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(CNN) -— Henning Frunder tenía solo 21 años en 1968 cuando decidió que quería salir de Alemania Oriental. Supuestamente unos pescadores polacos lo iban a sacar por mar, junto con un grupo de estudiantes, hacia la frontera norte de Alemania Occidental, pero el grupo nunca llegó.

Las cartas que había escrito a sus amigos de Alemania Occidental para pedirles dinero para el viaje acabaron en manos de la policía secreta de Alemania Oriental, la Stasi. Unas semanas más tarde arrestaron a Frunder y a sus amigos, los enjuiciaron y los encarcelaron por tratar de salir ilegalmente de Alemania Oriental.

Frunder pasó varios meses en una prisión de la Stasi antes de que lo deportaran a Alemania Occidental a finales de 1970. En ese entonces no tenía idea de quién los había traicionado.

“No sabíamos de conspiraciones. Tal vez les confiamos nuestros planes a más personas de las que debimos”, dice.

Frunder sabía que tenía que haber sido alguien en quien confiaron, alguien que fingió ser su amigo.

El Ministerio de Seguridad del Estado de Alemania Oriental, conocido como Stasi, espió a sus ciudadanos por más de 40 años. A menudo recurría a sus llamados “empleados informales” (informantes secretos) para que les informaran sobre los movimientos de sus propios colegas, amigos y familiares.

Cuando el Muro de Berlín cayó en noviembre de 1989, se ordenó a los agentes de la Stasi que borraran sus rastros y que destruyeran cualquier prueba que revelara los nombres de los informantes, los documentos de las negociaciones con Alemania Occidental, los protocolos y las grabaciones de los juicios, documentos que nunca estuvieron destinados a hacerse públicos.

Los activistas lograron detener la destrucción cuando ocuparon el cuartel general de la Stasi en enero de 1990. Ya se habían roto más de 45 millones de páginas de archivos de la Stasi y lo que no podía meterse en la trituradora, simplemente se rompía a mano.

Se recuperaron más de 15.000 bolsas con más de 600 millones de pedazos de papel. Dos años después de la reunificación de Alemania, en 1992, se creó la Agencia de la Comisión Federal para los Archivos de la Stasi (BStU). Su misión era armar uno de los rompecabezas más grandes de la historia.

Roland Jahn es el comisionado federal a cargo de la agencia. Jahn fue prisionero de la Stasi. Dice que la agencia está haciendo una importante labor al lidiar con el pasado. “Tener acceso a sus expedientes es increíblemente importante para los interesados; la gente recupera la parte de su vida que les fue robada”, subraya Jahn. Agrega que el que la agencia esté dando acceso a los archivos secretos de la policía es algo singular y sirve como ejemplo internacional.

Hasta ahora se han unido un millón y medio de pedazos, mayormente a mano. Actualmente, alrededor de una docena de empleados siguen intentando reconstruir los expedientes a mano. Quedan 600 millones de pedazos de papel, por lo que seguir con la tarea a mano parece casi imposible.

“Es importante que desarrollemos un sistema para acelerar el proceso”, dice Jahn. En 2007 se implementó un sistema computarizado para ello. Según la agencia, hasta ahora el nuevo sistema de rompecabezas virtual ha ayudado a armar cuatro bolsas. Para encargarse de las 15.000 bolsas restantes, “se tiene que desarrollar e implementar una mejor tecnología de reconocimiento”, dijo Jahn.

Varias décadas después de que lo traicionaran, Henning Frunder pensó que lo superaría. No pensó que alguna vez se enteraría de quién lo había denunciado.

“Con el tiempo dejé de preguntármelo, pensé que las cosas no cambiarían mucho”, recuerda. En 1994 recibió las primeras pistas sobre la posible identidad de quien lo traicionó, pero no fue sino hasta 2011, cinco décadas más tarde, que Frunder recibió una llamada de la Agencia para los Archivos de la Stasi. “De las 15,000 bolsas, se toparon con un papel que tenía mi nombre escrito”, recuerda.

Era el archivo del informante secreto Aleksander Radler, un miembro del grupo de estudiantes al que Frunder pertenecía. Radler, al que apodaban Thomas, espió para la Stasi durante más de 25 años.

“Cuando supe que Radler vivía en Suecia y era un sacerdote que predicaba la palabra de Dios, la furia llegó”, prosigue Frunder. No obstante, Frunder nunca contactó al exespía. “Nunca mostró remordimiento alguno, si lo hubiera hecho habría sido interesante hablar con él”.

Aunque el hallazgo revivió recuerdos que Frunder creía que habían quedado en el pasado, todavía cree que la reconstrucción de los archivos de la Stasi hará un bien a la sociedad.

“Cuando recuerdo mi propia historia, creo que pude lidiar con ello porque era muy joven, no había construido mucho que ellos pudieran quitarme”. No obstante, agrega, “otros sufrieron más que nosotros y estoy seguro de que hay mucha gente que tiene grandes vacíos que llenar y la recuperación de los archivos de la Stasi podría ayudar a cerrar esos vacíos en el calvario que vivieron”.

Jahn, el comisionado de la Agencia para los Archivos de la Stasi, considera que enfrentar al pasado es vital para el futuro. “Si uno decide vivir con una mentira, hace daño a nuestra democracia. Por eso es importante descubrir la verdad, aunque duela”, dice.

Hoy, todos los ciudadanos tienen derecho a pedir que se les dé acceso a sus archivos en la agencia, ya sea en internet o en persona. En más de dos décadas, se han hecho más de tres millones de solicitudes y tan solo en 2014 se han hecho más de 300.000.

Jahn no sabe cuándo terminarán de unir los 600 millones de pedazos restantes de documentos de la Stasi. Dependerá de los recursos disponibles, del interés público y político y de la tecnología.

Sin embargo, Jahn está orgulloso de lo que se ha logrado en los últimos 25 años. “Alemania ha mostrado cómo enfrentar y lidiar coherentemente con el pasado; bajo la mirada de la comunidad internacional ha creado algo que actualmente tiene gran importancia”.