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Por Stephen Collinson

Washington (CNN) — Cuando George W. Bush no logró una reforma migratoria a pesar del Senado, se dio por vencido. Cuando Barack Obama no logró que un proyecto de ley fuera aceptado por la Cámara, cambió las reglas.

Cambiar el sistema de inmigración era algo esencial para el estilo político de “conservadurismo político” de Bush, y era algo importante para él.

“No funcionó”, dijo un deprimido Bush un día de junio hace siete años cuando los esfuerzos por lograr una reforma integral se agotaron en el Capitolio.

Ante el fracaso, le preguntó a su equipo si podía reformar el sistema de inmigración con su propio poder ejecutivo, pero llegaron a la conclusión de que no podía. Así que Bush, un presidente que luchó contra el terrorismo con una interpretación expansiva del poder ejecutivo, se dedicó a otras cosas durante sus últimos 18 meses en el poder.

Obama se niega a aceptar el mismo destino.

Cuando la reforma inmigratoria llegó a su fin en el Congreso este año, Obama, al igual que Bush, le preguntó a sus abogados si podía cambiar el sistema por su cuenta. Este equipo de la Casa Blanca llegó a la conclusión contraria.

Así que, a más de 500 días desde que el Senado aprobara un proyecto de ley bipartidista sobre la inmigración, Obama dio a conocer su plan de actuar por su cuenta.

En un discurso transmitido en horario estelar, anunció que iba a ejercer el poder ejecutivo para remendar el sistema lo mejor que pudiera, protegiendo temporalmente a hasta cinco millones de personas de la amenaza de la deportación.

Dijo que no tenía más remedio que seguir adelante, a pesar de los furiosos reclamos de los republicanos en relación a que está trastocando la Constitución y que se está comportando más como un rey que como un presidente debilitado, cercado por un Congreso hostil.

“Para aquellos miembros del Congreso que cuestionan mi autoridad para hacer que nuestro sistema de inmigración funcione mejor, o cuestionan mi sabiduría al actuar donde el Congreso ha fracasado, tengo una respuesta. Aprueben un proyecto de ley”, dijo Obama.

El presidente va a ofrecer alivio temporal ante la deportación a los padres de inmigrantes indocumentados que han estado en el país durante más de cinco años. También ampliará un programa que ya permite que los inmigrantes indocumentados que llegaron a Estados Unidos cuando eran niños permanezcan en el país.

Las medidas no son la solución que según lo que Obama esperaba, surgiría a raíz de una reforma inmigratoria integral y permanente. Y debido a que se vio forzado a actuar por medio de una orden ejecutiva, sus decisiones podrían ser revocadas en un abrir y cerrar de ojos por un futuro presidente.

Pero es evidente que Obama está motivado por mucho más que el prosaico negocio de reparar el sistema de inmigración que está descompuesto.

En las dos semanas que han pasado desde que la victoria de los republicanos en las elecciones intermedias generara lo que muchos han pensado, iba a ser un golpe mortal a su presidencia, Obama ha estado trabajando a un ritmo desenfrenado. Se trata de un presidente que cree que fue elegido dos veces para generar cambios, y no va a rendirse solo porque el Congreso se interpone en su camino.

El presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, lo ha notado y ha advertido que habrá consecuencias.

“El presidente Obama ha consolidado su legado de anarquía y ha despilfarrado la poca credibilidad que le quedaba”, dijo Boehner.

Lograr una reforma inmigratoria siempre fue uno de los objetivos de Obama cuando tomó el poder.

“Estaba en la gran lista de cosas por hacer en relación a por qué se estaba postulando a la presidencia”, dijo un funcionario de la Casa Blanca. “El clima, la inmigración y el cuidado de la salud son problemas que los presidentes han eludido durante décadas”.

“Realmente pensó que tenía la oportunidad de abordar los tres”, dijo el funcionario. “Parece que va a avanzar en relación a estos tres problemas”.

