Melanie Servetas abandonó California para vivir en Brasil con Claudia Amaral, el "amor de su vida".

Por Moni Basu, CNN

(CNN) — Melanie Servetas vivía el sueño americano. Tenía un salario de seis cifras como ejecutiva de Wells Fargo, un Jaguar y una casa de tres recámaras en el soleado sur de California. Luego se enamoró.

Conoció a alguien de Brasil a través de un servicio de citas en línea. Chatearon e intercambiaron llamadas telefónicas durante cinco meses; luego decidieron que querían unirse. Entonces se complicó la historia de amor.

La pareja de Servetas es una mujer, Claudia Amaral. Si fuera hombre podrían casarse y solicitar la admisión de la brasileña a Estados Unidos para después buscar la residencia permanente.

Pero las leyes actuales no permiten que un ciudadano estadounidense respalde la ciudadanía de su compañero si es del mismo sexo. Al menos 30,000 parejas se encuentran en esta encrucijada entre dos debates nacionales: la Ley de Defensa del Matrimonio (DOMA, por sus siglas en inglés) de 1996 y la reforma inmigratoria.

Aún si Servetas se casara con Amaral en el distrito de Columbia, uno de los 12 estados de Estados Unidos que permite el matrimonio gay, su unión sería invisible para las leyes de inmigración. Amaral no obtendría la ciudadanía por la ley DOMA, que prohíbe al gobierno federal reconocer los matrimonios del mismo sexo.

Así que Servetas, de 48 años, renunció a su vida en Estados Unidos y se trasladó a Brasil, donde creó una compañía de tecnologías de la información. La empresa está luchando y ella extraña su país. Pero no puede imaginar su vida sin Amaral.

“Nuestra vida está rodeada de incertidumbre. Vivimos en el limbo todo el tiempo”, dice, porque no saben si extenderán su visa de trabajo en Brasil. Cada noche se va a dormir preocupada por la posibilidad de que en la mañana sea separada de la mujer que ama.

La Corte Suprema emitirá una decisión sobre la DOMA en cualquier día. Si la justicia falla en contra de la legislación, las parejas binacionales ganarán derechos inmigratorios y civiles.

Patrick Leahy, senador demócrata por Vermont, propuso una enmienda para la reforma inmigratoria en el Senado que permitiría a las parejas gais obtener equidad.

Steve Ralls, vocero de Equidad Inmigratoria, una organización que ha trabajado en el tema durante dos décadas, dijo que por primera vez la comunidad LGBT está optimista respecto a que la política de inmigración será menos discriminatoria.

“Ahora mismo estamos estancados en una carrera para ver quién resuelve el problema primero”, consideró Ralls. “Si la iniciativa en el Senado está por recibir el voto final y no tenemos un fallo de la Corte, o tenemos una resolución negativa, entonces la enmienda (de Leahy) se vuelve absolutamente importante para las parejas binacionales”.

Sin embargo, esta iniciativa no es bien vista entre los conservadores e incluso entre legisladores más liberales, pues consideran que podría afectar el avance de toda la reforma. Las oportunidades de que pase la enmienda de Leahy, dicen activistas, es prácticamente nula.

En cualquier caso, si la Corte Suprema falla contra la DOMA, la enmienda inmigratoria será insignificante.

“No puedo dormir pensando en esto”, cuenta Servetas desde su casa en Río de Janeiro.

Una pareja con hijos

En 2000 se introdujo en el Congreso la primera iniciativa para reconocer los matrimonios homosexuales para propósitos de ciudadanía. Desde entonces, muchas parejas han tenido que separarse o tomar decisiones difíciles como Servetas y dejar su hogar.

En Atlanta, la nepalesa Satyam Barakoti, de 36 años, se ha esforzado por tener una vida normal a pesar de que la nube negra de la inmigración se posa sobre ella.

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Barakoti y su pareja, Tonja Holder, han estado juntas desde hace cinco años y dirigen una consultora sin fines de lucro. Compraron una casa y Barakoti está a medio embarazo. (Más de 17,000 niños en el país son criados por parejas binacionales).

Holder y Barakoti ya eligieron nombres: Kabir si es niño y Annapurna si es niña.

Pero para febrero próximo, la visa de trabajo de Barakoti —conocida como H-1B— expirará y probablemente tenga que dejar Estados Unidos. Holder no puede respaldar su residencia permanente, mejor conocida como green card.

