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Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Encuentro. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN Español) – El papa Francisco en Washington no logró multiplicar los panes y los peces pero sí consiguió un pequeño milagro político: unir a tirios y troyanos.

Republicanos y demócratas celebraron un mensaje incómodo para algunos, en el que pidió abolir la pena de muerte en un país en el que, según una encuesta del Centro de Investigaciones Pew realizada en marzo, el  56% está a favor de la pena capital para convictos por asesinato. Además, pidió aceptar a los inmigrantes y combatir el cambio climático, entre otros asuntos tremendos que dividen a los políticos más que a los ciudadanos.

Me hubiera gustado ver la cara de los congresistas que torpedean la reforma inmigratoria justo cuando Francisco se presentaba, una vez más, como hijo de inmigrantes y, como quien no quiere la cosa, recordó que “muchos de nosotros hace tiempo fuimos extranjeros’’. Tiene que haber resultado difícil de encajar lo que dijo sobre el cambio climático en el sitio en que más de un congresista sostiene sin inmutarse que combatir el cambio climático, es ir contra la libre empresa. Como si esa empresa más que libre, libérrima y desbocada, fuera el súmmum de la felicidad.

Los que esperaban una buena dosis de dogmatismo o disquisiciones teológicas, habrán terminado defraudados. Francisco habló de asuntos  muy terrenales. Y para dejar claro que conoce  la viña del señor, advirtió  que “ninguna religión es inmune al extremismo ideológico”.

Algunos analistas de la cosa política se han detenido en las lágrimas de emoción de John Boehner, el presidente de la cámara, que suele ser (o parecer) tan adusto. Yo prefiero significar una frase de Francisco cuando arremetió contra el maniqueísmo social. Usó el término “reduccionismo simplista’’ para hablar de los  buenos y los malos. Francisco hizo una pausa y dijo: ‘’en justos y pecadores’’. Los justos estarán de fiesta, los pecadores también.