Imagen de la destrucción causada por 'Katrina' en agosto de 2005 (Barry Williams/Getty Images).

(CNN)– En la desesperación que reinó después del embate del huracán Katrina, los sobrevivientes en Nueva Orleáns me rogaban que les ayudara.

Querían que llamara a sus seres queridos. Nunca olvidaré dos de esas llamadas.

La primera ocurrió el 31 de agosto de 2005. Estaba en el centro de convenciones cuando un hombre se me acercó. Su esposa y sus hijos estaban cerca de allí. Me explicó que su esposa era una diplomática española. Al igual que muchos turistas, habían quedado atrapados en la tormenta y ahora estaban varados. Parecían estar desconcertados y evidentemente aterrados. Me pidieron que llamara a un número del extranjero.

Esa noche, cuando el tiempo finalmente lo permitió, llamé a España.

Como apenas había dormido unas seis horas, parte de mí quería solo dormir. Pero el recuerdo de esos rostros desesperados a tan solo unas calles me imposibilitaba conciliar el sueño.

Como el español no es el idioma que hablo mejor, le pedí a un colega que lo habla bien que hiciera la llamada. Él marcó y poco después, alguien contestó; él me devolvió el teléfono y me dijo: “hablan inglés”.

En ese momento me di cuenta de que allá era plena noche. Eso no pareció importarle a la persona que estaba al otro lado de la línea, a juzgar por la urgencia que se sentía en su voz.

“¿Has visto a mi hija?”, preguntó el hombre. Le dije que sí y que ella y su familia estaban bien. Había prometido no revelar el nombre de la persona poderosa a cuya hija vi, pero les puedo decir que el alivio en la voz de un padre suena igual, sea poderoso o no.

Al día siguiente, cuando fui a ver cómo estaban, la familia se había ido. Quienes los vieron dijeron que un “policía especial” había llegado por ellos y solo por ellos. Un rescate privado. No volví a saber más.

La segunda llamada fue a Amethyst.

Su padre también era una de las miles de personas que estaban en el centro de convenciones. Anotó su nombre y un número en un pedazo de cartón y me dio instrucciones explícitas de qué decir.

Así que llamé y entró la contestadora.

Muchas personas no responden a la llamada de un teléfono satelital porque aparece una serie rara de números en el identificador de llamadas. Dije: “Hola, no me conoces pero soy un reportero, estoy en Nueva Orleáns y vi a tu padre hoy en el centro de convenciones. Está bien y me pidió que te dijera, y cito: ‘No estoy muerto todavía’”. Como no había nada más que decir, colgué.

Pasaron unos segundos y de repente el teléfono sonó. Me tomó por sorpresa porque no recibíamos muchas llamadas.

Respondí, expectante.

Supe que quien llamaba era una mujer, pero no entendía lo que decía. Era claro que estaba conmovida. Luego me di cuenta de que estaba repitiendo una palabra una y otra vez entre sollozos: “Gracias, gracias, gracias, gracias”.

He estado en esto desde hace un tiempo y he hecho muchos reportajes, pero ninguno ha tenido un efecto mayor que mi reporte sencillo para un público compuesto de una persona: decirle a una hija que su padre estaba vivo.