Por Isabel C. Morales, CNN

Nota del Editor: Isabel Morales de CNN en Español recibió una beca para reportar esta historia desde el Centro Internacional para Periodistas.

(CNN) – Su viaje por el desierto terminó en la parte trasera de una camioneta de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos.

Dentro de la capilla del refugio de San Juan Bosco para deportados en Nogales, México, Rey y Herlinda descansan y esperan tener otra oportunidad para cruzar ilegalmente a los Estados Unidos junto a sus hijos de 4, 5 y 11 años de edad. Las temperaturas en esta sección de desierto que abarca la frontera Estados Unidos-México ronda los 37 grados Centígrados.

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”Sé que los estoy poniendo a los tres en riesgo, pero ¿qué otra cosa puedo hacer?”, dijo Rey quien dice que ha vivido y trabajado por temporadas en Estados Unidos sin autorización durante los últimos 27 años. Hasta hace poco, mantuvo a su familia en México, pero él dice que ya no puede pagar la manutención de dos hogares.

”¿Cuál es la motivación? Cuando uno de mis hijos me pida un pedazo de carne o dulces, no puedo simplemente decir no”, añadió Rey. “México nunca cambia. Había pobreza cuando me fui en 1986 y nada ha cambiado”.

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Los cientos de miles de inmigrantes como Rey y Herlinda han intentado cruzar ilegalmente hacia los Estados Unidos durante los últimos dos años, aún cuando el gobierno ha invertido en personal y tecnología para reforzar las fronteras del país.

Más de 150 personas terminan muertas cada año. Miles más son deportados al mes, según las autoridades de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de los Estados Unidos. Pero quienes posiblemente se conviertan en inmigrantes siguen llegando.

“Las personas siguen estando impulsadas por la necesidad económica de venir a los Estados Unidos por cualquier medio posible. Algunos vienen a reunirse con miembros de su familia que ya están aquí; otros, porque están hambrientos”, dijo Isabel García, una defensora pública y copresidenta de la Coalición por los Derechos Humanos en Tucson, Arizona.

“Pero el hecho es que muy pocos están preparados para hacer un viaje tan duro. Muchos tienen que sobrevivir días y días en el desierto”, dijo, “y nunca pueden llevar suficiente agua”.

Algunos logran pasar el desierto y siguen adelante, a buscar trabajo en los Estados Unidos. Pero en el lado mexicano de la frontera, las deportaciones desde Estados Unidos se han vuelto tan comunes que refugios y negocios han abierto, atendiendo a las personas que han sido sacadas de Estados Unidos.

Otros regresan golpeados, asaltados por contrabandistas o peor, dice Hilda Irene Loureiro, la fundadora del refugio.

Miles de inmigrantes vienen todos los años al refugio San Juan Bosco en Nogales, México, buscando dónde quedarse en su camino a Estados Unidos o después de haber sido deportados. Para muchos, ser expulsados de Estados Unidos no les impide decidir cruzar la frontera de nuevo.

Loureiro dice que abrió el refugio de San Juan Bosco luego de ver cómo los deportados se apiñaban en la parte trasera de su local de variedades, ubicado a solo unas cuadras de la cerca que divide su ciudad de Nogales, Arizona. Entonces, decidió construir un lugar donde pudieran pasar unos días a salvo.

Docenas de emigrantes llegan todos los días al refugio en busca de comida y de la oportunidad de dormir en un colchón suave. La mayor parte del tiempo, dice, se van de ahí no para volver a sus hogares, sino para tratar de entrar a Estados Unidos nuevamente.

“Ellos vienen de todas partes de México, pero ahora hay muchos centroamericanos que quieren salir de sus países”, dijo.

El refugio alberga a más de 50.000 emigrantes cada año. Pueden permanecer ahí hasta tres días, sin costo. Sus tres áreas de dormitorio cuentan con 145 camas, pero en una noche, hasta 360 emigrantes pueden acomodarse en una noche. Duermen en el piso, en el comedor o la capilla.

Imágenes de santos y otros íconos religiosos llenan la capilla, donde los viajeros hacen una oración antes de aventurarse al desierto otra vez.

Mientras el debate nacional sobre la reforma inmigratoria cobra vigor, la seguridad fronteriza es un tema principal en las agendas de muchos legisladores.

Pero desde su punto de vista en la frontera, Loureiro dice que ella no piensa que los esfuerzos en Washington por impulsar la seguridad fronteriza tendrán un gran impacto en el hecho de si las personas hacen o no el peligroso viaje.

“Los emigrantes van a seguir tratando de llegar al otro lado de la frontera a toda costa. Harán esto sin importar el peligro o las consecuencias”, dijo Loureiro. “Lo harán porque carecen de oportunidades económicas en México, y carecen de la educación y habilidades para salir adelante”.

Según la oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EE.UU., en el año fiscal 2013, un total de 414.397 inmigrantes indocumentados fueron detenidos luego de cruzar la frontera de forma ilegal hacia los Estados Unidos. El año anterior, la cifra fue de 356.873.

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Para quienes logran cruzar la frontera, el viaje no es fácil. Miles de personas que habrían de convertirse en inmigrantes han muerto en el desierto del sur de Arizona durante los últimos 10 años, según la oficina del médico forense del condado de Pima. La mayoría de ellos mueren luego de sufrir deshidratación en el verano, o desarrollar hipotermia en el invierno.

