Por Jen Christensen
(CNN) — Akilah Monifa no tenía un gusto refinado por la comida hasta que bajó 100 kilos.
La directora de comunicaciones radicada en San Francisco dice que ella nunca disfrutaba su comida. Comía principalmente para alimentar una adicción.
“Comía mucha comida chatarra, y no estaba consciente de lo que comía”, dijo Monifa.
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Pero a diferencia de lo que ocurre con las drogas o el alcohol, donde un adicto puede ponerle fin al comportamiento negativo, ella sabía que no podía dejar de comer. Así que lo que decidió fue dejar de comer y beber por costumbre.
Empezó con cambios pequeños.
Primero, dejó de beber gaseosas de dieta. Para ella fue un verdadero sacrificio.
“Quizá bebía entre seis y ocho coca colas de dieta al día. Sé que la gente piensa que está bien beberlas ya que no tienen calorías, pero me di cuenta de que realmente nunca las tomaba solas”, dijo Monifa. “Por lo general las acompañaba con una gran bolsa de patatas fritas”.
Así dejó las patatas fritas.
Después de eso, dejó de comer M&Ms; sus colores brillantes siempre la tentaban desde el tazón del escritorio de una mujer fuera de la puerta de su oficina.
El momento crítico
En su peso máximo, Monifa pesaba más de 181 kilos. Ella dice que no hubo un momento específico en el que se diera cuenta de que necesitaba bajar de peso. El conocimiento vino en pequeñas oleadas.
Su hija se quejaba de que caminaba demasiado despacio.
No podía acompañar a sus amigos en los juegos de los parques de diversiones porque excedía los límites de peso.
Cuando volaba, tenía que usar un expansor para el cinturón de seguridad y una vez incluso la sacaron de un vuelo. Cuando se bajó del avión el agente de la puerta le dijo que pondría en su perfil que tenía que comprar dos asientos.
Monifa, de 57 años, no sabe exactamente cómo llegó a engordar. Solo sabe que subió entre 4 y 6 kilos un año después de los 15 años de edad.
“No sé en qué punto recuerdo que pensar ‘vaya, ahora peso más de 90 kilos”, dijo Monifa.
Subconscientemente, ella podría haber estado evitando las situaciones en las que tendría que enfrentarse a ello.
“Entonces comencé a decirme a mí misma cosas como ‘nunca pesaré más de 90 kilos’. Luego se convirtió en ‘nunca pesaré más de 113’, luego 135, luego 158. Luego se convirtió en 181”, dijo Monifa.
Su madre y luego su pareja, le compraban ropa. Dejó de pesarse cuando llegó a 389 libras. Después se dio cuenta de que incluso había dejado de verse en el espejo.
“Había una ventana en una tienda por departamentos, y yo recuerdo ver a alguien por el rabillo de mi ojo y pensar: ‘¿Quién es esa gran persona tan gorda detrás de mí?’ Poco a poco me di cuenta. Era yo”.
La cirugía
Monifa decidió que tenía que hacer algo drástico. Investigó la cirugía de derivación gástrica; una amiga había bajado 110 libras con el procedimiento. En la cirugía de derivación gástrica, los médicos crean una pequeña bolsa en la parte superior de tu estómago y hacen una desviación con el resto para enviar la comida directamente al intestino delgado. La bolsa de tamaño de una nuez sólo puede contener una onza de comida.
“Justo cuando estaba pensando en eso, me llamó una amiga y me dijo que la mujer había muerto”, dijo Monifa. “Descarté la cirugía. No iba a perder mi vida por eso”.
Hace tres años, se armó del valor suficiente para considerarlo otra vez.
Su seguro cubría un programa en Stanford. Empezó de la forma correcta con una conferencia por parte del médico que llevaría a cabo su cirugía.
“Él dijo que había hecho 2.000 intervenciones, que no había habido muertes y que se había criado en Huntsville, Alabama, donde yo viví en una época”, dijo Monifa. “Pensé que era una señal de que todo iba a salir bien”.
