El papa Francisco al lado del rabino Elliot J. Cosgrove y el imán Khalid Latif, director ejecutivo del Centro Islámico y capellán de la Universidad de Nueva York, durante una visita al monumento y museo del 11 de septiembre el viernes.

Nota del editor: Khalid Latif es el capellán universitario en la Universidad de Nueva York, director ejecutivo del Centro Islámico de dicha universidad y capellán del Departamento de Policía de Nueva York. Síguelo en Facebook. Las opiniones expresadas en este comentario son exclusivamente las del autor.

(CNN) – A veces subestimamos el poder que tiene el amor. No solo el amor romántico, sino un amor que está arraigado en la compasión, el respeto, la comprensión y la esperanza para las personas que conoces y para las que nunca antes has visto.

Este amor cobija nuestras características comunes a través de la apreciación, primero, de nuestras diferencias. Este es el amor que sentí mientras estaba sentado al lado del papa Francisco durante el servicio interreligioso por la paz el viernes en el monumento al 11 de septiembre en la ciudad de Nueva York.

Khalid Latif

No recuerdo alguna vez haber visto tal entusiasmo por una figura religiosa. O la última vez que el mundo tuvo a una figura religiosa como esta.

El atractivo del papa Francisco proviene de su deseo de llevar a la humanidad como un todo a un nivel más alto de conciencia, y a su disposición de demostrar esto en palabras y acciones.

Este es un hombre que eligió cenar con indigentes y no con políticos durante su viaje a Washington. Este es un hombre que se salió del guion y abrió sus comentarios en la catedral de San Particio con oraciones por los 700 musulmanes que murieron y los 900 que resultaron heridos en la peregrinación a la Meca más temprano ese día.

Este es un hombre que, cuando se dirigió a la Asamblea General de las Naciones Unidas, se tomó el tiempo para agradecer a los guardias de seguridad, al equipo de mantenimiento, al personal de limpieza y a los cocineros por el importante trabajo que hacen. Este es un hombre que a los 78 años de edad viaja por el mundo, sin hacer paradas o tomar descansos, para estar con las personas a las que sirve.

Él es un hombre lo suficientemente valiente como para reunir a personas de diferentes credos y pararse en el lugar sagrado de los ataques del 11 de septiembre, donde personas ignorantes abusaron de la religión para ocasionar dolor. Él es alguien que dijo que para traer una verdadera sanidad, tenemos que unirnos y avanzar unos con otros.

El papa Francisco, para mí, es un hombre religioso; un hombre con el que puedo no compartir una fe, pero uno a quien estaba nervioso de conocer y alguien que me hacía sentir intimidado cuando pensaba en que iba a sentarme a su lado. Espero que mi corazón haya adquirido algo de esa experiencia que se quede conmigo más allá de ese momento, para que un día pueda vivir con el mismo desinterés y amor, a fin de llevar entendimiento y paz a un mundo que ahora mismo lo necesita mucho.

La religión y la fe son vehículos para el bien. Los problemas que tenemos con la religión hoy en día no provienen de críticos y escépticos que deconstruyen y refuten la creencia religiosa, sino de la manera en la que nosotros mismos la abordamos. La religión se ha vuelto demasiado mecánica, y la mecánica es todo lo que conocemos. Para muchos de los que practican una creencia religiosa, los rituales se vuelven demasiado legalistas y habituales; no se llevan a cabo en nuestros corazones sino son expresados en gestos repetitivos por medio de nuestras extremidades.

Encontramos que el ritual es un medio en sí mismo, en lugar de un medio para alcanzar algo más grande. Cuando nuestra fe pierde la compasión viva, el amor y la esperanza, el potencial para que la religión sea transformadora, un catalizador para el cambio positivo, disminuye.

Ese potencial se debilita aún más cuando la religión es utilizada como una herramienta para oprimir a las personas. Vemos eso hoy cuando los líderes usan la religión para decirles a las personas solo lo que no pueden hacer o tener. El amor por el poder toma precedencia sobre el poder del amor. Justificamos nuestro maltrato hacia los desatendidos y los desfavorecidos, hacia los que pertenecen a una distinta raza, etnia o clase social, aquellos que simplemente son diferentes de nosotros, al afirmar que eso es lo que Dios quiere que hagamos.

Decimos esto sin encarnar el amor incondicional de Dios, su compasión o misericordia en nuestras acciones.

Esta es la razón por la que el papa Francisco es tan importante hoy. Donde el aparato gubernamental a veces falla lamentablemente, las personas de fe, personas como el papa Francisco, pueden jugar un papel fundamental en desafiar la injusticia social y la disparidad que está tan presente en muchas partes del mundo.

El papa nos ayuda a entender que para cambiar el mundo primero tenemos que tomar una pausa y cambiar el mundo dentro de nosotros. No podemos darles paz a las personas si no tenemos paz en nuestro interior para darles en primer lugar.