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Por Jon Acuff, especial para CNN

Nota del Editor: Jon Acuff es un conferencista y autor de cuatro libros, incluyendo “START”, éxito de librería del New York Times. Acuff también es el autor del popular blog Stuff Christians Like.net.

(CNN) – Nunca antes nos han acusado a nosotros los cristianos de ser divertidos.

Nadie ha dicho que somos un grupo de personas lleno de risas.

Ningún ateo ha dicho, “Puede ser que yo no ame a Jesús, pero sus seguidores ¡sí saben pasarla bien!”

Aún así, en mi historia favorita de la Biblia vemos en realidad cómo Jesús nos describe exactamente lo contrario.

Si eres cristiano, seguramente has oído la parábola del Hijo Pródigo en el Evangelio de Lucas, a la cual se ha hecho referencia en aproximadamente 42 millones de sermones. Aunque si no la conoces, permíteme que te la resuma.

Un joven le dijo a su padre, quien representa a Dios, “Quiero mi herencia”. El equivalente cultural sería decir “¡Ojalá estuvieras muerto!” El padre le da el dinero. El hijo inmediatamente se dirige a la costa de Jersey, y celebra la noche con cuatro bebidas Loko y música electrónica. [No es una traducción directa]

Después de malgastar todo el dinero y despertar en una pocilga, el hijo elabora un plan. Regresará a casa, pedirá perdón y se dispondrá a lo que su padre considere hacer. Su mayor esperanza es que su padre le permita ser un sirviente. Él no podía siquiera imaginar quedarse con el título de “hijo”.

Él regresa a casa esperando castigo, pero en lugar de eso, algo extraño ocurre.

El padre lo ve desde la distancia y se apresura hacia él. Corre hacia él y lo abraza. Antes de que él pueda siquiera terminar de pedir perdón, el padre ya ha empezado a planear lo que menos se imagina.

Una fiesta.

En lugar de castigo, él recibe una fiesta.

La idea de que Dios arregla los problemas con fiestas es una locura.

¿Quién hace eso?

La vida no funciona así. Imagina que arruinaste todo en el trabajo. Tu jefe te llama y te dice, “¡Johnson, perdiste nuestra cuenta más grande! Acabas de hacer que la compañía pierda más de tres millones de dólares. ¿Sabes qué me dan ganas de hacer? ¡Una fiesta para ti!”

O piensa en esto en el contexto de un matrimonio. ¿Alguna vez has tenido una discusión con tu cónyuge? No una falsa discusión, sino una que te manda a dormir en el sofá.

Entras a la cocina y tu esposa está haciendo ese movimiento de “lavado de platos” que todos hacemos cuando estamos enojados. Simplemente está fregando ollas y sartenes bruscamente, con un aire de venganza, murmurando todo el tiempo.

Te acercas a ella lentamente y dices, “Oye cariño, ¿cómo te sientes esta mañana?” Sin voltearte a ver, ella respira profundo y dice, “Realmente heriste mis sentimientos. Anoche, de verdad me sorprendiste con lo que hiciste. Mi mamá tenía razón sobre ti. Estoy muy molesta y decepcionada. ¡Todo esto me hace querer traer un saltarín inflable y organizar una gran celebración en tu honor!”

Eso sería absurdo.

Nuestras peores faltas no terminan en fiestas, pero en esta historia de la Biblia, así fue.

Cuando tenía la oportunidad de hablar con un grupo de personas, la imagen que Jesús daba de su Padre era la de alguien que hace fiestas y recibe a los pecadores dándoles la bienvenida a casa.

¿Qué pasaría si los cristianos fueran así?

¿Qué pasaría si las iglesias se convirtieran en el lugar donde los fracasos encuentran nuevos comienzos?

¿Qué pasaría si nos conocieran por nuestras fiestas, no por nuestros Fariseos?

Todo esto parece una locura, pero no creo que sea imposible.

Los cristianos deberían ofrecer esperanza a cambio de sufrimiento, lo nuevo a cambio de lo viejo, y fiestas en vez de dolor.

¿Ya hemos llegado hasta ese punto?

No, tenemos un largo camino por recorrer. Aún hay mucho por resolver, y mucho progreso por hacer.

Sin embargo, cuando piensas en la historia del hijo pródigo, espero que recuerdes algo.

Dos personas se movieron.

Una caminó.

Otra corrió.

Nosotros los pródigos somos los que caminamos.

Aún tenemos un Dios que corre.

Él está listo para hacer una fiesta.

(Las opiniones expresadas en esta columna corresponden exclusivamente a Jon Acuff)