El bebé de Barakoti será estadounidense, pero según le ley actual, un niño no puede patrocinar la ciudadanía de sus padres sino hasta los 21 años.

“Estamos esperando a ver qué pasa en la Corte Suprema. Nuestras posibilidades son muy vagas”, dice Barakoti.

Podrían irse a vivir a Nepal, pero sería difícil para Holder. Ella tiene 47 años, vive en Atlanta y no haba nepalí. Las dos han discutido irse a vivir a otra parte, quizá a un país amigable con los inmigrantes, como Canadá.

“Vayan hacia el norte”

Scott Titshaw, un profesor de Derecho que trabaja en la Universidad Mercer y es especialista en leyes inmigratorias, describe los casos de “exilio por amor” como una de las pocas instancias para las cuales da este consejo: vayan hacia el norte.

“El matrimonio es tan importante como la ley inmigratoria”, dice Tishaw.

Canadá es uno de los principales destinos para las parejas binacionales del mismo sexo provenientes de Estados Unidos por su cercanía y su sistema inmigratorio. El país se basa en un programa de puntos para decidir quién puede vivir y trabajar ahí.

Los solicitantes reciben puntaje según su nivel de educación, experiencia laboral e idiomas. Si solo uno de la pareja califica para obtener un nuevo estatus inmigratorio, puede respaldar al otro.

Shehan Welihindha, un hombre de 31 años originario de Sri Lanka, vive junto a su esposo Ryan Wilson, de 29, en Carolina del Sur, en estado que prohíbe el matrimonio entre personas del mismo sexo. Ellos fueron de las primeras siete parejas que se casaron en Maryland en Año Nuevo, luego de que el estado aprobó las uniones homosexuales.

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Pero ahora, con la próxima expiración de la visa de estudiante de Welihindha, están considerando irse a vivir a Canadá.

El joven vio cómo su hermano obtuvo la ciudadanía cuando se casó con una mujer estadounidense. Su hermana menor también se casó con un estadounidense y al poco tiempo recibió su green card. Pero en su caso, cuando su permiso termine, tendrá que encontrar un trabajo en una compañía que acceda a patrocinarlo o bien deberá irse.

“Cuando pensamos en la graduación o en empezar una familia, volvemos a la misma conversación sobre inmigración”, dice Welihindha desde su casa en Columbia.

Antes que el país, el compromiso

Al menos 31 países reconocen las uniones entre parejas del mismo sexo para fines inmigratorios. Algunos, como Gran Bretaña, aún no han legalizado las uniones gay, pero ya reconocen a las parejas.

Por eso Brandon Perlberg, de 35 años, abandonó su carera de leyes en Nueva York y se trasladó a Londres con su compañero, Benn Storey. Aunque el estado de Nueva York aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo en 2011, la boda no representaría un freno a la expiración de la visa de Storey.

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“No hay mayor compromiso que renunciar a tu país”, dice Perlberg. “Ese es el valor que supuestamente protege DOMA. ¿Acaso el matrimonio no trata de lo sagrado que es el compromiso?”.

Perlberg está enojado con su país por tener que abandonar todo y empezar de nuevo en una tierra extranjera.

La profesora de Psicología, Nadine Nakamura, investiga a personas como Perlberg y el costo emocional de vivir en el exilio para preservar una relación.

“Toda esa situación de no saber qué te espera en el futuro y en cierta forma tener que contener el aliento hasta que los políticos o la Corte Suprema tomen una decisión genera mucha ansiedad”, dice Nakamura, profesora en la Universidad de La Verne, en el sur de California. “Muchas parejas binacionales del mismo sexo han tenido dificultades para saber cómo será su futuro”.

Barakoti dice que ella ha vivido con ansiedad desde que llegó a Estados Unidos, en 2001, con todos los trámites para solicitar una visa temporal. La consumió tanto, que decidió no preocuparse por eso más. Ella y Holder están preparadas en caso de que la decisión de la Corte no les favorezca.

“Lo que sea que nos den, nos las arreglaremos”, dice.

Solo saben una cosa: Sin importar qué pase, encontrarán la forma de estar juntas. Pero nadie, dicen, debe tener que escoger entre el amor o su país.