Nota del editor: Paul Begala, estratega Demócrata y colaborador político de CNN, fue asesor político durante la campaña presidencial de Bill Clinton en 1992 y fue consejero de Clinton en la Casa Blanca.
(CNN) – Existen ciertos momentos de orgullo de padres que uno sabe que se acercan: las primeras palabras de sus hijos, sus primeros pasos, su primera cita. Y luego hay otros que lo ciegan. Como este: La noche anterior al funeral de Nelson Mandela, mi hijo de 13 años dijo, “Papá, me despertaré a las 4 para ver el funeral de Mandela”.
Me enorgulleció que él estuviera tan inspirado. Él es todo un astro de baloncesto que vive de ESPN. Y ahora se quiso levantar en mitad de la noche para ver CNN. Gran éxito.
Y cuando el presidente Obama habló en nombre de nuestra nación, yo estaba muy agradecido de haber escuchado sus comentarios en vivo. Obama denotó la extraordinaria capacidad del presidente Mandela para despertar el activismo. A través de los océanos, a través de los continentes, a través de las divisiones raciales, a través de las generaciones, Mandela esparció lo que Robert F. Kennedy describió a la gente sudafricana como “oleadas de esperanza”.
Una de esas oleadas de esperanza inspiraron a un delgado chico universitario con un nombre curioso que estaba más interesado en recuperar notas que en la revolución. “Hace más de 30 años”, Obama dijo, “cuando aún era un estudiante, aprendí de Nelson Mandela y las luchas que surgieron en esta tierra hermosa, y revolvió algo en mí. Me despertó a mis responsabilidades hacia los demás y hacia mí mismo, y me puso en un viaje poco probable que me trajo aquí hoy”.
Lo mismo digo. A diferencia de nuestro presidente, siempre estuve interesado en la política. (Como atleta, era pequeño pero lento). Pero en la Universidad de Texas, ocurrió algo más profundo. La Alianza Estudiantil Negra erigió chabolas en el West Mall. Desafiaron a sus compañeros Longhorns a asumir la responsabilidad de la UT en el apartheid. El legado de la universidad, que funcionaba gracias a miles de millones de petrodólares, invertía en empresas que realizaban negocios en Sudáfrica.
Esto significaba que mi matrícula ridículamente barata estaba de alguna forma financiada con las ganancias que apoyaban el apartheid. Aprendí nombres como Biko, Tambo, Sisulu, Tutu y, por supuesto, Mandela. Más importante aún, aprendí, como el Reverendo Martin Luther King Jr. enseñó, que “la injusticia en cualquier parte es una amenaza a la justicia en todas partes”, que todos estamos unidos en “una prenda del destino sin costuras”.
Era emocionante ser parte, aunque fuera infinitesimal, de algo mayor que yo. Incluso entonces, con mi gobierno del lado del apartheid, sabía que los estudiantes estábamos en el lado correcto de la historia. Guardé mi camiseta de “Liberen a Nelson Mandela” todos estos años.
Esta semana, la saqué y se la mostré a mis hijos. Les conté acerca del movimiento en contra del apartheid y cómo, años después, me uní con el Presidente Clinton en una reunión en la Casa Blanca con Mandela, el prisionero que se convirtió en presidente. Hablamos acerca de la confianza que viene de saber que uno está en el lado correcto de la historia.
Es esa misma confianza que, creo, se encontraba detrás de la decisión de Obama de estrechar la mano del líder cubano Raúl Castro.
El hermano de Raúl, Fidel, había sido un firme partidario del Congreso Nacional Africano de Mandela, incluso cuando Estados Unidos se encontraba del lado incorrecto de la historia. Y Mandela nunca olvidó a un amigo. Esto no excusa el horrendo expediente de derechos humanos que tiene la dictadura de Castro. Con su opresión, censura, guerra de décadas de duración contra los derechos democráticos básicos, Fidel Castro fue el anti-Mandela.
Creo que Obama estrechó la mano de Raúl Castro por la misma razón que Reagan estrechó la de Gorbachov o por la que Mandela estrechó la de F. W. de Klerk, el último presidente del apartheid en Sudáfrica: porque sabe que se encuentra en el lado correcto de la historia.
Hace años, acompañé a Clinton a una reunión de la Organización Mundial del Comercio en Ginebra. Momentos antes de que el Presidente fuera a hablar, me asomé a la audiencia, me quedé sin aliento y corrí de vuelta a la sala de espera de Clinton. “Señor Presidente”, dije con gravedad”, Fidel Castro se encuentra en primera fila”. Nadie nos había dicho que Castro se encontraría allí. Clinton permaneció imperturbable. “Bien”, dijo. “Tal vez aprenda algo”.
Clinton se presentó ante Castro y los demás líderes mundiales reunidos y habló con seguridad acerca de “una idea revolucionaria: que la libertad, los gobiernos libremente elegidos, los mercados libres, el libre flujo de las ideas, la libre circulación de personas (es) la ruta más segura para una mayor prosperidad para el mayor número de personas”.
Dudo que Fidel haya de hecho aprendido mucho del discurso de Clinton. Y no soy tan ingenuo como para creer que Raúl Castro emulará a Mandela simplemente porque Obama estrechó su mano. Pero sí creo en el poder transformador e impredecible de enviar una oleada de esperanza desde el lado correcto de la historia. Y me emocionó que la oleada de esperanza de Obama alcanzara a un somnoliento estudiante de séptimo grado en la oscuridad previa al amanecer, mientras miraba cómo el arco del universo moral se inclinaba hacia la justicia.
Las opiniones expresadas en este comentario pertenecen únicamente a Paul Begala.