Los refugiados compran las bicicletas del lado ruso por unos 200 dólares.

(CNN)—Las auroras boreales pintan el cielo con espectaculares tonos de verde, rojo y morado en la ciudad de Kirkenes, en el extremo norte de Noruega. Los turistas acuden a este pedacito del Círculo Polar Ártico a perseguir las fascinantes luces. Pero una razón completamente diferente impulsa a otros que llegan aquí en bicicletas desde Rusia.

A través de la primera nevada de la temporada, estos ciclistas no son amantes de la naturaleza a la ‘caza’ de auroras boreales, sino refugiados.

Rusia no permite el paso a caminantes aquí, y Noruega penaliza a los conductores que transportan a los solicitantes de asilo. Esta confluencia de la legislación noruega y la regulación de Rusia ha hecho que los refugiados deban hacer en bicicleta la última etapa de su viaje, a través del paso fronterizo de Storskog.

Los primeros refugiados en utilizar este paso fronterizo llegaron en febrero, según el superintendente de policía Stein Hansen. Dijo que eran sirios.

“Creo que el rumor sobre la ruta se ha extendido”, dijo Hansen, quien es el encargado de registrar a los solicitantes de asilo que cruzan la frontera. “Todo el mundo que llega a Noruega llama a casa y dice que fue bien puede venir de esta manera”, dijo.

Para quienes tienen la suerte de conseguir una visa o residencia en Rusia, es cuestión de volar hacia Moscú. A partir de ahí se abren camino hasta la norteña ciudad rusa de Murmansk. Pasan la noche en un hotel, y luego son llevados en taxi a la ciudad industrial de Nikel. Una vez allí, los refugiados compran bicicletas y pedalean el medio kilómetro restante a Noruega.

Las bicicletas desechadas –aún con sus empaquetados de plástico- llenan un gran contenedor de basura en la parte noruega del cruce fronterizo. Las compran por unos 200 dólares en el lado ruso.

En agosto, 420 personas cruzaron por aquí. Ahora unas 500 lo hacen cada semana.

Es fácil de entender. La ruta del Ártico es una opción más segura que intentar cruzar las traicioneras aguas del mar Mediterráneo, que se han cobrado la vida de muchos refugiados.

La imagen del cuerpo del niño de 3 años Aylan Kurdi, varado en una playa turca el verano pasado, está grabada en muchas mentes.

“Vi a mi hijo en él, tuve pesadillas”, dijo Ahmed, de Siria, con su hijo sobre sus hombros. Nunca se arriesgaría a cruzar el Mediterráneo con su hijo, dijo Ahmed, sabiendo que la ruta del Ártico era una posibilidad para él.

“No está a disposición de todas las personas, eso te hace sentir mal”.

Ahora teme que su hijo, ahora a salvo, nunca vuelva a Siria ni vuelva a ver a su abuela, que todavía está allí.