Por Tania Unzueta Carrasco
Nota del editor: Tania Unzueta Carrasco nació en México y vive en Chicago. Es inmigrante indocumentada y periodista; fue gerente y productora de un programa de radio y es una de las fundadoras de la Liga Juvenil para la Justicia para los Inmigrantes, una organización encabezada por jóvenes indocumentados.
(CNN) — ¿Cuánta esperanza se puede tener en un presidente que ha deportado más gente que cualquier otro en la historia de Estados Unidos?
Intento mantener mis sentimientos bajo control al hacer esta pregunta mientras veo al presidente Obama anunciar su política de inmigracióndurante la reunión del martes. Después de vivir como indocumentada durante más de 18 años y con la esperanza de que algún día mi hermana, mis padres y yo dejemos de ser ‘ilegales’ para el país, mi salud mental a menudo depende de cómo manejo mis expectativas.
Mi familia y yo llegamos a Estados Unidos procedentes de la Ciudad de México cuando tenía 10 años y para mí, Chicago ha sido nuestro hogar.
Aunque mis padres han tratado de protegernos de las consecuencias de ser indocumentados, sabemos que mi padre solía caminar por las calles buscando trabajo y que más de una vez le robaron su salario, ya que los patrones lo amenazaban por su estatus de inmigrante.
Creo que mi padre es el más propenso de la familia a padecer discriminación racial y me preocupo cada vez que se va a trabajar. Mi madre ha visto a su padre una sola vez en los últimos 18 años y sé que lo extraña, así como a sus hermanos y hermanas.
Mi hermana y yo recordamos todos los días las barreras a las que nos enfrentamos como indocumentadas cuando no podemos solicitar un empleo, una beca o pagar la fianza de un amigo en proceso de deportación.
La primera vez que vi al presidente Obama hablar acerca de inmigración, sentí emoción. Fue a principios de su mandato, cuando muchos de nosotros aún creíamos que haría cambios significativos en la política.
Escuché cada palabra que dijo —que somos una nación de inmigrantes— y me permití imaginar una vida en la que no tendría que preocuparme porque mi padre no regresara a casa; por el momento en el que mi madre pudiera ver otra vez a su familia sin tener que elegir entre nuestras vidas y la de sus seres queridos.
En la oportunidad de que nos evaluaran a mi hermana y a mí por nuestro trabajo y nuestras contribuciones y no por nuestro estatus migratorio; un momento en el que viviría sin temor. Pero los actos de su gobierno no coincidieron con sus palabras.
Por eso es que he aprendido a controlar mis esperanzas, no solo a causa de los años sin acción, sino porque la vida de nuestra comunidad se ha dificultado. A continuación presento algunos ejemplos:
- Más de 1,4 millones de personas fueron deportadas desde que Obama asumió la presidencia y el ritmo de deportaciones fue mayor que bajo el mandato de cualquier otro presidente.
- El gobierno federal aún colabora con las corporaciones policiacas locales que se escudan bajo las leyes de inmigración para intimidar y discriminar a los latinos, como el sheriff del condado de Maricopa, Joe Arpaio.
- Los centros de detención para inmigrantes siguen tratando de forma inhumana a los detenidos, en particular a quienes tienen enfermedades mentales o de otro tipo, a los homosexuales, lesbianas, bisexuales y transgénero.
- Los trabajadores indocumentados son el blanco del Departamento de Seguridad Nacional, incluso en mi ciudad, Chicago, en donde se realizan varios operativos para detener a muchos trabajadores, como el caso de más de una docena de jornaleros que fueron capturados mientras buscaban trabajo.
- Aun con las políticas de diferenciación procesal, se deporta a los indocumentados que no tengan antecedentes penales, quienes no representen una amenaza para la seguridad del país y quienes trabajan solo para mantener a sus familias.
Es importante reconocer que bajo el mandato de Obama también ha habido importantes progresos. Mi hermana y yo somos candidatas al programa de Acción Diferida para los Llegados Durante la Infancia y estamos en proceso de presentar nuestra solicitud.
Estoy emocionada por tener un permiso de trabajo y por poder viajar fuera de Estados Unidos. Luego de que el Congreso no lograra aprobar la Ley de Desarrollo, Asistencia y Educación para los Menores Extranjeros (DREAM, por sus siglas en inglés), es un alivio bien recibido, aunque limitado. Pero no puedo ignorar el continuo sufrimiento e incertidumbre al que están sujetos mis padres y otros compatriotas. Tampoco puedo olvidar lo dañinas que han sido las políticas del presidente Obama para los más vulnerables: los indocumentados.
Con el anuncio de un proyecto de reforma migratoria podría ser posible que se apruebe una ley integral.
Desafortunadamente, no espero que se resuelvan todas las necesidades de las comunidades de inmigrantes o del país. El proyecto presentado por los ocho senadores, por ejemplo, ya contempla medidas punitivas más estrictas para los futuros inmigrantes indocumentados y una vigilancia más estricta en la frontera.
Tampoco se resuelve el problema de los centros de detención ni la colaboración con las autoridades estatales contaminadas por la discriminación racial.
Sé que el presidente tiene la oportunidad de dejar a un lado las políticas partidistas y hacer cambios significativos, con los que se podría poner fin al sufrimiento de millones de familias y otorgar permisos de trabajo a los adultos indocumentados. Si pudo hacerlo con los jóvenes, ¿por qué no hace lo mismo con nuestros padres?
Lo que he aprendido después de años de decepción, es que nuestras comunidades no pueden seguir dependiendo de la buena voluntad de los legisladores. Tenemos que entrar en acción a través de la organización. Y así, seguir la lucha por los derechos de los inmigrantes indocumentados y por la felicidad de mi familia.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente aTania Unzueta Carrasco.