Por Erin McLaughlin, CNN

(CNN) — Quienes conocían a Andrea Quintero la describieron como una persona de alma amable y una católica devota.

Era transgénero y no tenía hogar; salió de Colombia con destino a Italia en busca de una sociedad que la aceptara como era: un hombre que se sentía como mujer.

Sin embargo, en Roma todo fue igual. De hecho fue peor. Dijo que su brazo paralizado y su notoria cojera eran la prueba de las golpizas constantes que soportaba cuando vagaba por la estación principal de trenes en Roma. A pesar de los abusos, esperaba lo mejor.

“Sueño con conocer a un chico que tenga dinero y que me permita abandonar esta vida tan terrible”, dijo Andrea en entrevista con un diario italiano. Ese sueño nunca se haría realidad. El 29 de julio de 2013, se encontró el cuerpo de Andrea; la habían matado a golpes en la plataforma 10 de la estación.

Ese mismo día, durante un vuelo desde Brasil hacia el Vaticano, el papa Francisco pronunció cinco palabras sobre la homosexualidad que han definido su papado: “¿Quién soy yo para juzgar?”. La respuesta fue indicio de un cambio en la relación entre la Iglesia católica y la comunidad gay. Dijo que aunque la homosexualidad sigue siendo pecado, no se debe marginar a las personas gay.

John Allen, analista del Vaticano para CNN, dijo: “En general lo que se verá es una Iglesia mucho más compasiva y tolerante, particularmente respecto a los gays y a las personas transgénero; sin embargo, lo preocupante es que la gente confunda esa compasión con un cambio en la doctrina de la Iglesia que ya no obstaculizará los esfuerzos de asistencia”.

Unos meses después de la muerte de Andrea, su cuerpo seguía en la morgue sin que lo reclamaran. Los trabajadores de una organización benéfica local decidieron que era necesario reconocer a Andrea con un funeral católico. Un sacerdote de la Chiesa del Gesu, una de las iglesias jesuitas más prominentes de Roma, le abrió las puertas.

“Con el papa Francisco tenemos valor, tenemos entusiasmo”, dijo el padre Giovanni La Manna, quien ayudó a organizar el funeral. “No tenemos excusa. Fuimos llamados a abrir nuestro corazón”.

Los trabajadores de las organizaciones benéficas, funcionarios del gobierno e incluso el alcalde de la ciudad asistieron a rendir su tributo. El ataúd de Andrea yacía ante los impresionantes frescos de la iglesia. Se celebró una misa católica en su memoria.

Entonces, ocurrió algo que asombró a quienes estaban dentro de la iglesia. Durante la misa, el sacerdote reconoció a Andrea como “Ella”.”Hasta este momento la Iglesia católica no nos había reconocido”, dijo Vladimir Luxuria, activista transgénero que asistió al funeral. “Es como si la Iglesia católica dijera: ‘Los vemos de la misma forma en la que ustedes se sienten’”.

Aunque el sueño de Andrea de casarse de blanco en la iglesia nunca se hizo realidad, al menos la religión en la que creía tan profundamente la aceptó al morir.