Por David Rothkopf
Nota del Editor: David Rothkopf es CEO y editor independiente del FP Group, que edita la revista Foreign Policy, e investigador visitante en el Fondo Carnegie para la Paz Internacional. Es autor de, entre muchos otros libros, Running The World: The Inside Story of the National Security Council and the Architects of American Power. Se desempeñó como vice subsecretario de comercio en la política de comercio internacional durante el gobierno de Bill Clinton y durante 2 años fue gerente general de Kissinger Associates.
(CNN) — En la política estadounidense existen pocas certezas. Sin embargo, se puede poner por escrito: si Hillary Clinton quisiera ser la próxima candidata a la presidencia por parte del Partido Demócrata, el puesto es suyo.
Joe Biden, Andrew Cuomo, Mark Warner, Martin O’Malley y los demás que integran la larga lista de aspirantes se dedicarán a sus cargos del día a día durante el próximo par de años, pero muy dentro de su mente habrá una pregunta latente: ¿Lo hará o no lo hará?
Porque, como la figura política más popular de Estados Unidos, que además está casada con el expresidente más popular del país, y tiene a cargo una red nacional de donantes, personal de campaña y simpatizantes comprometidos, Clinton puede distraer a sus posibles rivales en lo que respecta a recaudar dinero o ganar fuerza política con tan solo decir: “No he decidido cuáles son mis planes”. Ella tiene el control.
Que ocupe dicha posición en este momento es un logro para destacar y una prueba extraordinaria de sus agallas, dones y trayectoria: ha sido la secretaria de Estado más exitosa en dos décadas. Ese resultado apenas y se veía venir cuando Barack Obama tomó la valiente decisión de elegir a su anterior rival en la contienda interna para asumir el cargo más antiguo y de mayor rango en el gabinete.
Después de todo, ella perdió una agresiva campaña contra él, hubo tensión entre ella y el equipo. No había razón para suponer que los dos exrivales pudieran trabajar juntos. Nunca había estado antes al frente de un cargo tan importante. Más allá de eso, Estados Unidos enfrentaba crisis importantes al interior y una desconcertante complejidad en el exterior. Muchos de los problemas a los que se enfrentaría serían nuevos para ella.
Clinton ya era tan famosa que fácilmente podría haber sido vista como alguien que podría opacar al presidente, situación que habría arruinado su imagen.
Su magistral desempeño de esta semana ante las comisiones del Senado y la Cámara que investigan la tragedia de Bengasi ilustraron lo lejos que ha llegado.
En un ambiente político denso, ordenó el escenario y hábilmente rechazó cada uno de los esfuerzos hechos por los republicanos para desviar la atención de lo que fueron y deberían de ser las lecciones de los ataques, invalidando sus teorías de la conspiración y los motivos ocultos de los tropiezos cometidos alrededor de los hechos. Defendió al presidente y puso de manifiesto su carácter al aceptar la responsabilidad.
Ya había preparado el camino gracias al anuncio de una investigación pendiente sobre el incidente y su aceptación de las recomendaciones para evitar este tipo de problemas en un futuro.
El reconocimiento de ambos partidos por su extraordinario desempeño como secretaria de Estado, su ética de trabajo, experiencia y compromiso, fueron elogiados durante ambas audiencias.
Y algo todavía más importante, Clinton evidentemente conocía mejor su informe que cualquiera de los que la interrogaban. Cuando el senador Ron Johnson, de Wisconsin, trató de ganar puntos políticos con una serie de cínicos cuestionamientos, ella mostró su fuerza y estatura como líder, con una respuesta directa y firme exhortándole a centrarse en las cuestiones más importantes del tema.
