CNNE 222223 - bombardeo

Nota del editor: Ronald Crelinsten es miembro asociado del Centro de Estudios Globales en la Universidad de Victoria y exprofesor de Criminología de la Universidad de Ottawa. Entre sus libros se encuentran ‘Counterterrorism’ (Contraterrorismo), ‘Western Responses to Terrorism’ (Respuestas occidentales ante el terrorismo), y ‘The Politics of Pain: Torturers and Their Masters’ (La política del dolor: los torturadores y sus amos). Las opiniones expresadas en este comentario son únicamente las del escritor.

(CNN)– Un día después de las elecciones federales canadienses del pasado lunes, Justin Trudeau, el primer ministro electo, recibió una llamada de felicitación del presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Durante su conversación, Trudeau le dijo a Obama que él iba a cumplir la promesa que le hizo al electorado canadiense de ponerle fin a la misión de bombardeo contra ISIS en Iraq y Siria que inició su predecesor, el primer ministro, Stephen Harper, a finales del año pasado.

A principios de octubre del 2014, el Parlamento canadiense aprobó una campaña de bombardeo inicial de 6 meses que estaba limitada a Iraq. Ambos partidos de la oposición, los liberales y los nuevos demócratas, votaron en contra, aunque la opinión pública fue en general favorable.

El 22 de octubre del 2014, un hombre armado mató a tiros el cabo Nathan Cirillo mientras estaba de guardia ceremonial, vigilando el Monumento Nacional de Guerra en Ottawa. El pistolero luego corrió a la Colina del Parlamento y entró en el Centre Block, donde murió en un tiroteo dramático con la policía. Este ataque se produjo dos días después de que otro hombre atropellara a dos oficiales militares con su auto en St-Jean-sur-Richelieu, Quebec, matando al suboficial Patrice Vincent. Ambos atacantes resultaron ser musulmanes conversos autoradicalizados con pasados ​​difíciles y un historial de enfermedad mental.

A raíz de estos dos ataques de “lobos solitarios”, el gobierno de Harper pregonó la amenaza de terrorismo local, argumentando que Canadá está directamente amenazada por la ideología radical de ISIS, el cual se autodenomina Estado Islámico.

Esto sucedió a pesar de la clara evidencia de que ISIS estaba más interesado en crear un Estado funcional que atacar a Occidente, que los combatientes extranjeros se estaban uniendo para ayudar a la iniciativa de crear un Estado y que la gran mayoría de las personas que regresaban no estaban motivados en continuar el ataque en casa.

Para la primavera del 2015, el gobierno de Harper había ampliado la misión de bombardeos para incluir a Siria, y había introducido una legislación antiterrorista draconiana.

Una vez más, la opinión pública estuvo en gran medida a favor.

En agosto, cuando el primer ministro Harper convocó a elecciones, ya había quedado claro para muchos canadienses que el conflicto sirio era un embrollo y que la amenaza local, aunque ciertamente real, era exagerada.

La promesa de campaña de Justin Trudeau de ponerle fin a la misión de bombardeo, sin dejar de entrenar a los iraquíes lejos de las líneas del frente, representa un enfoque equilibrado en reconocer la complejidad del conflicto sirio y las limitadas opciones disponibles para Occidente.

Aunque el contraterrorismo ha sido principalmente vinculado con el ejercicio del “poder duro” (inteligencia, leyes, policía y poder militar), se debe hacer cada vez más uso del “poder blando” (control político, social y económico, así como iniciativas políticas más amplias que aborden el medio ambiente, el desarrollo, la infraestructura crítica, la migración y la intervención humanitaria).

El conflicto sirio tiene sus raíces en una mezcla volátil de prácticas discriminatorias por parte del gobierno, corrupción generalizada, falta crónica de oportunidades para los jóvenes, falta de servicios básicos, todo ello combinado para convencer a muchos de que no hay otra alternativa que el extremismo violento y terrorismo. Un enfoque estrictamente militar a una situación tan compleja es peligrosamente reduccionista. Como el gran psicólogo estadounidense Abraham Maslow, escribió en 1966: “Supongo que es tentador, si la única herramienta que tienes es un martillo, tratar a todos como si fueran un clavo”.

Los árabes sunitas de Iraq y Siria apoyan a ISIS solo porque no tienen otra opción en un ambiente dividido y discriminatorio donde los gobiernos chiitas favorecen a los suyos, con el apoyo de Irán y Hezbolá, y los kurdos con el apoyo de Estados Unidos y sus aliados (para el gran disgusto de Turquía).

Debido a que ISIS es la única fuerza sunita capaz de enfrentar las fuerzas chiítas en Iraq y Siria, este recibe diversos grados de apoyo de los estados sunitas vecinos, especialmente de Arabia Saudita. El conflicto sirio en muchos sentidos es una guerra de poder entre Irán y Arabia Saudita, y amenaza con convertirse en una especie de Guerra Fría de poder entre Rusia y Estados Unidos.

Se necesita con urgencia iniciativas políticas, económicas, sociales, humanitarias y diplomáticas si se quiere encontrar una solución de larga duración. Dado que Rusia ahora está participando en el combate para apoyar a Bachar al Asad, y dado el hecho de que los rebeldes supuestamente moderados cada vez más cuentan con una menor capacidad de combate sostenido y efectivo —además de las crecientes oleadas de refugiados desesperados que huyen rápidamente de la creciente violencia, sin vislumbrar un final—, lo que es imprescindible es un enfoque integral.

La decisión de Justin Trudeau para ponerle fin a la participación de Canadá en la campaña de bombardeos contra ISIS es un paso en la dirección correcta.