(CNN) — Eva era una acosadora. Era alta para su edad y usaba su estatura para intimidar a sus compañeros. Se burlaba de quienes no usaban ropa de diseñador y la suspendieron varias veces por pelear.
Aunque era popular, extrovertida, graciosa… también era víctima de acoso.
“Cuando está en la secundaria, estás tratando de descubrir quién eres”, recuerda Eva, quien ahora tiene 24 años. Dice que acosaba a los demás porque era insegura, como la mayoría de los niños.
Como padre, probablemente tienes en la mente la imagen del niño por el que votarías para “El más propenso a acosar a los demás”. Es corpulento, usa una chamarra con la inicial de su equipo o de cuero y ha estado en el último grado por más tiempo que la mayoría de los estudiantes.
Sin embargo, los expertos dicen que los acosadores que atormentan a los estudiantes actualmente no son como los que vemos en la pantalla grande. No se trata de un grupo de atletas o del atacante solitario que encierra a los niños en los casilleros durante el cambio de clases. Puede ser casi cualquiera, en cualquier momento. ¿Quiénes son los blancos más probables de los acosadores? Los mismos acosadores.
El sociólogo Robert Faris lo llama “combate social”. Dice que la mayor parte del acoso ocurre a la mitad de la jerarquía social de la escuela, en donde los estudiantes forcejean entre sí para alcanzar un estatus más alto.
Imagínalo como un enorme juego de “el rey de la colina”. Cada niño lucha por llegar a la cima, sin temor de pisar a otros para llegar allí. Entre más cerca estés de ser el rey, la competencia entre los rivales se hace más violenta.
“El acoso funciona”, dice Faris. “Cuando los niños molestan a otros niños, su estatus se eleva”.
Faris unió fuerzas con el programa AC360 de CNN para un estudio acerca del acoso hecho en 2011 en una preparatoria de Long Island, en Nueva York. Los investigadores entrevistaron a más de 700 estudiantes acerca de su círculo de amistades y de las conductas de acoso. Faris también ha efectuado estudios similares en las regiones rurales de Carolina del Norte, en donde la composición demográfica es diferente, pero los resultados fueron los mismos.
Faris descubrió que el 56% de los estudiantes entrevistados estaban involucrados con la agresión, la victimización o ambos en un momento determinado. El motivo principal que un estudiante tiene para acosar es aumentar su popularidad. Entre más alto subía un estudiante en la escala social, era más probable que acosara a otros… y que fueran víctimas de acoso.
“Siempre hay cierta tensión en estos grupos de amigos”, dice Faris. “Quién es más cercano a quién y quiénes andan juntos; creo que eso motiva a muchos de estos chicos”.
Eso también es cierto en el caso de los estudiantes de secundaria, de acuerdo con la profesora de Psicología de la UCLA, Jaana Juvonen, quien ha estudiado el acoso desde mediados de la década de 1990.
Juvonen y su equipo estudiaron recientemente a más de 1,800 estudiantes de séptimo y octavo grado para determinar el papel que jugaban la agresión física y los rumores en la prominencia social.
“Durante la última década hemos aprendido que el acoso adopta muchas formas”, dice Juvonen. “Algunas son extremadamente difíciles de detectar. Están encubiertas”.
Los administradores han combatido la agresión física en las escuelas y han aplicado políticas de cero tolerancia a las peleas entre estudiantes. Sin embargo, Juvonen dice que eso ha generado formas de acoso más sutiles.
Los rumores, con mayor frecuencia los relacionados con la sexualidad de un estudiante o los insultos contra los familiares, juegan un papel muy importante, según las investigaciones de Juvonen.
Faris recuerda que cuando era niño le “pateaban el trasero” regularmente. Dos hermanos solían cazarlo todos los días al salir de la escuela mientras caminaba a casa desde la parada del autobús.
Sin embargo, dice que la paliza diaria era mucho menos dolorosa que el aislamiento que sintió cuando su familia se mudó al otro lado del país y parecía que no lograba encajar. “Eso fue mucho más difícil de soportar que una nariz sangrante”, recuerda.
En sus investigaciones posteriores, Faris descubrió que con frecuencia los amigos se excluyen entre sí de las sesiones de chismes o de las fiestas para eliminar a un rival y elevar su propio estatus. Las redes sociales también han aumentado la prominencia de esta forma abstracta de acoso.
