Por Paul W. Ragan, especial para CNN
Nota del editor: Paul W. Ragan es director médico del New Life Lodge, un centro para el tratamiento de adicciones a las drogas y el alcohol en Burne, Tennesee. Estudió psiquiatría en la Armada estadounidense, sirvió con los Marines en la operación Tormenta del Desierto, es especialista en adicciones por los Institutos Nacionales de Salud y ha sido profesor asociado de Psiquiatría en el Centro Médico de la Universidad Varnderbilt desde hace 16 años.
(CNN) – Al tratar de entender la mente de un hombre como Ariel Castro, quien está acusado de secuestrar, golpear y violar a tres jóvenes a las que mantuvo cautivas durante más de 10 años, hay que tener presentes dos cosas importantes: uno, en la psicología humana nada ocurre por azar y dos, el perfil que se ha dado a conocer no es inusual.
De hecho, aunque Castro puede ser un ejemplo extremo, hay aspectos de su supuesta patología que son demasiado comunes.
Lo que quiero decir es que las claves para entender a este hombre recaen en su funcionamiento como adulto y en los años de su crecimiento.
El punto es que la supuesta monstruosidad de su comportamiento no surge de la nada. Solo tenemos pruebas parciales en este punto, pero en los próximos días y semanas saldrán a la luz más detalles.
Aunque es imposible psicoanalizar a alguien a distancia, hay muchas claves en este caso. Tenemos reportes de que Castro era violento con su concubina, Grimilda Figueroa, con quien tuvo tres hijos.
Ella reportó a la policía que Castro “(en dos ocasiones) le había roto la nariz y las costillas, le provocó laceraciones, perdió los dientes, tiene un coágulo cerebral, (un tumor inoperable), le dislocó el hombro (en dos ocasiones, uno de cada lado) y este año amenazó con matarla a ella y a sus hijas en tres o cuatro ocasiones”.
La orden de restricción doméstica, que se presentó el 29 de agosto de 2005, indicaba que, aunque Figueroa tenía la custodia completa de sus hijos, Castro “frecuentemente se llevaba a las niñas y las mantenía lejos de la madre, demandante y tutora legal”.
Es importante señalar que a la par de la presentación de la orden de reestricción contra Castro, él supuestamente secuestró a sus tres víctimas.
Los hombres que tienden a controlar totalmente a las mujeres a través del abuso psicológico y físico (y que representan el 90% de los casos), son llamados “agresores”.
Los abusadores masculinos han sido estudiados en dimensiones que incluyen la presencia o ausencia de alcohol y el uso de drogas, también valoran si sufrió de violencia intrafamiliar o algo que trascienda en ese entorno, contemplan la presencia o ausencia de antecedentes criminales, patologías psicológicas, especialmente trastornos de la personalidad.
En el caso de Castro, es posible que conforme envejeció, hizo la transición de la violencia predominantemente intrafamiliar al secuestro de adolescentes a quienes controlaba a través de la violencia física y sexual constante.
No sabemos aún si el abuso de drogas o alcohol jugó un papel en el desarrollo de esas conductas. Sin embargo, la sociopatía parece explicar parte de la psicología de Castro. Al parecer tenía el encanto sociópata que le permitía acercarse a las adolescentes en la calle y convencerlas de que subieran a su auto.
Tenía el instinto que le indicaba cómo aterrorizar psicológicamente, desmoralizar y doblegar a sus víctimas con golpizas, encadenamientos, violaciones y reclusión en el sótano.
Parecía ser adepto a la tortura psicológica al permitir que sus prisioneras miraran las vigilias que la ciudad llevaba a cabo para hacer notar su desaparición. Él participó en esas acciones, incluso, interactuó con un familiar de una de las víctimas.
Su aparente capacidad para mantener una conducta desapegada mientras interactuaba con la comunidad indica una personalidad antisocial.
Así que además de los conceptos de agresión y sociopatía, lo que llama la atención en el caso de Castro es la intensidad del sadismo sexual.
Desafortunadamente, la constante violencia física y sexual dirigida hacia los propios hijos, hijastros o cónyuges, es algo común en las historias de mis pacientes que han sido internados para recibir tratamiento contra una adicción grave a las drogas o al alcohol.
La jurisprudencia registra casos de hombres acusados de secuestrar a mujeres durante horas o días para abusar sexualmente de ellas. Sin embargo, lo que desconcierta del caso de Castro es la amplitud y la profundidad de la violencia sexual que presuntamente cometió contra estas tres mujeres.
Si se le procesa por cada agresión y violación que sus víctimas reportaron, podría enfrentarse a miles de cargos.
¿De dónde surge la gente como Ariel Castro? Los agresores con frecuencia crecen en familias sumidas en el conflicto, el abandono y la violencia.
La teoría básica indica que las experiencias nocivas en la infancia del perpetrador, provocan una interrupción de su maduración psicológica y del desarrollo de su personalidad.
Es muy probable que en las próximas semanas y meses surgirán detalles acerca de los eventos de su infancia que le impidieron desarrollar un ego adulto normal, sano y maduro. Lo que ocurre es que el individuo tiene profundas necesidades emocionales y siente que no es apto para satisfacerlas.
El concepto que tiene de sí mismo está tan trastornado que su autoestima está crónicamente baja y se siente totalmente incapaz de competir en el juego adulto de atraer y conservar una pareja.
Cuando fracasa en sus intentos, su desarrollo moral deteriorado y la falta de empatía, aunados a la ira descontrolada, lo lleva por el camino de la posesión violenta de sus “parejas”.
Sin embargo, ni siquiera la agresión, la sociopatía o el sadismo sexual parecen ser explicación suficiente para la magnitud de los supuestos crímenes que Castro cometió contra estas tres mujeres. De hecho, indican una patología más extendida, como el trastorno de la personalidad sádica, que actualmente está bajo investigación.
Su presunta agresión contra las mujeres vulnerables —tan generalizada y repetida durante tantos años— trascendió la violencia y las perversiones sexuales y presuntamente provocó abortos forzados, inanición y otras formas de control de la conducta.
Necesitaremos estar preparados para lo que revelen los investigadores sobre el verdadero alcance de los horrores que ocurrieron en el número 2207 de la calle Seymour.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Paul W. Ragan.