Por Madison Park
Seúl Corea del Sur (CNN) — La primera vez que abandonaron a Yoon Hee, era una bebé. Nació en un aldea cerca del sagrado monte Baedku, en Corea del Norte, en donde se dice que el fundador del país, Kim Il Sung, encabezó la batalla por la independencia y en donde nació su hijo mayor, Kim Jong Il.
Seis meses después de nacer, sus padres se divorciaron y dejaron a Yoon Hee al cuidado de una amiga. La segunda vez que la abandonaron, Yoon Hee tenía ocho años y había vuelto a vivir con su madre. Un día, su madre dijo que tenía que salir y nunca regresó.
Yoon Hee no tuvo más remedio que vivir sola en Corea del Norte. Hizo lo que muchos niños norcoreanos abandonados hacen: vivir en la calle, casi congelarse durante el invierno, rogar por caridad, comer pasto y llorar amargamente por las noches.
Yoon Hee se quedó en el mismo vecindario en el que vivía su madre en la ciudad de Hyesan, con la esperanza de vivir con ella otra vez. “A veces la encontraba en la calle”, dijo Yoon Hee, “pero nunca sentí cariño por su parte”. La menor recuerda que una vez la encontró y le dijo que “le era difícil sobrevivir estando sola, así que no podía vivir conmigo”. Sin embargo, no se desanimó.
Muerte por electrocución
En medio de las tensiones en la península de Corea, gran parte de los esfuerzos se dedicaban a descifrar la siguiente maniobra del nuevo líder de Pyongyang, Kim Jong Un. Sin embargo, todo esto oculta la crisis humanitaria en Corea del Norte, un país que presume su poderío militar y su capacidad nuclear, pero sin cabida para los huérfanos desamparados.
“Muchos niños como yo mueren”, dijo Hyuk Kim, quien escapó de Corea del Norte en 2011, casi una década después de quedar huérfano. Durante los crudos inviernos, Hyuk y otros huérfanos irrumpían en cobertizos en donde había transformadores eléctricos cerca de las fábricas y mercados en busca de un lugar para dormir. “Muchos niños tocan accidentalmente los transformadores mientras duermen y mueren”, dijo Hyuk, quien pidió que no se mencionara su nombre real por la seguridad de sus familiares que aún viven en Corea del Norte.
Cuando Hyuk dormía acurrucado junto a un transformador, trataba de mantenerse lo más quieto posible y deseaba no moverse mientras dormía. “Pensé que siempre viviría así”, dijo.
Un vistazo a la zona vulnerable
La difícil situación de los huérfanos que han escapado de Corea del Norte llamó la atención de los grupos humanitarios estadounidenses que han cabildeado durante años para facilitar que personas de EU o de otros lugares los adopten.
En enero, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, firmó la Ley para la Beneficencia de los Niños Norcoreanos 2012, con la que se instruye al Departamento de Estado de Estados Unidos para que “defienda los intereses de esos niños”, y que ayude a reunir a las familias y a facilitar las adopciones.
La ley se concentra principalmente en los huérfanos que se esconden en China y otros países. Quienes logran llegar a Corea del Sur reciben educación, una vía a la ciudadanía y hasta la oportunidad de ser adoptados.
Gwak Jong-Moon conoce el dolor que sufren los huérfanos. Es el director de la secundaria Hangyeore, una institución de transición en Corea del Sur que recibe únicamente a niños y adolescentes norcoreanos.
Cada año, cerca de 50 norcoreanos menores de 24 años entran solos a Corea del Sur, según el gobierno de ese país. Estos niños componen solo el 2% del total de desertores norcoreanos que entran al Sur. Algunos huérfanos norcoreanos que sobreviven al peligroso escape de su patria a través de China terminan en internados, dormitorios o casas de asistencia en Corea del Sur.
En Corea del Sur no es común la adopción, pero Gwak dijo que “adoptar es natural y vale la pena”. A principios de este año visitamos la escuela de Gwak y la casa de un pastor que está criando a cinco huérfanos norcoreanos en Seúl. En ambos lugares, conocimos a niños y adolescentes marcados por sus vivencias. Algunos se sienten confundidos por la música popular coreana y por las tareas cotidianas como administrar el dinero y tomar el transporte público.
