(CNN) – Para muchos niños que viven en áreas rurales de Sudáfrica que no tienen luz eléctrica, la última campana de la escuela no significa solamente el final de otro día de aprendizaje. También significa el inicio de una ardua caminata por calles transitadas y peligrosas de regreso a casa para terminar sus tareas antes de la puesta del sol.
Para Thato Kgatlhanye, esta rutina era demasiado familiar. Lo vivía a diario todos los días en Rustenburg, su pueblo natal, una comunidad minera en la provincia noroeste de Sudáfrica.
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Así que la joven empresaria decidió hacer algo al respecto.
“Este es nuestro hogar. La razón por la que empezamos este negocio es que veíamos a nuestra comunidad y deseábamos hacer algo que tuviera importancia”, explica Kgatlhanye.
Ese trabajo se transformó en Repurpose Schoolbags (darle un nuevo propósito a las mochilas), la primera iniciativa ecológica de Rethaka, un emprendimiento social del que Kgatlhanye es cofundadora junto a su amiga de la infancia, Rea Ngwane.
Las dos jóvenes –de tan solo 21 y 22 años, respectivamente– reutilizan los residuos plásticos de su región y los convierten en mochilas hechas 100% de plástico reciclado para los estudiantes locales desfavorecidos.
Pero aquí está la diferencia: la bolsa también funciona como fuente de luz.
Las mochilas cuentan con un panel solar en la tapa (el cual se carga mientras los niños caminan hacia la escuela) y con bandas de material reflectante, un diseño de seguridad adicional para que los niños sean más visibles en el tráfico en las primeras horas de la mañana.
“Uno de los primeros obstáculos que estos niños enfrentan es que no pueden terminar sus tareas”, dice Kgatlhanye, la primera finalista del premio Anzisha, que celebra a los empresarios panafricanos de 15 a 22 años que han propuesto formas innovadoras para resolver problemas en sus comunidades. “Si un niño no tiene acceso a la luz, en cuanto se pone el sol, ya no hay tiempo para hacer otra cosa que dormir”.
Kgatlhanye explica que el diseño es para ayudar a los hogares pobres a que no se acaben las velas, que de otra forma, les habrían durado toda la semana. Y así los niños pueden concentrarse en sus tareas sin tener que preocuparse por afectar la dinámica familiar.
“Un niño no se puede dar el lujo de quedarse estudiando hasta medianoche para practicar sus ejercicios de matemáticas porque la familia tiene una sola vela que tiene que durar toda la semana”.
Después de una fase piloto de seis meses a principios de este año, los ingeniosos empresarios actualmente distribuyen sus mochilas en escuelas que han identificado en los alrededores de Rustenburg, su pueblo natal.
La empresa también se ha asociado con personas y empresas locales que están dispuestas a cubrir el costo de las mochilas en representación de los estudiantes. Dependiendo de su donación, a estas personas a las que se les llama “socios ofrendantes”, comúnmente se les asigna una clase, un grado o una escuela.