Por Isabel C. Morales, CNN

Nota del Editor: Isabel Morales de CNN en Español recibió una beca de investigación para reportar esta historia del Centro Internacional Para Periodistas.

El Progreso, Honduras (CNN) — Corina Montoya llora mientras sostiene a su nieta en sus brazos.

Angie cumplirá 2 años pronto. Ella sólo tenía 18 días cuando su padre se fue de casa en El Progreso, Honduras. Nadie sabe nada de Héctor Rivas desde que se dirigió posiblemente a Estados Unidos en el 2012 con el sueño de comprar un taxi, enviar dinero a casa y darle a su recién nacida una vida mejor.

El celular que la familia utilizaba para contactarlo dejó de funcionar.

“Yo lo llamé miles de veces… sonaba y sonaba (el celular), después decía que estaba fuera de servicio”, detalló.

Ahora su familia teme que sea uno de los miles de emigrantes que han muerto en la peligrosa travesía al norte. Se ha vuelto más peligroso a medida de que la seguridad crece a lo largo de la frontera Estados Unidos-México, pero eso no detuvo a Rivas y a otros como él de tomar el riesgo. Aquí, él sólo ganaba 304 dólares mensuales trabajando para un negocio de aceite de cocina.

“Siempre me decía, ‘mami dame dinero que me quiero ir para Estados Unidos’. Yo no quería que se fuera de mojado sabiendo de todos los riesgos que podría enfrentar”, dijo la madre.

Rivas podría haber tomado cualquier camino a los Estados Unidos; todos son peligrosos, aunque cruzar por el desierto de Arizona sobresale por su crueldad.

“Todo lo que hemos hecho ha sido en vano, noticieros, morgues, cárceles, juzgados, y no está”, dijo Montoya

Al menos 350 personas de El Progreso han desaparecido supuestamente en su recorrido desde el país centroamericano hacia los Estados Unidos, según Cofamicro, una organización hondureña de voluntarios que tratan de ayudar a las familias a encontrar a sus parientes.

Antes, todo lo que estas familias podían hacer era esperar y preguntarse. Pero ahora tienen otra opción.

Esa es la razón por la que hoy, muchos se reúnen dentro de una gran sala comunitaria en El Progreso.

Mujeres como Montoya se sientan en mesas alrededor de un salón, y responden a una serie de preguntas del Equipo Argentino de Antropología Forense, EAAF. Luego, extienden sus manos.

Técnicos pinchan sus dedos con agujas, luego los presionan en un pedazo de papel.

Para Montoya, el pequeño círculo rojo de sangre que queda en el papel es la más reciente manera de hacer la pregunta que desesperadamente se ha estado planteando durante casi dos años: ¿Dónde está mi hijo?

‘Los primero pasos’

Mercedes Doretti es la directora del Equipo Argentino de Antropología Forense, EAAF ubicado en Nueva York, que recoge muestras de ADN de familiares y cadáveres no identificados con la esperanza de que correspondan entre sí.

“Es un gran desafío”, dice, “y apenas estamos dando los primeros pasos”.

Algún día, ojalá sea pronto, Mercedes Doretti podría tener una respuesta para Montoya, en la búsqueda de su hijo.

Durante décadas, ella ha ayudado a liderar un equipo de investigadores en algunos de los lugares más violentos y ambientes más severos del mundo. Su misión: resolver los misterios de las personas desaparecidas que son víctimas de crímenes violentos o tráfico humano.

EAAF, comenzó como un grupo dedicado a identificar los cuerpos de disidentes asesinados desde 1976 hasta 1983 durante la brutal dictadura militar de Argentina.

En el transcurso de los años, expandieron sus investigaciones a otros países, entre ellos México, donde primero crearon una base de datos que abordaba la muerte de emigrantes mientras investigaban asesinatos en Ciudad Juárez.

Hace más de cuatro años, ellos se enfocaron en otra región peligrosa: el desierto de Arizona, donde las autoridades dicen que más de 2.000 emigrantes han sido encontrados muertos en los últimos 13 años, muchos de ellos sin ninguna identificación.

El grupo ha tomado más de 1.700 muestras de ADN de familias en México, El Salvador, Honduras, Costa Rica y Guatemala. Hasta ahora, han identificado 65 cuerpos.

Doretti dijo que aún se trata de una tarea abrumadora. Incluso cuando dos muestras corresponden, es una victoria agridulce.

