Nota del editor: Reyna Grande es autora de dos novelas y ‘La distancia entre nosotros’, un libro de memorias acerca de su vida antes y después de emigrar ilegalmente desde México. Grande recibió en 2007 el ‘American Book Award’ y fue finalista del ‘National Book Critics Circle Award’ en 2012. Grande vive en Los Ángeles con su esposo y sus dos hijos. Las opiniones expresadas en este comentario son suyas.
(CNN) – ¿Acaso es sorprendente que aquellos de nosotros que empezamos con lo mínimo soñemos con lo máximo?
Como una niña de 2 años que vivía en México, mi sueño era simple: reunirme con mi padre que se había ido a California en busca de una vida mejor para nuestra familia. En Iguala, mi pueblo natal en el sur del estado de Guerrero, vivíamos en una choza hecha de palos y cartón con piso de tierra. No había agua corriente ni electricidad. Nos bañábamos en un sucio canal donde los trozos de estiércol de caballo flotaban como barcos de papel. Me mantenía descalza por falta de zapatos. Tuve tenia, piojos y sufrí picaduras de escorpiones.
A pesar del brillante Acapulco en las orillas del Oceano Pacífico, Guerrero es el segundo estado más pobre y violento de México. El 70% de sus 3,4 millones de habitantes vive en la pobreza.
Guerrero es el estado mexicano donde crece la mayoría de las plantaciones para el consumo de heroína en Estados Unidos, así que Iguala está rodeada por montañas cubiertas con campos de amapola. La ciudad de unos 110.000 habitantes es un centro de distribución para los cárteles. De hecho, cerca de 200 libras de narcóticos son enviadas desde la estación de autobuses cada semana, según un informe de la Agence France-Presse que cita a un hombre que se identificó como miembro de un cártel de la droga.
Iguala es también el tipo de lugar en donde las personas pueden desaparecer misteriosamente de la noche a la mañana. La tragedia que ocurrió allí el año pasado, cuando 43 estudiantes normalistas, fueron desaparecidos por la fuerza por la policía mexicana, sigue sin resolverse.
Cuando cumplí 4 años, mi madre se unió a mi padre en Los Ángeles, dejándome a mí y a mis hermanos mayores, Magloria y Carlos, al cuidado de nuestra abuela. A medida que los meses se hicieron años y mis hermanos y yo celebrábamos cumpleaños, días de la madre, días del padre, navidades y graduaciones escolares sin nuestros padres, a menudo me preguntaba si el sufrimiento y el trauma de esta separación algún día valdría la pena. Pero esos años de separación también me enseñaron resistencia… soñaba con más fuerzas todavía con ver a mis padres de nuevo.
Hacia el norte
Finalmente, a mis 9 años de edad, fue mi turno de dirigirme hacia el norte. Mis hermanos y yo nos encontramos corriendo a través de la frontera con mi padre y un contrabandista, arrastrándonos a través de los arbustos, trepando sobre las rocas, arriesgando nuestra vida por el sueño de tener una familia reunida e intacta.
En ese entonces no sabía que cuando una familia es separada, nunca más puede unirse por completo nuevamente. La inmigración puede convertir a padres e hijos en desconocidos.
Mi mayor impacto fue que en realidad no conocía a mi padre. Me había acostumbrado a verlo tan solo como una fotografía en blanco y negro. El hombre que encontré era muy diferente del hombre que había imaginado. Él también tuvo problemas para adaptarse a ser padre de una preadolescente independiente, porque yo ya no era la niña que había dejado atrás hacía tantos años, la que lo perseguía con deseos de que la cargaran en brazos.
A pesar de nuestras complicadas dinámicas familiares, mi padre me inculcó la idea de que con el trabajo duro, podía llegar a ser más que un trabajador de mantenimiento, al igual que él, o una trabajadora de fábrica, al igual que mi madre. Él lo llamaba “el sueño americano”. Yo había llegado a este país como una niña inmigrante indocumentada, sin embargo, él me hablaba a mí y a mis hermanos de la universidad y de carreras profesionales, de casas y de dinero para la jubilación.
Cuando llegué a la mayoría de edad, el sueño americano significaba tener la oportunidad de cambiar mi vida. Significaba lograr más de lo que jamás podría tener en México.
Además, lograr ese sueño se convirtió en una parte integral de mi visión para el futuro porque me dio metas específicas: tuve que aprender inglés, encontrar mi lugar en Estados Unidos, unir nuevamente las piezas rotas de mi familia.
Fuera de las sombras
Aunque era indocumentada y, en un principio, vivía en las sombras de esta nación, me aferré al sueño estadounidense con una feroz tenacidad.
El sueño era la única manera en la que podría mirar hacia atrás todo lo que había tenido que sobrellevar –los años que esperé que mis padres regresaran, el hecho de arriesgar mi vida para cruzar la frontera, mi lucha por superar las barreras culturales, legales y del idioma– y sabía que todo eso valdría la pena.
Nunca pregunté si el sueño existía o no. Ni siquiera ahora lo hago. La creencia inquebrantable de mi familia en él fue lo que me ha llevado hasta donde estoy el día de hoy: la primera persona en mi familia en obtener un título universitario, en ser una autora galardonada, propietaria de una casa y ciudadana estadounidense.
Una nueva encuesta de CNN/Kaiser Family Foundation ha descubierto que la mayoría de latinos dice que lograr el sueño estadounidense es más fácil para ellos de lo que fue para sus padres, mientras que la mayoría de blancos dice que es más difícil.
El resultado de la encuesta no me sorprende. El asunto es que la mayoría de latinos, como yo, empezamos desde el peldaño más bajo de la escalera, y nuestra versión del sueño es modesta… tener una opción para una educación superior, la posibilidad de poseer una casa, una oportunidad de convertirte en profesional en lugar de ser un obrero al igual que nuestros padres.
La pregunta no es: “¿Acaso el sueño estadounidense todavía puede lograrse?” sino más bien: “¿Quién está soñando y qué es lo que se está soñando?”
Los latinos, en especial los que son inmigrantes o hijos de inmigrantes, todavía son grandes soñadores. Es nuestra creencia en el sueño estadounidense la que nos ayuda a mirar hacia el futuro con humildad y esperanza.