Por María Elena Meneses
Nota del editor: María Elena Meneses es profesora e investigadora de temas de medios, internet y cultura digital del Tecnológico de Monterrey. Síguela en su cuenta de Twitter: @marmenes
(CNNMéxico) — Hace algunos meses la escuela de mi hija, la más pequeña, convocó a una reunión extraordinaria con padres de familia. El motivo: alertarnos con evidencias de la creciente incorporación de las redes sociales a la vida cotidiana de los niños menores de 10 años.
Algunos cuentan con más de 500 “amigos” en Facebook, para lo cual falsearon su identidad, pues la red social pide que los usuarios tengan por lo menos 13 años, aunque esto parece una simple advertencia, que bien se puede pasar por alto entre el juego y la falta de información sobre los riesgos que conlleva.
Sobre el vínculo infancia e internet se ciernen desde pánicos morales y sobreprotección, hasta la exaltación de las destrezas digitales de una generación que a menudo deslumbra a los que nacimos en los tiempos de la televisión aérea.
Sin embargo, hay pocos datos fiables que informen a la sociedad de los beneficios y riesgos de los niños hiperconectados. La investigación todavía es dispersa, escasa y se concentra en países desarrollados.
La centralidad de la red en la sociedad afecta a la infancia, la incorporación de la tecnología cada vez ocurre a etapas más tempranas y, pese a lo que pudiera pensarse, no necesariamente por la influencia de compañeros de escuela, sino de los padres. La Convención sobre los Derechos del Niño considera como tales a los menores de 18 años, en México, y según los datos más recientes del INEGI (Instituto Nacional de Geografía y Estadística), el 37% del total de internautas —que equivale a 41 millones— tiene entre 6 y 17 años.
Esto equivale a 15 millones de niños conectados, quienes han incorporado a su vida diaria el uso de dispositivos mediante los cuales acceden a redes sociales y aplicaciones diversas para chatear, jugar o hacer alguna tarea.
Para la Asociación Mexicana de Internet, 3.4 de cada 10 internautas de entre 6 y 17 años usan redes sociales como Facebook y YouTube. No cabe duda que internet y los dispositivos móviles se han convertido en lo que fue la televisión en las últimas décadas del siglo XX, pero con la gran diferencia de que su ubicuidad trastoca espacio y tiempo.
Podemos llevar casi a cualquier parte nuestras relaciones familiares, laborales, amorosas y también el ocio y entretenimiento, lo que provoca una vida mixta, término con el que Sherry Turkle, investigadora del Tecnológico de Massachusetts, se refiere a ese modo de ser y estar en un lugar físico y virtual al mismo tiempo, a través de nuestro teléfono celular.
El acceso generalizado a celulares y tabletas entre los niños es tema de conversación y preocupación también entre maestros, sin tener claro aún si deben permitirlos o no en el salón de clase.
¿Qué efectos tiene la hiperconexión en la vida cotidiana de los niños?
Para conocer las implicaciones de la conectividad, se hace necesario recurrir a sus ámbitos de influencia: familia y escuela.
La reconocida investigadora británica Sonia Livingstone señala en su libro Children and the Internet (Niños e Internet, publicado por Polity Press en 2009), que los padres y maestros no sabemos para qué queremos niños hiperconectados y que mucho menos sabemos manejar la tensión que generan los beneficios de la conexión, como el juego y la creatividad, con los potenciales riesgos que también conllevan.
Los niños, en cambio, señala la investigadora, no le temen a la red, la usan para jugar, hacer la tareas y explorar cosas nuevas. Sin embargo, no se puede soslayar que no todos los niños viven en ambientes que promuevan su desarrollo.
Hasta aquí me he referido a los usos de la red y los dispositivos en niños con relativa ventaja socioeconómica y familiar pero, ¿qué pasa con la infancia en situación vulnerable?
La pornografía infantil y el ciberbullying o acoso a través de internet, son fenómenos preocupantes en todo el mundo. Un estudio de Internet Watch en 2012 identificó y tomó acciones en contra de 12,224 sitios con contenido abusivo contra niños a nivel mundial.
De estos contenidos, el 80% fue tomado de sus sitios originales para ser subido a otros, con lo cual se evidencia el tráfico y manipulación que practican redes criminales de las imágenes disponibles en la red.
La Unión Internacional de Telecomunicaciones señala que 4 de cada 10 niños son contactados por pederastas a través de redes sociales. El Instituto Federal de Acceso a la Información (IFAI) asegura que México ocupa el segundo lugar mundial en pornografía infantil. Todos estos son datos alarmantes que obligan a las autoridades, en sus tres niveles de gobierno, y a los congresos al trazo de regulaciones y políticas públicas destinadas a proteger a la infancia en riesgo.
Corresponde a las empresas actuar con responsabilidad en el manejo de datos personales y, por supuesto, a la escuela, a los maestros, pero sobre todo a los padres de familia, quienes subimos a las redes sociales las fotos de nuestros hijos pequeños, sin el menor cuestionamiento sobre las implicaciones.
Al mismo tiempo de alertar sobre estos fenómenos que afectan a la infancia, es preciso reconocer que toda actividad online tiene su origen en el mundo real, precisión necesaria para los tomadores de decisiones, quienes en ocasiones, por falta de conocimiento, acusan a la red de ser culpable de toda atrocidad posible.
La UNICEF, en su Declaración de los Derechos del Niño en Internet, proclama que se debe procurar que los niños tengan acceso, ejercicio pleno de su libertad de expresión y respeto a su intimidad. Además, adjudica a los padres la responsabilidad de orientar sobre los usos de la red.
En 2012, en su estudio Seguridad Infantil en Internet Desafíos Globales y Estrategias propone una política de información sobre los beneficios y riesgos. Se debe enseñar a los niños a leer las políticas de privacidad y evitar el uso en menores de 13 años.
También conmina a los padres a utilizar controles parentales en videojuegos, redes y sitios de Internet, así como a las autoridades a castigar con contundencia a los criminales que lucran con la infancia.
Mientras en economías desarrolladas se preguntan si la sociedad estará lista en el futuro para responder a la generación de nativos hiperconectados, en países como México tenemos que responder con urgencia a desafíos como la conexión de los niños aún desconectados, incorporar la educación digital desde la educación básica y paralelamente atacar, sin menoscabo de otros derechos, los riesgos nocivos como la pornografía y el acoso, con la finalidad de que internet y los dispositivos digitales que tienen un innegable potencial educativo y creativo, sean significativos para el desarrollo humano de la infancia.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a María Elena Meneses.