Por Karl Penhaul
SOFÍA, Bulgaria (CNN) — Los padres biológicos de “María”, la niña rubia que vivía con otra pareja romaní en Grecia, quieren recuperar a su hija.
Saska Ruseva y su esposo, Atanas Rusev, visitaron la capital de Bulgaria, Sofía, para su primera entrevista televisiva, luego de que las pruebas de ADN revelaron que ellos eran los padres de la menor.
En Nikolaevo, el pueblo romaní donde viven, en el centro del país, no hay luces y su casa está hecha de adobe.
“Ella es mi niña. Yo soy su madre. La amo. Yo la di a luz. Yo le diría a María que soy su madre. Este es tu padre”, dijo Sashka a CNN. “Voy a cuidar de ella. Es mía. Ustedes no pueden cambiar ese hecho”.
La policía de Bulgaria investiga a los Rusev por sospechas de que vendieron a María para una adopción ilegal. Christos Salis y Eleftheria Dimopoulo, los griegos romaníes que cuidaban de la menor, fueron acusados de secuestro.
Ambas parejas niegan las acusaciones. Ruseva insiste en que dejó a María en Grecia porque ella era demasiado pobre para darle de comer, pero que no recibió ningún pago por su hija.
“La gente dice que recibí 400 levas (310 dólares), pero ¿cómo iba a recibir dinero? Ellos siguen diciendo eso en la televisión ¿Crees que yo vendería mi hija por 400 levas?”, dijo a CNN. “Me gustaría construir una casa. No tengo una casa propia o una cama de verdad. Nada. No he recibido nada. Soy muy pobre”.
Hablar con Ruseva mediante un traductor es un poco complicado. Ella, como la mayoría de sus vecinos romaníes, solo habla un poco de búlgaro. Su lengua materna es un dialecto turco mezclado con algunas palabras romaníes y búlgaras.
Pero poco a poco, explicó la serie de eventos que terminaron con el abandono de María con un desconocido en Grecia.
Ruseva dijo que ella y su marido se fueron a Grecia en 2009 en busca de un trabajo en el campo. Ella dijo que dejó a su hija mayor, Katia, quien ahora tiene 20 años, se quedó a cargo de la familia mientras la pareja estaba ausente.
Ruseva dice que estaba tan delgada que no se dio cuenta que estaba embarazada de María. “Ni siquiera tuve panza”, dijo.
María, a quien Ruseva llamó Stanka, nació en un hospital en la ciudad griega de Lamia, a unos 70 kilómetros de Farsalia y del campamento romaní donde fue descubierta a principios de este mes.
Ruseva dice que pasó tres o cuatro días en el hospital. Ella cree que es donde comenzaron sus problemas.”Los médicos en el hospital no me dieron ningún documento. Si me los hubieran dado podría haberme llevado a mi hija a Bulgaria”, explicó.
“Yo no sabía el idioma. Los médicos dijeron algo así como “váyase” y tomé a la bebé y me salí”, dijo.
Ruseva contó que cuidó a su bebé durante siete meses, alimentándola mientras su esposo tomaba varios trabajos, como cosechar frutas y verduras.
Según la pareja, los tiempos eran tan difíciles que pasaron muchas noches durmiendo en las calles de Lamia o en los campos de olivares, con la recién nacida.
Siete meses después de que María nació, los Rusev fueron contratados para recoger naranjas durante un par de días en la ciudad de Patras. Ahí, Sashka Ruseva conoció a una mujer que notó su pobreza y su incapacidad para cuidar a María.
“Una mujer se me acercó y me dijo que era búlgara, no griega. Ella me dijo que si yo quería que ella se hiciera cargo de mi bebé, que podía regresar y recogerla después”, dijo Ruseva. “Me dio su número de teléfono y cuando regresamos a Bulgaria la llamamos. Tratamos de comunicarnos pero el teléfono estaba apagado”, agregó.
Autoridades policiales de Bulgaria y Grecia han sugerido que Ruseva se reunió personalmente con la pareja romaní acusada de secuestro y entregó a su bebé.
Los abogados defensores de Salis y Dimoupolou dicen que sus clientes vieron a Ruseva. Pero ella los desconoce.
“¿Quién es Christos Salis? No he conocido a esas personas”, dijo.
Aunque niega conocer a la pareja griega romaní, Ruseva no recuerda muchos detalles acerca de la mujer que recibió a María.
“No tengo idea de cuál era su nombre. Yo no le pregunté y ella no lo dijo. Esa mujer dijo que podía dejar a mi niña aquí y que iba a cuidarla como si fuera su madre. Yo confié en ella”, dijo Ruseva.
“La mujer se veía bien. Su piel no era demasiado pálida, parecida a nosotros. Era rubia. Con el pelo teñido de rubio”.
A pesar de las lagunas en su historia, Ruseva dice que ella recuerda con claridad el momento en que se despidió de María: “Le di un beso. Yo estaba llorando. Me preocupaba. Mi corazón se estaba rompiendo”.