Por Daniel Edwards, Bleacher Report
(Bleacher Report) – Es poco probable que encuentres a muchos fanáticos de la nación anfitriona preparados para admitirlo. Pero un enfrentamiento entre Argentina y Alemania en la final de la Copa del Mundo del domingo, que se llevará a cabo en nada menos que el icónico estadio Maracaná de Río de Janeiro, es un punto culminante apropiado para un torneo que ya está destinado a pasar a la historia.
La derrota 7-1 de Brasil ha instalado a Alemania, de forma inevitable, como favorito para el encuentro. ¿Cómo no van a serlo? La forma en que Thomas Müller, Toni Kroos y el resto de Die Mannschaft despiadadamente derrotaron al equipo local, cuando dejaron a la selección brasileña entre lágrimas en el campo y a millones de seguidores anonadados, fue un mensaje para el mundo.
Sin duda, la Albiceleste no necesitará ningún recordatorio del peligro que representan los hombres de Joachim Low. Ya han estado ahí antes, cuando vivieron una aplastante derrota 4-0 en Johannesburgo hace cuatro años, la cual puso fin a la alocada era de Diego Maradona en los cuartos de final de la Copa del Mundo. Esa derrota fue tan dolorosa como la que sufrió Brasil hace apenas unos días, pero es poco probable que se vuelva a repetir con el cuadro bien disciplinado de Alejandro Sabella.
Entonces, podemos esperar un enfrentamiento reñido, cerrado y sin limitaciones en el Maracaná, donde cada equipo será capaz de tomar la ventaja y coronarse campeón. Como mínimo, la Albiceleste sabe que tiene el peso de la historia de su lado.
La final del domingo será la sexta ocasión en la que un equipo europeo y un equipo sudamericano se enfrenten en el encuentro decisivo de una Copa del Mundo en Latinoamérica. Los encuentros anteriores apenas establecen un precedente alentador para Low y sus hombres; en cinco ocasiones, el campeón ha sido el equipo de las orillas occidentales del Océano Atlántico.
Las series entre los dos continentes empezaron en 1958, aunque en suelo europeo e irónicamente coincidiendo con el surgimiento del dominio de Brasil a nivel internacional. Pocos observadores europeos en aquella época podrían haber sabido a quién estaban enfrentando al ver una lista compuesta por completo de jugadores locales.
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Un volante llamado Garrincha estaba ahí y un grupo de jóvenes pretendientes en la delantera de la pequeña ciudad de Santos en Sao Paulo.
Uno de ellos era un delgaducho de 17 años de edad, con el nombre de Pelé, que afortunadamente abreviaba Edson Arantes do Nascimento. Al terminar la final, una increíble derrota 5-2 frente a Suecia (el equipo local) inspirada por dos anotaciones de su súper estrella adolescente, nadie tomaría a la Selecao a la ligera otra vez.
Pelé no fue tan influyente cuatro años más tarde cuando el torneo se trasladó a Chile, pero para ese punto, nada podía detener a Brasil. Amarildo, Zito y Vava anotaron para ponerle fin a los sueños de Checoslovaquia en la final, lo que dio lugar a un patrón de victorias que continuó en 1970 cuando un Pelé de edad avanzada se despidió de su carrera internacional con un 4-1 que destruyó a Italia.
La magia negra latinoamericana continuó para los rivales de Europa, cuando el capitán Carlos Alberto levantó el trofeo en el Estadio Azteca de México.
Una brutal dictadura militar y la desaparición de alrededor de 30.000 personas formaron un infeliz telón de fondo para la siguiente Copa del Mundo que visitó tierra americana. Argentina, el país anfitrión, posteriormente ha tenido que luchar con una mezcla de emociones sobre ese período oscuro en su historia.
Nada deja más claro el contraste entre la gloria deportiva y la agitación política que el testimonio de los internos en el infame Centro de Detención ESMA, a unos cientos de metros del Estadio Monumental Río de Plata, respecto a que podían oír los gritos del estadio desde sus lúgubres celdas, mientras se preguntaban si alguna vez verían de nuevo la luz del día.
Pero ganó Argentina. Los holandeses tenían al talentoso Hohan Cruyff, pero el corazón del equipo cuyo “Futbol Total” había llegado a la final en 1974 todavía estaba allí. Pero Mario Kempes hizo honor a su nombre del Matador, al anotar un doblete con el que la Albiceleste triunfó 3-1 después del tiempo extra para llevarse el título por primera vez.
La democracia había regresado a Argentina en 1986, y la Copa del Mundo hizo lo mismo. Un Diego Maradona de 17 años había quedado devastado por César Menotti cuando fue excluido del equipo de 1978, pero el jugador del Napoli volvió para escribir su nombre en la historia en México contra Alemania Occidental.
El Pibe de Oro no encontró la red en el Estadio Azteca, pero aun así fue la clave en una victoria 3-2 que una vez más puso a Argentina en la cima del mundo del deporte.
Alemania Occidental se vengó en 1990 con una reducida victoria de 1-0 en Italia, la última vez que ese equipo ha llegado a la final. Pero los mejores de Europa aún no han sido capaces de romper el dominio de Sudamérica en su propio continente. Italia, en 1994, estuvo más cerca que nadie. Los Azzurri, inspirados por el fenomenal Roberto Baggio, llevaron a Brasil a una ronda de penales luego de unos intensos 120 minutos de fútbol defensivo.
Pero Baggio, junto a su compañero ícono Franco Baresi, pasó de héroe a villano cuando su tiro fue atajado por Claudio Taffarel, y Dunga levantó una cuarta copa para Brasil en Estados Unidos.
Es fácil interpretar los precedentes históricos. Pero Alemania sabrá muy bien que están intentando una hazaña que nunca ha sido alcanzada en la competición más grande del fútbol. El continente americano ha sido un triste escenario para los equipos europeos, y Argentina estará desesperada por continuar con una tradición que ha llegado a ser sagrada en la región.