“Voy a morir”
Poco después de toparse con su madre en la calle, Yoon Hee enfermó. Sola, a los 10 años, yacía en la nieve mientras el gélido invierno llegaba a Corea del Norte. Aunque yació sobre la nieve durante dos semanas, nadie le ofreció ayuda. Cuando ya no podía moverse por el frío, pensó que iba a morir. Yoon Hee se volvería un cadáver más pudriéndose en la calle. Pero recibió ayuda de una mujer que puso algo de dinero en la mano de Yoon Hee y le dijo: “Tienes que sobrevivir”.
En Corea del Norte, a los niños desamparados como Yoon Hee se les conoce como kotjebes o “golondrinas en flor” porque vagan sin las restricciones de las normas sociales del país. Sin padres, familiares ni educación, no están tan expuestos a la propaganda que el Estado les inculca desde la infancia, según los defensores. Cuando escapan a la vecina China, no lo hacen por razones políticas, sino para encontrar alimento.
En un estudio de la ONU de marzo, se descubrió que de los casi 28 millones de habitantes del país, 16 millones carecen de alimento. Peter Jung es una de las personas que trabaja a favor de los huérfanos norcoreanos. En Seúl dirige el grupo Justicia para Corea del Norte, que se describe como una “organización de voluntarios y apartidista” y que se opone a las violaciones a los derechos humanos en Corea del Norte.
Jung conoció a los huérfanos norcoreanos en el norte de China en 1998, cuando fue a aprender mandarín. Jung quedó sorprendido al ver la atrofia y las condiciones de los huérfanos norcoreanos. “Había niños con enfermedades de la piel, con estómagos abultados que se derrumbaban en las calles por la desnutrición”.
Los niños coreanos son entre tres y cuatro centímetros más bajos que los surcoreanos, según un estudio que se publicó en 2009 en la revista Economics and Human Biology. Casi el 28 % de los niños norcoreanos presentan atrofia, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU. Quince años después de conocer a los primeros huérfanos, Jung sigue ayudando a los desertores a escapar y trabaja en una atestada oficina en Seúl.
Abrazos y consuelo
Durante una década, Yoon Hee vagó por las calles de Corea del Norte, durmió en grietas y recogía el arroz que la gente dejaba caer. “Agradecía cada grano de arroz”, dijo. Cada noche se preocupaba por lo mismo: “¿Dónde dormiré hoy? ¿Cómo sobreviviré?”.
En la provincia de Ryanggang, en donde vivía, la temperatura promedio mensual puede ser de menos de cero en los meses de invierno, según el Programa Mundial de Alimentos.
Yoon Hee aprendió técnicas de supervivencia dignas de Los juegos del hambre: dónde encontrar comida, dónde dormir, cómo mantenerse caliente, cómo mantenerse a salvo. Se acurrucaba en un rincón debajo de las ventanas de las casas. “A veces envolvía mis pies con una bolsa de plástico porque hacía demasiado frío”. Dormía acompañada solo por los recuerdos de su madre.
Sobrevivir en una casa nueva
Hyuk perdió a su madre cuando tenía seis años y a su padre cuando tenía 11. Tras la muerte de su padre, vivió con un grupo de seis huérfanos en la provincia de Hamgyong del Norte, en el extremo septentrional del país.
Cuando algo se perdía en el vecindario, la culpa caía automáticamente sobre Hyuk y sus amigos. “La policía automáticamente nos acusaba de robo porque asumían que lo habíamos hecho por no tener padres. Nos golpeaban, nos ataban y nos torturaban. Nadie nos defendía”.
Hyuk, que ahora tiene 21 años, asiste a la secundaria Hangyeore, en donde duerme en un dormitorio con calefacción. La escuela le proporciona tres comidas calientes al día. Es un escenario totalmente diferente al que Hyuk vivió en su infancia. El hambre, el frío y las golpizas por parte de los policías fueron reemplazados por el futbol y el basquetbol.
