(CNN) – Es apenas una mota en el mapa.
Si no ves lo suficientemente cerca el delgado muelle de madera o los techos de paja de las viviendas que salpican la costa, podrías confundirla simplemente con otro pueblo, o tan solo otra isla, y continuar navegando.
Después de todo, hay más de 7.000 islas en las Filipinas.
Pero Ariara es diferente.
Y resulta que es mi destino, después de una hora de avión desde Manila, otra por carretera y dos horas en el Maya Maya, un lujoso catamarán.
Durante los siguientes dos días, todo, sus 50,59 hectáreas de playa inmaculada y su línea costera selvática y rocosa que se aprecia sobre las azules aguas llenas de coral, es todo mío.
Su propia versión del paraíso
Bueno, técnicamente, le pertenece a la pareja que me espera en el muelle: Charlie y Carrie McCulloch, promotores inmobiliarios y granjeros de Berkshire, Inglaterra.
“No hay muchos lugares como este”, dice Charlie, al explicar lo que los llevó al otro lado del mundo.
“Pero esta siempre fue mi idea de la perfección”.
La idea era simple, me cuentan los McCulloch en un almuerzo al aire libre sobre una mesa con mantel blanco… tomar lo mejor de cada una de las vacaciones que ellos habían experimentado y crear su propia versión del paraíso.
Ariara sería una casa de vacaciones para ellos y sus tres hijos, aunque principalmente sería un negocio: uno donde un solo grupo hasta de 20 huéspedes a la vez podrían disfrutar de la isla y de su personal, durante una semana o más, y disfrutarla como si fuera propia.
Los complejos vacacionales donde puedes alquilar una villa, incluso en los de lujo, no eran lo suficientemente buenos para lo que ellos concibieron, dicen los McCulloch.
Existe siempre una sensación de que estás siendo “controlado” y donde no te sientes completamente en casa.
“Incluso si tienes una bella suite en un hotel, o una villa en un complejo vacacional, en última instancia, ¡tienes que bajar el volumen de la música!”, bromea Carrie.
“¿Y aquí?”, pregunto yo.
“¡Puedes tener el volumen de la música tan alto como quieras!”
Aunque la idea parecía sencilla, la realidad de crear el refugio definitivo en este remoto lugar de las Filipinas que conserva su belleza natural y que está ubicada lejos de los lugares a donde se aventuran los turistas, fue mucho más complicada.
Nos enfrentamos al asunto de arrendar la tierra del gobierno, la pesadilla logística de llevar las materias primas y el combustible a la isla y el desafío de encontrar y capacitar a los constructores y artesanos, muchos de ellos pescadores locales de las islas vecinas.
“La mayoría de las personas ya se hubieran rendido”, admite Carrie.
Tu opción de un refugio
Después de un delicioso almuerzo de gazpacho y pescado fresco a la parrilla –el cual me comentaron que fue pescado esa misma la mañana-, Charlie me lleva a dar un recorrido en Ariara.
Ahí está la Cabaña, un punto de reunión lleno de sillones color crema, y un comedor octagonal con una enorme mesa redonda, que tal parece que podría acomodar a dos docenas de personas, todo abierto a la brisa del mar.
Y justo al final de los caminos del jardín, tu opción de un refugio personal de lujo: Beach Cottage (cabaña de la playa) completa con una hamaca en el porche delantero, o bien, si así lo prefieres, las Jungle Villas (villas de la selva) elevadas y con vista hacia el agua desde la cama y un baño privado al aire libre en la parte trasera con vista hacia el bosque.
Ellos han estado en el negocio durante cuatro años aproximadamente, explica Charlie, pero los MacCulloch normalmente no están aquí cuando llegan los clientes.
El tenerlos en los alrededores le quitaría al lugar el detalle de autenticidad de tener tu propia isla privada.
En cambio, Charlie y Carrie resuelven los detalles solamente con un “invitado líder” de cada grupo con antelación: todo, desde los menús hasta las solicitudes especiales como un instructor de yoga en el lugar o las cajas de un champán específico.
Tengo curiosidad de saber quienes son esos huéspedes y cuáles son sus travesuras cuando rentan este trozo del paraíso durante algunos días.
Después de todo, no todo el mundo puede darse el lujo de gastar 500 dólares por persona, por noche (las bebidas alcohólicas y el combustible para los 12 embarcaciones de Ariara no están incluidos).
Pero mis anfitriones tienen sellados los labios, y solamente revelan que sus clientes vienen de lugares tales como el Reino Unido, Australia, China, Corea del Sur y que muchos de ellos regresan por segunda, tercera o incluso por cuarta vez.
Aún así, necesitan mas huéspedes, admite Charlie.
Pero insiste en que incluso con la isla reservada tan solo alrededor de una tercera parte del tiempo, el negocio es sostenible y rentable.
Cualquier cosa es posible
Toma un par de días abstraerte.
En ese tiempo, me siento transportado por el viento en el Hobie Cat, expertamente pilotado por el capitán Johnny y por Eric, ambos antiguos pescadores y parte de las 30 personas que conforman el personal de Ariara, muchos de quienes hacen al menos dos o tres trabajos distintos.
Y yo practico snorkel justo frente a la costa con el gerente de la isla, Florian Muller, donde veo un tiburón punta negra y con prontitud decido que ya he tenido suficiente viento y agua y me subo nuevamente a la lancha de motor.
Los McCulloch también insisten en que tome el papel del “invitado líder” y que seleccione menús y ubicaciones para cócteles y comidas, aunque las ráfagas de viento al final del muelle nos obligan a retirarnos al comedor a la mitad de una cena a la luz de las velas en una noche.
También sigo estando muy consciente de que cualquier solicitud de último minuto requeriría de un envío de su proveedor en Manila. Me han dicho que cualquier cosa es posible, pero yo no quiero ser excesivo.
Podría acostumbrarme a esto, creo. Pero, antes de que me de cuenta, es tiempo de partir.
Más personas están en camino, me comenta Charlie mientras caminamos por la playa por última vez. Como el anfitrión que siempre percibe, nunca va a comentar detalles acerca de quiénes son o de dónde vienen.
Más allá de conseguir más negocios, le pregunto, ¿en qué espera él que Ariara se convierta dentro de cinco o 10 años?
“Tiene que permanecer en mi mente, exactamente el mismo concepto”, responde Charlie, “el cual es que continúe intacto y que conserve su belleza natural”.