El recorrido a menudo puede durar días, ya que los contrabandistas los conducen por caminos remotos para no ser detectados por la Patrulla Fronteriza. Animales salvajes deambulan por el área en la noche, y las personas a quienes los emigrantes les pagan a fin de que los lleven a cruzar la frontera a salvo a menudo se vuelven en su contra; les roban su dinero y abusan de las mujeres antes de abandonarlos, según las autoridades.

Hay más de 800 restos sin identificar en el interior de la morgue del condado de Pima, Arizona. Los investigadores creen que muchos de ellos son inmigrantes que murieron en el desierto. Las autoridades esperan que las pruebas de ADN puedan ayudar a que las familias desesperadas encuentren a los seres queridos que murieron en el viaje a los Estados Unidos.

“Muchos son víctimas de abusos por parte de los contrabandistas; son víctimas de abuso sexual”, dijo Manuel Padilla, jefe del sector de Tucson de la Patrulla Fronteriza. “Lo único que les importa es el dinero, no las personas”.

Padilla dijo que los agentes de la Patrulla Fronteriza a menudo detectan y rescatan inmigrantes que han quedado varados en el desierto, lo cual es una parte importante del trabajo de la agencia. Sin embargo, la agencia también se enfoca en la prevención, al informar a los posibles inmigrantes de los peligros implícitos en tratar de cruzar la frontera de forma ilegal.

Le piden a los diplomáticos extranjeros en los consulados en Estados Unidos que corran la voz en sus países respecto a los peligros de cruzar ilegalmente la frontera, y tratan de informar sobre este asunto en los medios de comunicación en español, dijo Padilla.

Aun así, el fenómeno de muertes en el desierto ha empeorado tanto que el grupo de investigadores lo calificó de ser “una crisis humanitaria en la frontera”.

Según la Oficina del Médico Forense del Condado Pima,, en 2012, los cuerpos de 157 emigrantes fueron recuperados en el desierto. En 2013, los restos de 169 personas fueron encontrados ahí.

“Desde 2001, ha habido más o menos 2.200 muertes de inmigrantes, la mayoría de ellos ciudadanos mexicanos, dijo Gregory Hess, director de la Oficina del Médico Forense del Condado Pima. “Cuando encontramos solo un hueso en el desierto, un fémur… o un brazo, no permanece aquí mucho tiempo… tomamos fotografías, medidas y muestras de ADN”.

Los cuerpos sin reclamar son enterrados o cremados después de más o menos un año, dijo.

En busca de pistas

Debido a que la mayoría de los cuerpos son de ciudadanos mexicanos, el personal de la morgue se mantiene en contacto con el consulado mexicano en Tucson.

No es el trabajo que Jerónimo García pensó que iba a desempeñar cuando se unió al Servicio Extranjero mexicano. Pero ahora, se ha acostumbrado tanto a manipular restos humanos que ya no siente la necesidad de utilizar una máscara quirúrgica para protegerse del hedor de la muerte.

El empleado del consulado se ha convertido en una persona que las autoridades estadounidenses buscan cuando se trata de buscar pistas acerca de las identidades de los inmigrantes.

García se ha ganado la confianza de los funcionarios estadounidenses debido a su trayectoria durante los últimos 12 años, ayudando a identificar docenas de cuerpos.

“Este tiene trabajo de odontología. A veces, los dientes nos dan indicios respecto a de dónde vienen”, dijo García mientras examinaba cadáveres y huesos en la morgue del condado de Pima”. Los centroamericanos, en especial los guatemaltecos, a menudo tienen adornos en sus dientes. Se colocan estrellas de cobre”.

A veces, los emigrantes cosen documentos en su ropa interior, u ocultan tiras de papel con el número telefónico de un contacto en Estados Unidos o en su país de origen, dice. Esta información puede ser un buen indicio para determinar su identidad.

Después de la extensa búsqueda en el depósito de cadáveres, los cuerpos se etiquetan y se almacenan en un congelador. Los artículos personales y las identificaciones también se almacenan, ya que cualquier pista puede conducir a la identificación de un cadáver.

En ocasiones no hay muchas pistas. Si todo lo que García y la oficina del examinador médico tienen para seguir adelante es un conjunto de huesos secos, entonces la prueba de ADN es la única opción viable.

El consulado mexicano a veces paga por las pruebas cuando hay ciudadanos mexicanos involucrados.

Para los inmigrantes de otros países, la oficina del examinador médico depende de sus vínculos con el Equipo Argentino de Antropología Forense, con sede en Nueva York.

La organización, que comenzó tratando de identificar los restos de los disidentes que murieron durante la brutal dictadura militar de Argentina, ahora también ha tomado más de 1.700 muestras de ADN de familias en México, El Salvador, Honduras, Costa Rica y Guatemala en los esfuerzos por ayudar a encontrar emigrantes desaparecidos. Hasta ahora, han identificado 65 cuerpos.

“Nunca hay un final feliz. … Simplemente tratamos de reducir el tiempo que las familias tienen que prolongar su dolor”, dijo Mercedes Doretti, quien dirige la organización.” “Lo que significa es ponerle fin a la incertidumbre de la familia al no saber qué le pasó a su pariente, un sufrimiento que todos comparten”.

El periodista Julián Reséndiz contribuyó con este reportaje.