Nota del editor: Robert Klitzman es profesor de psiquiatría y director del Programa de Maestría en Bioética de la Universidad de Columbia. Él es autor de “The Ethics Police?: The Struggle to Make Human Research Safe” (¿La policía de la ética?: la lucha para hacer que la investigación humana sea segura). Las opiniones expresadas en este comentario son exclusivamente las del autor.
(CNN) – “He conversado con mi esposa sobre mi infección de VIH”, me dijo una vez un hombre joven en mi oficina, como parte de un estudio de investigación que estuve realizando. “Pero no se los he dicho a las otras chicas con las que dormí”. Él usaba preservativo con ellas solo si le pedían que lo hiciera, me dijo.
Yo estaba horrorizado y me preguntaba cuando debía detener la entrevista y decirle que estaba equivocado al hacer esto. Algunos podrían argumentar que de hecho debí haber llamado a la policía y hacer que lo arrestaran.
Traté de mantener la calma y en cambio le pregunté por qué no les dijo. “Me imagino que están por ahí durmiendo con otros chicos, igual que yo”, respondió de forma muy franca. “El VIH está ahí afuera. Supongo que ellas están enteradas de ello”.
Sus comentarios, y la justificación de su comportamiento, me han perseguido desde ese entonces.
Esta conversación tuvo lugar hace varios años, antes de que los medicamentos para el VIH estuvieran más ampliamente disponibles. Pero he pensado retomar esta conversación cuando leí sobre el anuncio que Charlie Sheen hizo en noviembre en relación a que está infectado con VIH y que ha pagado millones de dólares para mantener en secreto su diagnóstico.
La infección de Sheen es lamentable, pero su anuncio público y revelaciones posteriores de que al menos una exnovia lo demandó por supuestamente no revelar su condición de VIH tienen importantes implicaciones más amplias que no han recibido atención, pero que deberían. Espero que lo hagan cuando aparezca en “The Dr. Oz Show” de esta semana.
Más importante aún, el caso de Sheen debería recordarnos sobre las apremiantes necesidades similares que otros millones de personas en Estados Unidos y en el extranjero enfrentan a diario. A pesar de los enormes avances en el tratamiento y la prevención, el secreto, la mentira, el estigma, la vergüenza y malentendidos sobre el VIH y el SIDA continúan.
La verdad es que a inicios de la década de 1980 hasta mediados y finales de 1990, el VIH/sida era una sentencia de muerte. Pero gracias a los avances en los medicamentos e investigación, ese ya no es el caso. Desafortunadamente, las leyes y las actitudes públicas no han podido mantener el ritmo. Eso tiene que cambiar.
En Estados Unidos, 33 estados aún tienen leyes que criminalizan la exposición potencial del VIH, ya que muchas de estas leyes son anticuadas y castigan las conductas que carecen o que representan un riesgo insignificante de contagio de la infección.
Dos tercios de estas leyes fueron promulgadas antes de que se determinara que los medicamentos eficaces contra el VIH (el llamado “cóctel”) funcionaban. Y la mayoría de las leyes no toman en cuenta las medidas de prevención, como el uso de preservativos o tomar medicamentos que eliminan el virus en el torrente sanguíneo, lo cual hace que prácticamente el individuo se vuelva no infeccioso.
Ciertamente, los individuos podrían merecer un castigo si no les dicen a sus parejas que están infectados con VIH, si no toman medicamentos para el VIH correctamente (y por lo tanto tienen virus detectable en la sangre), si no usan condones y si de hecho infectan a su pareja. Pero otras personas toman estos medicamentos apropiadamente, no tienen virus en la sangre, usan condones y sus parejas toman medicamentos para el VIH como una medida preventiva (la llamada profilaxis pre-exposición, o “PreP”). Tal comportamiento no debe ser criminalizado. Sin embargo, en muchos estados, sigue siendo así.
Por lo tanto, ha llegado el momento de volver a evaluar estas leyes y nuestras actitudes.
Los avances en el tratamiento y la prevención han hecho que el VIH, una enfermedad crónica, permita que los pacientes lleven una vida plena y productiva, como si ellos no tuvieran el virus.
Así que la noción perpetuada por algunas celebridades, medios de comunicación y sitios web de que el VIH es un peligroso secreto fomenta la vergüenza, la discriminación, el estigma y temores innecesarios. Estas actitudes impiden que la gente hable sobre el VIH, que lo prevenga o reciba el tratamiento… asegurando que el virus se propague aún más.
Cuando el hombre en mi oficina me dijo que no les reveló a sus parejas que tenía VIH o que no se protegió, solamente teníamos herramientas de prevención limitadas… simplemente condones de hule relativamente delgados. Antes de salir de mi oficina, hablé con él largo y tendido sobre la necesidad de proteger a sus parejas. Él asintió con la cabeza y dijo que estaba de acuerdo conmigo. No me quedé convencido de que seguiría mi consejo.
Afortunadamente, el mundo ha cambiado desde entonces.
Han quedado atrás los días de “sida = muerte”. También es el momento de eliminar de la historia el secreto y la vergüenza causada por el virus.