Un miembro de la Media Luna Roja de Siria busca a supervivientes entre los escombros por un bombardeo en la ciudad de Douma, un bastión de las fuerzas rebeldes.

Nota de editor: Sean Kennedy es un escritor que reside en Washington. Anteriormente trabajó como asesor del Senado de Estados Unidos, productor de televisión y miembro de organizaciones de investigación de política. Las opiniones expresadas en este comentario son suyas.

(CNN) - El presidente Barack Obama fue noticia importante el mes pasado cuando ordenó que 50 miembros de las Operaciones Especiales de Estados Unidos “capacitaran, asesoraran y ayudaran” a las fuerzas en contra de ISIS en Siria.

Con este aumento en las miles de tropas estadounidenses en Iraq que se encuentran en una misión similar, la participación de Estados Unidos en el Levante se está pareciendo de manera extraña a la ampliación de su misión en Indochina hace décadas.

Mientras tanto, en el debate presidencial republicano del martes por la noche, los candidatos parecieron estar muy ansiosos por enviar a más fuerzas a la región. Jeb Bush y Carly Fiorina, por ejemplo, ambos hicieron un llamado a declarar una zona prohibida en Siria (una medida que también requeriría de fuerzas en tierra), mientras Ben Carson hizo un llamado a tomar un “gran campo de energía” en Iraq.

Sin embargo, quienes se están postulando a la presidencia, en ambos lados del pasillo, tienen que hacerse la siguiente pregunta: “¿Quiero heredar un segundo Vietnam, una ciénaga geopolítica que, como arenas movedizas, solo hace que te hundas mientras más luchas por salir de ahí?

Es cierto, Siria no es Vietnam. De hecho, podría terminar siendo mucho peor, en particular porque en lugar de dos campos ampliamente definibles con objetivos estratégicos y tácticos relativamente definidos, la guerra en Siria involucra a docenas de participantes locales y regionales con alianzas cambiantes y a menudo estrategias no identificables. Como resultado, Siria hace que el ajedrez tridimensional que las superpotencias jugaron en ese entonces se vea extraño.

Aun así, en maneras fundamentales, la participación de Estados Unidos en Siria imita a su guerra en Vietnam, la cual se peleó hace medio siglo. Al igual que el presidente Obama y sus aliados occidentales, el presidente Eisenhower emitió lo que era parecido a líneas rojas en contra de un régimen pícaro que no cumplía con los acuerdos internacionales.

A cambio, Estados Unidos aumentó su capacidad ofensiva en la región y sobre el terreno como una “disuasión” para nuevas provocaciones, al principio para apoyar a los aliados que enfrentaban agresión por parte de un mal sin restricciones: en ese caso, el comunismo internacional.

A finales de los años cincuenta, Eisenhower envió asesores —los Boinas Verdes y la CIA— para hacer precisamente lo que el gobierno de Obama promete que las fuerzas de Operaciones Especiales harán en Siria: entrenar, asesorar y ayudar. Ellos no estarán en combate directo, nos dijeron a mediados de los años 60. Esto no significaba que iban a haber “soldados en el terreno”, dijeron.

Y vaya si esas no fueron promesas vacías. La lenta acumulación de unos cuantos cientos de boinas verdes y agentes de la CIA, lo cual se llevó a cabo sin la autorización del Congreso hasta 1964, se convirtió en unos cuantos miles. Para el momento del asesinato del presidente Kennedy, unas 2.000 fuerzas especiales se encontraban permanentemente en guerra en las selvas de Indochina.

La promesa vacía del presidente Lyndon Johnson en relación a que “No vamos a mandar a jóvenes estadounidenses a 14.000 o 16.000 km de casa para hacer lo que los jóvenes asiáticos deberían hacer por ellos mismos” hace eco de las declaraciones de Obama de hoy.

“He sido sistemático a lo largo del proceso en decir que no vamos a pelear como lo hicimos en Iraq con batallones y ocupaciones”, dijo el presidente cuando anunció la más reciente intensificación. “Eso no resuelve el problema”.

Esta declaración no parece concordar exactamente con lo que el presidente Obama le dijo al país en agosto de 2013: “Esta no sería una intervención no concluyente. No pondríamos soldados en el terreno. En cambio, nuestra acción estaría diseñada para ser limitada en cuanto a la duración y el alcance. Sin embargo, estoy seguro de que podemos hacer que el régimen de Asad sea responsable por su uso de armas químicas, disuadir este tipo de comportamiento y degradar su capacidad para llevarlo a cabo”.

La intervención rusa-iraní del lado del presidente sirio Bachar al Asad, incluso a medida que Estados Unidos ve su derrocamiento mientras también lucha contra ISIS, hace que el parecido sea incluso más inquietante, ya que ahora sabemos que los soldados y pilotos soviéticos y chinos en secreto respaldaban a los comunistas vietnamitas, en contra de aquel contra quien Estados Unidos intensificaba su campaña.

Además, la “reunificación” de Vietnam generó una crisis de refugiados de proporciones épicas, muy parecida a la que está siendo generada por Siria hoy en día. Millones han tratado de escapar. Cientos de miles han tenido éxito. Muchos, en el proceso, han sufrido muertes terribles.

La mayor similitud entre ahora y hace cinco décadas es que ambas intervenciones tienen implicaciones geopolíticas que van más allá de los conflictos inmediatos. Después de todo, una humillación estadounidense en Siria sería una enorme victoria, no solo para los elementos autóctonos de Siria, sino también para las potencias extranjeras aliadas contra Estados Unidos.

Pero Vietnam no solo fue humillante. Fue una marca negra en la integridad estadounidense en términos de la forma en la que la guerra fue llevada a cabo, en la forma en la que trataron a nuestros aliados, y la forma en la que nuestras promesas no fueron cumplidas. Ahora que el presidente Obama deje el cargo, la pregunta permanece: ¿su sucesor limpiará su plato, u ordenará algo más?

A la larga, Vietnam permanece como una consigna en la mente estadounidense… y así debería ser, porque contiene lecciones para la estrategia, las tácticas, la diplomacia y la política. Tristemente, parece que como nadie quiere volver a visitar esa historia dolorosa, estamos condenados a repetirla.