Cuando el senador Rand Paul dio a conocer que de ser el presidente la habría despedido, la respuesta de Clinton evidenció una comprensión de los problemas y los puntos en juego; era evidente que solo uno de los dos tenía alguna posibilidad de ocupar la presidencia en el futuro. Cuando describió la llegada de los ataúdes de las víctimas estadounidenses en el ataque a Bengasi, ella mostró su humanidad. Con frecuencia, hizo notar su comodidad proveniente de la experiencia que ha tenido tanto como secretaria de Estado como senadora.
Las virtudes de Clinton en tales situaciones no son accidentales, ni resulta sorpresivo para cualquiera que la haya visto crecer en la política. Después de ponerla a prueba con las tensiones que enfrentó como primera dama, ganó fama en la cámara alta del Congreso por ser “un caballo de batalla, no uno de exhibición”. Sus colaboradores cercanos en el Departamento de Estado hablan con cierto asombro acerca de sus horas dedicadas a revisar informes, interrogatorios al personal y a los principales expertos para ponerse al día, y su habilidad política para transformar sus conclusiones en hechos.
Ha trabajado no solo en forjar una buena relación de trabajo con el presidente, sino también en construir alianzas clave en el gabinete, sobre todo con el exsecretario de Defensa, Robert Gates, y con funcionarios de alto rango de las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia.
Cuando la Casa Blanca limitó su accionar y comenzó a participar en misiones clave, desde el nombramiento de embajadores hasta una serie de temas de Medio Oriente, ella encontró caminos alternos para hacer la diferencia.
El “giro” a Asia fue un ejemplo concreto de su éxito, no solamente como un concepto político, sino como una iniciativa hecha realidad gracias a la activa e intensiva diplomacia en toda la región.
Ella contribuyó a restaurar las relaciones de EU en todo el mundo, las cuales habían resultado afectadas por las torpes políticas del gobierno de George W. Bush. Trabajó activamente para redefinir la agenda internacional estadounidense del siglo XXI, con enfásis en las potencias emergentes, las nuevas tecnologías y las poblaciones —como el papel de la mujer en el mundo— olvidadas desde tiempo atrás por elestablishment de la política exterior estadounidense.
Abrió el camino para que Estados Unidos tuviera un papel más activo en Libia, para dirigir sanciones internacionales sin precedentes contra Irán y hacer frente a los chinos ubicados al sur del mar de ese país.
De hecho, y tal vez lo más importante, en un momento en que EU enfrentaba distracciones y nuevos frenos al interior y la voluntad nacional de evitar aventuras militares alrededor del mundo, ella reconoció que nuestras mejores herramientas hacia el futuro serían ejercer una diplomacia activa, reparar las alianzas y poner los temas al centro de la mesa de relaciones exteriores.
Es una trayectoria destacable, una que la equipara con personajes de la talla de James Baker, George Schultz o Henry Kissinger, los modernos secretarios de Estado.
Ella alcanzó el éxito mediante la promoción de una agenda internacional más humanista que la de sus predecesores. Al mismo tiempo, mantuvo una trayectoria más al centro, mucho más cómoda con el uso adecuado de la fuerza en comparación con las propuestas de los más liberales dentro del gobierno de Obama. Mantener ese equilibrio requiere de una habilidad excepcional. Hacerlo así durante cuatro años, en las condiciones a las que se enfrentó, es una de las razones por las que ella es admirada de manera tan generalizada.
Es probable que Hillary Clinton sea la próximo candidata demócrata a la presidencia debido a que es la demócrata en activo más conocida, ha triunfado en repetidas ocasiones sobre la adversidad y es un personaje muy aceptado en una época en que los políticos suelen ser vistos con desprecio.
Es posible que sea la próxima líder de la Casa Blanca, la primera mujer en ser presidenta de Estados Unidos, gracias a la calidad de su carácter y su trabajo en favor de los ciudadanos.
Con un poco de suerte utilizará los próximos dos años para volver a recuperar energía y prepararse para lo que viene. Porque independientemente del partido político, es difícil negar que ella eleva el discurso político de una manera que, en caso de que existan, pocos lo han podido hacer.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a David Rothkopf.