“La competencia por el estatus está siempre presente; no te puedes librar de ella”, dice. “Van a casa, se conectan y ven que sus amigos están haciendo cosas juntos y no los invitaron, o peor, la gente los está acosando”.
Si aprendimos algo de la película de 2004, Mean Girls, es que las chicas son las reinas del acoso encubierto; nadie puede hacerte sentir tan mal acerca de tu apariencia como la pandilla popular. Sin embargo, en el estudio de Juvonen, se descubrió que los chicos y las chicas esparcen rumores para elevar su estatus social y que ambos sexos recurren a la agresión física para reivindicar el poder.
Eva sabe esto de primera mano. Ella y sus amigas solían “atacar” a otras niñas, les jalaban el cabello o las golpeaban solo porque hablaban con el chico equivocado.
“Miro atrás y lo desapruebo”, dice Eva, quien pidió a CNN no usar su apellido porque planea hacer un posgrado. Sin embargo, “cuando estás en la primaria y en la secundaria, no hay nada más. No tenemos responsabilidades ni habilidades. Compramos dulces y hacemos la tarea”.
“Parte del problema es que hay niños que están como encerrados en una jaula”, coincide Faris. “No tienen un papel formal ni responsabilidades… Tienen que conseguirse un estatus”.
Si pusiéramos a los adultos en una situación similar, dice, veríamos el mismo comportamiento.
¿Cómo enfrentar (y frenar) el acoso?
Por ello, Faris promueve programas y actividades en las que se resta énfasis al estatus social y se enfatizan las cualidades de un buen amigo. Espera que algún día los estudiantes salgan de la preparatoria con un pequeño grupo de amigos cercanos en vez de los 300 o 400 que tienen en Facebook.
Juvonen dice que los programas para combatir el acoso deberían enfocarse en los espectadores: enseñar a los niños que detenerse a mirar es tan malo como acosar. Agrega que en algunos estudios hechos en Canadá se ha demostrado que si un niño interviene, el incidente de acoso cesa en cuestión de segundos.
La especialista sugiere a los padres que recurran a los momentos didácticos de la televisión o los noticieros para mostrar a los niños a diferencia entre lo correcto y lo incorrecto en una situación de acoso. “Podrían ser los que señalen a los niños que tienen mucho poder como espectadores”, dice.
Juvonen sabe que no es razonable esperar que un niño sea valiente cuando está solo; nadie quiere ser la siguiente víctima. Por ello, sugiere hablar con los niños acerca del peso de un grupo.
“El acoso comprende este desequilibrio de poderes en el que el acosador tiene el estatus más alto y lo usa”, dice. “Puedes tratar de compensar el desequilibrio de poderes al decir a los niños que se unan para tratar de intervenir”.
Los padres también tienen que estar conscientes de lo fácil que es que los niños caigan en este combate social, dice Juvonen. No pueden ignorar los incidentes que se les dan a conocer.
“Cualquiera que se encuentre en esta situación debería preguntarse: ‘¿Qué está pasando? ¿Por qué esta situación provoca esta clase de conducta?’” Los padres deberían conversar con frecuencia acerca de lo que ocurre en la escuela, saber con quienes se reúnen sus niños y estar atento a las señales que indican que algo no anda bien, dice.
“El papel de los padres es estar ahí como amortiguador, ser los que escuchan”.
Eva dice que antes de ser acosadora, era víctima. Los niños mayores le ponían apodos o la sujetaban para demostrarle que eran más fuertes. Dice que es la más pequeña de la familia y sus padres no tenían tiempo para poner atención a lo que ocurría.
“(El acoso) empieza en casa, con los familiares”, dice. “Escuchamos a nuestros primos y tíos hablar mal de alguien. Creemos que es gracioso. Creemos que es cool”.
Eva nunca sufrió las consecuencias por ser acosadora, fuera de las suspensiones. Cree que si alguien le hubiera dicho que estaba mal acosar, habría escuchado. Durante años se preocupó de que alguna de sus antiguas víctimas la invitara a enfrentarse cara a cara en el programa de debates The Maury Show. Aún se siente mal por haber causado dolor.
“No puedo deshacer lo que hice”, dice. “Pero si lo pudiera hacer de nuevo, no haría lo que hice”.
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