“Esto nunca es un final feliz. Solo tratamos de reducir el tiempo que las familias deben prolongar su dolor”, dijo Doretti.

En una habitación fría y estéril en Arizona, jefe médico forense del condado de Pima, Gregory Hess está dando otro paso.

Cuando los restos de los emigrantes son encontrados en el desierto de Arizona, los investigadores los traen a esta morgue, donde Hess y su equipo determinan cuál fue la causa de muerte y tratan de identificar los cuerpos.

Casi todos los días, dice, la morgue obtiene un nuevo conjunto de restos encontrados en el desierto. Algunos son cuerpos cuyos rasgos faciales y sus características físicas están en su mayoría intactas. Otros son poco más que huesos. Todos son etiquetados, colocados dentro de bolsas plásticas y almacenados en una gran bodega de temperatura controlada, donde el aire frío y el hedor a podredumbre se filtra cada vez que se abre la puerta.

Ellos revisan los cuerpos metódicamente, buscando documentos o pertenencias para crear un archivo del caso para la identificación futura, pero a veces, no obtienen muchas pistas.

Hoy, hay tres cráneos en la mesa delante de Hess; él dice que estos son restos que podrían ser de migrantes que murieron en el desierto.

En la pared a su lado, un póster describe el problema de las personas desaparecidas y no identificadas, calificándolo de ser un “desastre masivo silencioso”.

En este punto, es demasiado pronto para determinar de quién son los restos que están en la mesa.

“Si no hay propiedad personal, ¿entonces cómo identificas de quién es el cráneo? Eso es difícil”, dice. “La única manera para que esos suceda es a través del ADN. Pero tú puedes tomar todo el ADN del mundo, más si no tienes con qué compararlo, no te sirve de nada”.

Peligros del desierto

El año pasado, los restos de 169 emigrantes llegaron aquí. Las autoridades dicen que el número de muertes en el desierto ha crecido a media que la seguridad a lo largo de la frontera ha aumentado después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001.

La seguridad reforzada cuyo objetivo era bloquear la inmigración ilegal en la frontera ha obligado a los migrantes de México y Centroamérica a cruzar en localidades más remotas y peligrosas.

Para los emigrantes, lograr llegar al otro lado de la frontera es solo parte del traicionero viaje.

“En el desierto se va a encontrar con animales salvajes, se van a encontrar perdidos, hasta la misma vegetación es hostil… pasan muchas cosas en la desierto”, dijo Alfonso de Alba, vicecónsul del consulado de México en Tucson, Arizona, donde los oficiales frecuentemente se ven envueltos en el proceso de intentar identificar los cuerpos de emigrantes que han perecido en el camino.

También está el riesgo de robos, violaciones y golpizas por parte de bandidos o contrabandistas, dice el personal del consulado.

Muchas muertes de emigrantes son el resultado de las temperaturas de 3 dígitos en el verano y

temperaturas bajo cero en el invierno, dice Hess. Sólo el 1% de las muertes ocurren a causa de la violencia.

Jerónimo García, un empleado del consulado que se ha convertido en la persona a la que acuden las autoridades estadounidense cuando se trata de encontrar pistas de las identidades de los inmigrantes, dice que le ha advertido a muchos que no hagan el viaje.

“Nunca se puede llevar suficiente agua con usted”, dijo. “Les digo a los inmigrantes que no le entreguen la vida al desierto, al coyote; ellos no los miran como humanos, los miran como dinero”.

Aun así, los inmigrantes siguen viniendo, y la lista de restos no identificados en la morgue del condado de Pima sigue creciendo.

Muchos de estos inmigrantes no portan identificación y muchas veces sus cuerpos han sido abandonados durante tanto tiempo que solo quedan huesos, dice Hess.

Durante años, su oficina ha tomado muestras de ADN de restos y ha tratado de hacerlos coincidir con la base de datos federal de EE.UU.

Pero debido a que muchos inmigrantes nunca han estado en Estados Unidos antes, las autoridades no pueden encontrar una muestra de ADN que corresponda.

Eso cambió cuando la oficina del examinador médico del condado de Pima y el Equipo Argentino de Antropología Forense comenzaron a trabajar juntos. Las autoridades estadounidenses ahora pueden vincular en su base de datos el ADN de los cuerpos muertos con el ADN de los familiares de emigrantes desaparecidos en México y Centroamérica.