Los acontecimientos que llevaron al discurso de la noche del jueves se habían ido desarrollando durante meses, un hecho que puede explicar la evidente falta de tensión en torno al anuncio de Obama.

No hubo nada de la intensa tensión o euforia que surgió en otros momentos característicos de la presidencia de Obama, como el asesinato de Osama bin Laden, o la aprobación de la reforma de salud.

Altos funcionarios del gobierno confesaron que Obama aprobó los detalles del plan cuando regresó de Asia esta semana. Pero los abogados del gobierno habían estado trabajando arduamente durante meses para desarrollar justificaciones legales.

Muchos en la Casa Blanca habían pensado que nunca se llegaría a este punto.

En junio de 2013, cuando el Senado aprobó el proyecto de ley, muchos de los miembros del gobierno pensaron que la Cámara pondría una nueva ley en el escritorio de Obama para que la firmara.

Los funcionarios razonaron que si el Partido Republicano fuera a tomar alguna vez la Casa Blanca, necesitaría hacer las paces con los votantes hispanos después de que Mitt Romney fuera eliminado por el decisivo bloque de votantes en 2012.

“Estaba claro que iba a ser el momento para esto”, dijo el funcionario.

Sabiendo que su estilo político provocaba rechazo en Boehner, Obama deliberadamente dio un paso atrás en los días posteriores al momento en el que fue aprobado el proyecto de ley del Senado.

Pero comenzó a perder la paciencia con el paso de los meses.

Todo el tiempo, Obama sentía la presión de los activistas de inmigración en su base política liberal, tanto que hizo una serie de declaraciones en relación a que el simplemente no podía salir y resolver el problema de la inmigración por su cuenta.

Esos comentarios, cuyo objetivo era darle a la Cámara tiempo para hacer su trabajo, en lugar de esto han vuelto para atormentarlo y son munición para los republicanos que dicen que Obama sabe que está quebrantando la ley.

Al final, parece que Boehner no creyó que su posición fuera sostenible sobre un grupo intranquilo de republicanos si utilizara votos demócratas para aprobar un proyecto de ley.

Otro alto funcionario de la Casa Blanca dijo el jueves que el gobierno había llegado a la conclusión de que no tenía sentido esperar más porque Boehner no prometería presentar un nuevo proyecto de ley en el nuevo Congreso.

“No creo que habrá un momento en el que los republicanos no digan ‘solo esperen un día más’”, dijo el funcionario.

El enfrentamiento que precipitó el discurso del jueves sucedió el pasado junio.

Tiger Woods y Phil Mickelson estaban en la Casa Blanca durante un evento del PGA Tour; éste podía haber sido un momento excepcional en el que Boehner y Obama disfrutaron juntos de una de las pocas pasiones que comparten: el golf.

Pero después, el presidente estaba furioso porque Boehner le dijo que no le enviaría un proyecto de ley sobre inmigración. Más adelante, el presidente de la Cámara de Representantes dijo que el pueblo estadounidense simplemente “no confía en que él haga cumplir la ley como está escrita”.

La decisión se dio con un telón de fondo de una aguda crisis en la frontera sur cuando miles de niños inmigrantes estaban cruzando la frontera de forma masiva.

Los republicanos atribuyeron la ola humana directamente a la anterior decisión ejecutiva del presidente que ofrecía a ciertas categorías de Soñadores (inmigrantes indocumentados que llegaron a la nación cuando eran niños) alivio frente a la deportación.

En una elección intermedia este año, los republicanos también habían sido sorprendidos ante la inesperada derrota primaria del líder de la mayoría en la Cámara de Representantes, Eric Cantor, quien había sido acusado por su oponente insurgente de ser demasiado débil en relación a la “amnistía”.

Unos días después, Obama se pronunció en en un discurso que dio en un evento en Rose Garden.

“Aprueben un proyecto de ley; resuelvan un problema. No se nieguen a algo que todos necesitan que se lleve a cabo”, dijo.