Los huérfanos norcoreanos que escapan a Corea del Sur a veces se ven en dificultades para adaptarse a un ambiente competitivo. Aunque reconoce que ha sido difícil integrarse, Hyuk dijo: “Estoy muy cómodo, porque puedo hablar abiertamente. Puedo comer, vivir y sobrevivir aquí”.
La mayoría de los norcoreanos escapan a través del río en la frontera del norte con China. Algunos niños de la calle que escapan a China son presa fácil de los traficantes, según los defensores de los derechos humanos.
Las niñas son objeto de comercio sexual o se venden como esposas para los hombres de la China rural. Los jóvenes se venden como hijos a familias chinas que no han podido tener descendencia, dijo Jung, de Justicia para Corea del Norte. China devuelve a los prófugos que atrapa, así que los desertores viven escondiéndose, temerosos de que los apresen y los torturen antes de enviarlos de vuelta a su país.
Escape a través de China
Cuando Yoon Hee entró en la adolescencia cuando estaba en Corea del Norte, empezó a perder la esperanza de reunirse con su madre. Algunos desconocidos le daban dinero, otros se apiadaban de ella y le daban comida, zapatos o ropa.
En 2009, el gobierno norcoreano cambió su antigua moneda por una que tenía el 1% de su valor original. Inmediatamente se agotaron los ahorros de la gente y se desató el caos cuando los precios se volvieron inalcanzables. “En ese entonces, murió mucha gente”, dijo Yoon Hee. “Si abría la puerta de la casa de mi vecino, había gente muerta sobre el piso. Mucha gente se había ido a China; pensé que al menos podría sobrevivir allá”.
Su esperanza de reunirse con su familia finalmente se desvaneció. Así, escapó por primera vez a China. Durante el invierno, el río fronterizo se congela y permite un escape rápido. La policía local china la atrapó tres veces y cada vez la enviaron de vuelta a una prisión norcoreana. La golpearon con los puños y con palos, y la patearon, recuerda. Sin embargo, siempre la liberaban.
A principios de 2010, escapó por cuarta vez y finalmente conoció a Daniel Park gracias a una red clandestina de activistas y misioneros cristianos. La red recibe financiamiento de donadores y ministerios, y emplea a intermediarios que ayudan a los refugiados a cruzar hacia China, usan sus contactos y sobornan a los funcionarios y a las autoridades fronterizas.
La red llega a Laos, Tailandia y Vietnam, países cercanos a China en donde las autoridades no repatrían a los norcoreanos. Desde allí, los norcoreanos tratan de llegar a una embajada surcoreana, desde donde los envían a Seúl, o buscan refugio en la embajada de países como Canadá, Gran Bretaña o Estados Unidos.
Yoon Hee se quedó con Park y su familia en la provincia de Zheijiang en China, lejos de la frontera con Corea del Norte. “Era brillante a pesar de haber sufrido tanto”, dijo Park al describir la primera impresión que tuvo de la huérfana.
Una más de la familia
En Seúl, Yong Hee sale de su habitación vestida con unos pantalones de mezclilla, un chaleco rojo holgado y las uñas pintadas de color rosa brillante. Se encorva ligeramente y responde a los frecuentes mensajes que recibe en su teléfono.
Con sus ojos almendrados, su blanca piel y su cabello negro y sedoso, Yoon Hee tiene rasgos altamente apreciados en Corea del Sur, un país que está obsesionado con la belleza y la juventud. Con 19 años, fácilmente la pueden confundir con una estudiante de secundaria. Yoon Hee mide menos de 1.50 metros. Vive con Park, su esposa, sus dos hijos pequeños y otros cuatro niños norcoreanos.
A veces, Yoon Hee habla con soltura acerca de su vida. Sin embargo, hay algunas preguntas que prefiere no responder. Dos años después de su llegada a Seúl, sus días están llenos de actividades: estudia y tiene un trabajo de medio tiempo. A veces, sueña con su madre aunque no la ha visto ni ha hablado con ella en más de una década. “Preferiría amarla que culparla”, dijo Yoon Hee, “aunque no fui amada”.