En agosto de 2012, se sometió a la cirugía. Pesaba 150 kilos.
Todo salió bien durante las primeras dos semanas. No tuvo problemas con la dieta de líquidos, alta en proteínas. Pronto, pasó a comer cantidades pequeñas. Pero entonces recayó en un viejo hábito.
Se le hacía tarde cuando iba al gimnasio. Hacía una parada en el autoservicio. Después de un bocado, vomitaba.
Fue ahí cuando dejó la comida rápida de una vez por todas.
Cuando regresó a trabajar en octubre, pesaba 127 kilos. No me quedaba la ropa que tenía, así que lo comenté en Facebook y la gente empezó a darme ropa en grandes cantidades. Me dieron un apoyo increíble”.
Ellos también estaban confundidos.
“Es gracioso, cuando la gente se entera de que te sometiste a una cirugía de derivación gástrica, es casi como si pensaran que te has hecho una liposucción para quitarte la grasa, pero no es lo mismo”, dijo Monifa. “Gran parte de lo que te ayuda a bajar de peso después son todos los cambios que tienes que hacer”.
Ella hace cinco o seis comidas pequeñas al día y toma ventaja de la reputación de San Francisco como una meca ingeniosa para los aficionados a la comida y bebida. Ahora disfruta de vegetales frescos del mercado de productores o una nueva versión de un platillo asiático clásico. Come cualquier cosa horneada, a la parrilla o a la plancha. Come despacio para disfrutar el sabor, el olor y la calidad. Y si tiene antojo de algo, come una pequeña cantidad en lugar de todo el contenido del recipiente.
“Hace un año, compré helado de vainilla cuando me cambié de casa y aún está ahí”, dijo Monifa.
La terapia en grupo la ayudó. También lo hizo ponerse metas de ejercicio. Su podómetro le recuerda que debe dar al menos 10.000 pasos todos los días. Y no solo se inscribió en un gimnasio, sino en dos. Un centro de 24 horas cerca de su casa en Oakland y un gimnasio justo en la misma calle donde se ubica su oficina en San Francisco.
“Debido a que ese gimnasio cuesta mucho dinero, me motiva a ir todos los días”. dijo Monifa. “Y parece ser un gusto. Es así de lujoso. Me siento como una mujer de lujo en la escena”.
Ahora, socializar gira en torno a actividades, y no a la comida. Sale a caminar con sus amigos y juega básquetbol con su hijo. Juega tenis y nada.
Cuando come fuera, busca el menú en línea y decide qué opción saludable pedirá, para que no haya tentación. Divide su plato en una porción más pequeña, y se lleva el resto a casa.
La verdadera transformación
La mujer de 1,80 metros de altura ahora pesa 81 kilos. Su meta solía ser 182.
“Me siento bien, y me siento saludable”, dijo Monifa.
Su equipo de apnea del sueño y medicina para la presión alta ya no son parte de su vida. Su dolor en la espalda baja y dolor de articulaciones han desaparecido.
Y se toma el tiempo para celebrar lo que llama las pequeñas victorias que no se miden con la pesa. Cuando se inscribió para participar en una caminata por una causa benéfica, disfrutó cuando el personal le insistió a que usara una camiseta mediana, en lugar de su solicitud de “la talla más grande que tengan”. Ahora, usa su blusa dentro del pantalón, y así muestra su cintura.
Incluso ha empezado a salir en citas. Y finalmente, después de todos estos años, se ve en el espejo.
“Nunca me he sentido mejor en cuanto a cómo me veo y a mi imagen. Ahora siento que puedo atraer a alguien. Mi amiga de la universidad bromea con que ya es momento de que esté en una súper pareja lesbiana, pero en realidad ahora solo quiero a alguien que pueda estar conmigo en este mundo.
“Finalmente veo que valgo la pena”.