para ellos era la juventud, en números grandes (personas muy inteligentes) que podían movilizarse rápidamente. Nos temían”.

El Ahlawy pronto creció para ser algo más violento y antiautoritario. Los miembros fueron arbitrariamente golpeados y arrestados por la policía. Los aficionados fueron acosados para ser registrados y desnudados.

Assad en sí había sido arrestado y encarcelado.

Los partidos del Ahly proporcionaron un microcosmos de mano dura que el resto del país sintió diariamente en el Egipto de Mubarak. Pero a diferencia de los activistas y otros grupos de oposición que habían sido rápidamente eliminados, los ultras pelearon.

“Mientras más intentaban presionarnos, más crecíamos en estatus de culto. El ministro y los medios, nos llamarían una pandilla violenta”, dijo. “No era solo ser partidario de un equipo, peleabas contra un sistema y el país como un todo.

“Peleábamos con la policía, el gobierno, por nuestros derechos. La policía hizo lo que quería. El gobierno hizo lo que quería. Y los ultras nos enseñaron a decir lo que pensábamos. Esto era algo nuevo, una semilla que fue plantada hace cuatro años”.

Las habilidades de combatir a la policía que Assad y Al Ahlawy perfeccionaron durante cuatro años sirvieron en la revolución del 25 de enero, y el ‘Día de Ira’ que sucedió tres días después, viendo la confrontación entre las autoridades (quienes tenían décadas de experiencia enfrentando a la disidencia) y un giro público no preparado que se volvió violento.

“No quiero decir que fuimos completamente responsables de derrocar a Mubarak”, rió Assad.

“Pero nuestro papel era hacer a las personas soñar, dejarles saber que si un policía te pega, puedes golpearlo, no solo correr.

“Este era un estado policial. Nuestro papel comenzó antes de la revolución. Durante la revolución, estaba la Hermandad Musulmana, los activistas y los ultras. Eso era todo”.

Después, tras ese partido, el Ahlawy se reuniría en un famoso bar en la Plaza Tahrir llamado Horriya (Libertad); una reliquia amarillenta para el apogeo liberal de Egipto donde bebíamos botellas de Stella (la cerveza local) de un dólar, y hablábamos sobre su futuro.

Comparada con la seguridad sofocante del pasado, no había policías o militares en la calle. Un campamento de activistas aún ocupaba la Plaza Tahrir. Las personas discutían de política en la calle. A veces terminaba en peleas. Era defectuoso y caótico. Pero era libre.

Luego vino Port Said. A medida que Egipto cojeaba hacia las elecciones presidenciales, los ultras se volvían cada vez más prominentes.

La bandera roja distintiva de Al Ahly sería vista en marchas mientras miles de miembros acudían, lideraban los cantos y, a menudo, llevaban con ellos bengalas rojas.

El Al Ahly había ganado la liga egipcia reiniciada y esperaba mantener ese dominio cuando viajaron a Port Said para jugar con Al Masr.

Lo que pasó después impactó al mundo. Más de 70 hombres jóvenes fueron asesinados cuando la banca de los aficionados de Al Ahly fue atacada por aficionados de la oposición. El Ahlawy señaló que las muertes no fueron simplemente vandalismo, sino que fue planeada como venganza por su papel en la revolución.

Las autoridades negaron esas afirmaciones.

Pero mientras el rastro de los que las autoridades afirman son responsables, el Ahlawy ha utilizado la acción directa para detener la reanudación de la liga hasta que logre justicia. La amenaza de violencia significó que todos los partidos de la Liga de Campeones de África en Egipto se realicen a puertas cerradas.

La parálisis, por un lado, ha mostrado que los ultras son una fuerza poderosa, una que las autoridades parecen indispuestas a confrontar. Por otro lado, también ha llevado a la suspensión de la liga, que podría tener efectos a largo plazo no solo en el Al Ahly, sino también en el equipo nacional.

El exentrenador del equipo nacional de Estados Unidos, Bob Bradley, ha hablado emotivamente sobre el respeto a los muertos de Port Said y la necesidad de justicia, pero también quiere que la liga se reanude. Después de todo, está encargado de llevar a Egipto a las finales de la Copa del Mundo 2014; un sueño que cree podría tener un efecto unificador en el país.

Ahora, el enfoque está en la final de la Liga de Campeones de África contra el Esperance de Túnez; los campeones defensores. El viaje del Al Ahly hacia un séptimo título de la ACL que rompería récords ha sido poco menos que increíble debido a los problemas en casa. Incluso se las arreglaron para quedar atrapados en los disturbios civiles en Malí cuando un golpe de estado tuvo lugar a principios del torneo.

Pero el Ahlawy no estará en el estadio para el partido de ida de este domingo en Alejandría, a pesar de que las autoridades permitieron que 20,000 aficionados asistieran; la primera vez que ocurre desde Port Said. No asistirán a un partido hasta que haya justicia por las muertes de Port Said. Eso no significa que no estarán atentos y complaciendo a su equipo.

“Así es como queremos honrar a las personas que murieron en Port Said”, dijo Mohammed, articulando la posición compleja de protesta, boicot y apoyo del Ahlawy.

“Los honramos ganando este trofeo”.