Maralal, Kenia (CNN) – Cantando y bailando mientras actúa en una asamblea escolar, para todo el mundo Younis se ve como una típica adolescente, con una brillante sonrisa y un uniforme gris y granate.
Hay una pequeña pista visible del trauma que ha tenido que enfrentar en sus cortos 13 años. Cuando tenía nueve años, sus padres hicieron arreglos para que se casara con un hombre lo suficientemente viejo que podría ser su abuelo, de acuerdo a la tradición local Samburu.
Los Samburu son una antigua tribu keniana de pastores de ganado, quienes al parecer son “primos lejanos” de los Masái. Incluso para los extranjeros, sus lenguas y costumbres son sorprendentemente similares.
Younis y otras niñas como ella se han atrevido a desligarse de algunas de estas tradiciones —matrimonio en la niñez, mutilación genital femenina y ser “adornadas con cuentas” (la práctica de prometer a las chicas a sus parientes masculinos para sexo)— las cuales son ilegales en Kenia.
Sin embargo, al hacer esto, se arriesgan a ser repudiadas por sus familiares y comunidades.
“Cuando tenía nueve años de edad, mi padre me casó con un anciano que tenía 78 años”, explica Younis, ya que los recuerdos de su experiencia desgarradora aún están frescos. “Fui a su casa y me quedé con él una semana”.
“Él me dijo que sería una esposa, pero yo simplemente era inocente, quería ir a la escuela. Pero ese hombre quería que yo fuera su tercera esposa. Le dije que no sería su esposa y me golpeó con una vara”.
“Luego me enteré de una mujer que ayuda a las niñas. Llegué de Baragoi descalza, ni siquiera tenía zapatos ese día. Llegué a Maralal… Kulea me llevó a la oficina de las niñas, ella me rescató”.
Hay otras ocho niñas como Younis en el internado; todas han sido llevadas a un lugar seguro por Josephine Kulea y su Fundación Samburu para Niñas.
Para estas niñas y otras 200 a lo largo de Kenia, Kulea es la “mamá Kulea”. Cuando sus familias se rehúsan a tener algo más que hacer con ellas, ella toma el lugar de sus madres.
Luchar contra sus raíces
Kulea está luchando contra las tradiciones culturales Samburu con las que creció. Ella dice que comenzó a preguntarse qué estaba pasando en su comunidad después de haber asistido a internados y de haber estudiado una carrera en enfermería en una parte diferente del país.
“Me di cuenta de que somos los únicos que hacen MGF —la mutilación genital femenina— las otras comunidades no hacen eso”, explica. “Me… di cuenta que hay cosas que no son correctas y que necesito hacer una diferencia, así es como empecé a rescatar a las niñas”.
Y empezó, en el 2011, al observar muy de cerca su hogar.
“El primer rescate fue el de mis dos primas”, explica. “Una tenía 10 años y ella era la que iba a casarse; en la mayoría de los casos en mi comunidad, cuando la chica se va a casar joven es cuando es sometida a la circuncisión femenina. Me enteré de que ella iba a casarse, así que fui y la rescaté, y luego de haberla rescatado, la llevé a la escuela”.
“Dos días después recibí una llamada y me dijeron que había una boda en ese pueblo, y dije: ‘Tengo a la chica, así que, ¿quién se casa?’ Ellos dijeron que era la hermana pequeña que tenía siete años… la reemplazaron porque las vacas habían llegado y tenían que entregar a una chica”.
Kulea rescató a la segunda niña y se encargó de que sus tíos fueran arrestados… dado que la MGF y el matrimonio precoz se volvieron ilegales en Kenia en el 2011, la ley está de su lado y ella trabaja junto con la policía, pero eso no quiere decir que lo que hace esté libre de riesgos.
Los padres y familiares de las niñas que rescata a menudo son detenidos solo durante un corto período de tiempo y a muchos en la comunidad Samburu no les gusta los cambios que ella está tratando de hacer.
“Al haber crecido en esta comunidad, todo el mundo me mira como: ‘Tú deberías ser como nosotros, no deberías estar luchando contra nosotros’”, explica. “Ese es un riesgo para mí, pero aun así lo intento”.
Sin embargo, por ahora, aún hay muchas niñas que necesitan ayuda; en una manyara, o aldea temporal, construida por los Samburu en diferentes lugares de acuerdo a la temporada, un grupo de madres le han pedido ayuda a Kulea.
Pésimas condiciones de vida
La remota manyara se encuentra al final de una nueva ruta de terracería, construida hace apenas un mes. No hay electricidad ni agua corriente y la escuela más cercana está demasiado lejos para que alguno de los niños pueda ir a pie; solo el 5% de la comunidad Samburu puede leer y escribir.
Para llegar a la gente, Kulea presenta un programa de radio y así fue como las madres de este pueblo se enteraron de ella; las chicas aquí ya están “adornadas con cuentas”, ya han sido prometidas a los hombres locales a cambio de collares de cuentas… la más joven solo tiene siete años.
“Todas las chicas de la aldea están en riesgo”, dice, “esta tiene nueve años, pero ellos la quieren casar. Por eso es que le están pidiendo que se la lleve a la escuela”.
Las niñas son compradas por sexo por un miembro del mismo clan antes de que se casen. Mientras más cuentas tengan alrededor de su cuello, mayor será el precio. Una vez que las niñas llegan a la edad del matrimonio, se casarán con alguien de un clan diferente. Si antes de eso la chica queda embarazada de alguno de sus parientes, ella podría ser obligada a someterse a un aborto; si tiene al niño, es poco probable que sea aceptada por la comunidad.
A pesar de que la mutilación genital femenina y el matrimonio precoz son ilegales en Kenia, las tradiciones culturales son difíciles de romper.
Angela, de 12 años, fue rescatada por Kulea luego de ver que sus amigas eran sometidas a la MGF; ella dice que vio sangre y oyó gritos, e hizo todo lo que pudo para evitar correr la misma suerte.
“Cuando tenía nueve años de edad, mi padre quería que fuera circuncidada”, dice ella. “Me escapé al bosque”.
Kulea se siente orgullosa de su herencia Samburu… ataviada con su traje tribal, al cantar y bailar en una ceremonia de graduación tradicional, eso está claro. Ella simplemente cree que las mujeres y las niñas como Angela y Younis tienen un papel vital que desempeñar en la comunidad, y quiere ver que ellas tengan esa oportunidad.
“Hay esperanza. Sé que cuando llevemos a más niñas a la escuela, en el futuro habrá una diferencia en mi comunidad”.