Es un proceso complicado que atraviesa fronteras internacionales y estatales. Una vez el equipo del EAAF toma muestras de ADN de miembros de la familia, la información se compara con el ADN de la base de datos de un laboratorio en Virginia, que contiene información de cuerpos encontrados en el desierto de Arizona.

“Ensamblar un sistema regional es lo que estamos tratando de hacer de manera que se comunique toda la información que se recoge, que aportan las familias de los desaparecidos y que se vaya comparando por toda la región, incluyendo Centroamérica, México y EE.UU.”, dijo Doretti. “Es un desafío enorme que todavía estamos en primeros pasos”.

En busca de una muestra que corresponda

De vuelta en El Progreso, la sala comunitaria está llena con familias desesperadas que buscan respuestas.

Es una de varias paradas que el EAAF hizo en un reciente viaje a Honduras y El Salvador, a donde se dirigieron para entrevistar y tomar muestras de ADN de las madres, padres y hermanos de migrantes desaparecidos.

“Entre más muestras se tengan es mejor, hay más posibilidades de que se dé un match, y que se encuentre a la persona”, dijo Carmen Osorno, integrante de EAAF. Cada entrevista dura más o menos dos horas e incluye completar un largo cuestionario.

Algunos familiares traen fotografías, cartas y otras evidencias, esperando que las autoridades asuman una investigación más exhaustiva.

Paula Ivette Martínez lleva una foto de su hermano, Henry, en una mano y con la otra mano se seca las lágrimas.

“Ellos nos están ayudando y estoy contenta de que estén aquí con tal de que me ayuden a encontrar a mi hermana y hermano desaparecido”, dijo Martínez. “Me parecen que tienen un gran amor por las personas que sufrimos por la desaparición de nuestros seres queridos”.

Henry desapareció cuando se dirigía a Miami, dice Paula. Su hermana, Ondina, se perdió mientras se dirigía a Chicago varios años atrás.

“Es muy triste”, dice Martínez. “Mi madre murió sin saber qué fue de sus hijos”.

Una familia obtiene una respuesta; otra sigue haciendo preguntas

Durante casi una década, José Noriega y Carmela Ayala se preguntaron qué pasó con su hijo, Luis Fernando.

Él se fue de Honduras el 2001 para trabajar en Estados Unidos; luego, llamó dos años después para decir que lo había logrado. Envío dinero a casa más o menos para el Día de la Madre de ese año, y llamó para reportarse de nuevo un mes después.

Eso fue lo último que supieron de él.

Las llamadas al Ministerio del Exterior hondureño y a otros funcionarios no dieron resultados.

Luego, años después, una posible pista: en 2011, un diario hondureño publicó una lista de nombres relacionados con cuerpos sin reclamar en la morgue del condado de Pima. Había 17 centroamericanos, entre ellos cuatro hondureños. Y un nombre inmediatamente atrajo la atención de Noriega: Luis Fernando.

¿Pero era su Luis Fernando? Noriega dice que ellos no sabían a dónde ir después.

Cuando el EAAF viajó a Honduras en septiembre de 2012 para tomar muestras de ADN, los padres de Luis Fernando buscaron al equipo de investigadores, contaron su historia y pidieron su ayuda.

El equipo regresó a Estados Unidos con ADN de los padres y lo compararon con datos de la Oficina del Examinador Médico del Condado de Pima. Encontraron que la muestra correspondía a la de Luis Fernando.

“Ellos dijeron que estaban 100% convencidos que era nuestro hijo,” dijo Noriega.

Luis Fernando no murió cruzando el desierto, según se enteraron los padres, sino, sin que tuvieran conocimiento de ello, murió en un accidente automovilístico.

Las cenizas de Luis Fernando llegaron al aeropuerto de la capital hondureña en una caja de madera casi un año después, el 2 de octubre de 2013. Fueron inhumadas durante la Semana Santa de este año.

“Ahora puedo morir en paz”, dice su madre.

Pero otra madre aún busca cierre emocional.

Aunque ha hecho el test del ADN a los investigadores, Corina Montoya aún tiene esperanzas de que el teléfono de su casa sonará y su hijo estará en la línea.

O, al menos, que alguien llamare y le diga lo que ha sucedido con él.

El periodista Julian Reséndiz contribuyó con este reportaje.