Por James A. Baker III
Nota del editor: James A. Baker III fue el secretario de Estado de Estados Unidos número 61, y estaba en el cargo el día en que el Muro de Berlín cayó.
(CNN)— Siempre ha habido momentos grandiosos que cambiaron la historia de nuestro mundo.
El 4 de julio de 1776, los estadounidenses firmaron la Declaración de Independencia y emprendieron la marcha hacia la democracia.
El 2 de septiembre de 1945, la Segunda Guerra Mundial terminó misericordiosamente cuando Japón se rindió luego de que murieran más de 50 millones de personas en ese violento conflicto.
El 9 de noviembre de 1989, la gente de la Alemania Oriental ocupada tomó el control de su destino cuando literalmente derribaron a martillazos el Muro de Berlín.
Es difícil revivir el drama apasionante de ese periodo en la Europa de hace 25 años.
Durante 1989 hubo señales claras de que el imperio soviético se desmoronaba. En Polonia, Hungría y otros lugares los movimientos populares desafiaron con éxito a los regímenes respaldados por los soviéticos que habían perdido su legitimidad desde hacía mucho.
Pero el drama fue más intenso en Alemania Oriental y Occidental, el epicentro de la Guerra Fría.
Desde el 13 de agosto de 1961, cuando Alemania Oriental erigió la terrible barrera que separó a Berlín Oriental de Berlín Occidental y de Alemania Oriental, el muro se volvió el temido símbolo del aislamiento y la desesperanza.
Las familias quedaron separadas, y durante el siguiente cuarto de siglo más de 100 alemanes murieron tratando de escapar al otro lado del muro.
Entonces, el 9 de octubre de 1989, más de 7.000 alemanes orientales se reunieron afuera de la iglesia Nikolai en Leipzig; llevaban velas que simbolizaban la paz y coreaban: wir sind das Volk! (¡somos el pueblo!).
A las manifestaciones siguieron protestas cada vez mayores, en Leipzig y en toda Alemania Oriental. Precisamente un mes después, cayó el Muro de Berlín.
Estados Unidos había respaldado la unificación de Alemania desde hacía tiempo y apoyamos el esfuerzo del canciller Helmut Kohl y de otros líderes alemanes por avanzar hacia una rápida integración política y económica de Alemania Oriental con la República Federal.
Claro que hubo complicaciones internacionales: el líder soviético, Mijail Gorbachov, indicó que la Unión Soviética no tomaría medidas militares para detener la unificación, por lo que fue importante encontrar la forma de que Gorbachov evadiera las críticas de los radicales en el Kremlin.
Más aún, la canciller británica, Margaret Thatcher, y el entonces presidente de Francia, François Mitterrand, se mostraron escépticos inicialmente ante la idea de una Alemania unificada.
Para abordar estas inquietudes desarrollamos las “negociaciones dos más cuatro”. De acuerdo con esta fórmula, los dos gobiernos alemanes negociaron las condiciones internas de la reunificación, mientras que las cuatro potencias ocupantes (Estados Unidos, la Unión Soviética, Francia y Gran Bretaña) abordaron los aspectos internacionales.
Las pláticas fueron exitosas y tuvieron como resultado el Tratado sobre el Acuerdo Final respecto a Alemania, que suscribieron las seis partes en Moscú el 12 de septiembre de 1990. Con ese tratado se puso fin a las limitaciones a la soberanía de Alemania que habían existido desde la Segunda Guerra Mundial.
El rol de liderazgo que el entonces presidente de Estados Unidos, George H.W. Bush, asumió en la unificación de Alemania fue medular, aunque Kohl y Gorbachov también tuvieron participaciones decisivas.
El primero aportó una gran pasión y creatividad al proceso. A pesar de la acérrima oposición en casa, Gorbachov siguió comprometido con encontrar una solución sin derramar sangre. Pero sobre todo, la reunificación se logró gracias al pueblo alemán, en Leipzig y otras ciudades, ya que nunca perdieron la fe en la libertad ni la esperanza en el futuro.
En retrospectiva, uno de los rasgos notables del presidente Bush ha sido su humildad y en particular su insistencia en que después de la caída del Muro de Berlín los estadounidenses no presumieran de haber logrado la victoria en la prolongada Guerra Fría contra el imperio soviético.
En 1989, cuando todo había terminado, Bush todavía tenía negocios pendientes con los líderes soviéticos a pesar de que su país se derrumbaba rápidamente.
En su lista estaba la reducción de las armas nucleares, cosa que se logró más tarde y que ha sido esencial para la conservación de la paz mundial.
Una y otra vez, el presidente Bush exigió que no bailáramos sobre las ruinas del Muro de Berlín. Simplemente no lo permitiría.
Sin embargo, 25 años más tarde, el 9 de noviembre de 2014, todos deberíamos festejar en conmemoración de lo que ocurrió en ese día crucial.
Ese momento mágico es un recordatorio para toda la gente de todo el mundo, para los que vivían entonces, para los que viven ahora y para quienes vivirán en el futuro. La tiranía no puede suprimir la voluntad de quienes ansían la libertad y desean una vida mejor para sí y para sus hijos.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a James A. Baker III.