La dificultad para llegar a Bara Bangal es, tal vez, la razón por la que ha sido dejado a su suerte durante tanto tiempo.

Bara Bangal, India (CNN) - A simple vista, los bancales se ven lo suficientemente cerca como para tocarlos: a un poco más de cuatro kilómetros en línea recta.

Pero en la antigua forma de viajar al Himalaya, aún quedan 20 curvas de carretera y varias horas tortuosas de viaje.

Mis pies llenos de ampollas y un clima adverso han sido mis compañeros desde que empecé mi caminata hace cinco días desde el santuario Manali, ubicado en la misma región del norte de India, Himachal Pradesh.

Pero eso ya no importa.

Lograré llegar hasta Bara Bangal, una aldea envuelta en leyendas, atrapada entre el paso Kalihani (4.800 metros) y el Thamsar (4.766 metros), protegidos por inexpugnables montañas y por el furioso río Ravi.

Una aldea escondida del mundo

Si usáramos Google como criterio para medir cuánto se sabe de nuestro mundo, esta aldea estaría en las últimas posiciones de la lista.

Algunos blogs y un puñado de imágenes es todo lo que el motor de búsqueda revela, además de agencias de viajes que lo promocionan como un difícil o agotador sendero.

Existen historias contradictorias sobre el surgimiento de la aldea.

Una de estas relata que los residentes de Bengala Occidental huyeron de una inundación y encontraron refugio en las montañas.

La otra dice que un grupo de nómadas cansados establecieron la aldea porque era el único espacio de terreno plano en muchos kilómetros a la redonda.

Para el registro, Bara Bangal ostenta el título como el pueblo más antiguo de la tribu de pastores Gaddi, el asentamiento más antiguo en el distrito de Kangra y la cabina de votación más remota en Himachal Pradesh.

La dificultad para llegar a Bara Bangal es, tal vez, la razón por la que ha sido dejado a su suerte durante tanto tiempo.

Incluso hoy en día, los caballos llevan raciones para los habitantes del pueblo durante el verano.

Durante la mayor parte del año, su único contacto con el mundo exterior es a través de un teléfono satelital instalado por el gobierno… el cual puede ser utilizado solo en caso de emergencia.

Los aldeanos más hospitalarios

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Las cabañas de la izquierda son el pueblo original, mientras que los asentamientos de la derecha son nuevos.

Llego al pueblo y establezco el campamento a la orilla opuesta del río, junto a una escuela primaria gubernamental.

Me hubiera gustado quedarme en el pueblo, pero dado que eso implicaría encuentros con los perros guardianes que se toman en serio sus deberes, preferí no hacerlo.

Temprano por la mañana, me despierto cuando escuché que el zíper de mi tienda se abría y me encuentro mirando a dos pares de ojos… un par que pertenece a una cabra y el otro a su amo, Munna.

Veinte minutos más tarde, estoy en casa de Munna bebiendo té y luego de aceptar su ofrecimiento de ser su huésped, nos dirigimos a explorar el pueblo.

La gente apenas está iniciando su día.

Los chicos se dirigen a los campos —los aldeanos producen un solo cultivo (frijoles o maíz) cada año— las mujeres están ocupadas con la limpieza de las casas y los ancianos se acomodan en las galerías.

A donde quiera que íbamos, nos daban la bienvenida con sonrisas, nos ofrecían té y nos invitaban a comer.

Cuando les digo que ya le había prometido a Munna comer con él, las invitaciones se extienden para la cena, aperitivos por la tarde o para el desayuno, almuerzo o cena del día siguiente.

“Es una tradición”, dice un anciano que me invita a probar el swig arak (un alcohol indio) con él. “Nos sentimos ofendidos si no comes o bebes algo en cada casa”.

Acudí a Munna para confirmarlo.

“Es cierto, señor. Así es como son las cosas en este pueblo”, dice, desbaratando mis esperanzas de por lo menos mantenerme sobrio por la mañana.

Mientras nos sentamos para beber, me fijo en los detalles de la casa.

Antigua forma de vida

Antiguo sería un eufemismo.

Esta casa, como las otras del pueblo, parece pertenecer a una época pasada.

Las barracas —cada una con una planta baja y un entrepiso— son hechas de tabla rasa, sostenidas por enormes troncos de árboles de pino.

Los pisos de ladrillo están cubiertos con una mezcla de estiércol de vaca y lodo, cubiertos con tallos de pasto.

Si hay algo que me recuerda a la ciudad, son los exuberantes carteles de las estrellas de Bollywood, los cuales fueron llevados de la ciudad por los jóvenes.

Le pregunto al hombre si alguna vez ha ido a Manali o Dharamsala, la ciudad en la colina conocida por ser la ciudad natal del Dalai Lama.

“Mi hijo me llevó a Dharamsala”, dice. “Pero me regresé en tres días. Era demasiado sucia para mí”.

Después de dos tragos, me disculpo, interesado ​en conocer mejor a los habitantes.

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La ruta sobre el paso Thamsar hacia Dharamsala atraviesa una cueva glacial.

¿Descendientes de Alejandro Magno?

Uno de estos aldeanos es Uday Bhan, un hombre avejentado con los ojos intensos, con una insistencia tal, y con la más maravillosa historia sobre la creación de la localidad.

De acuerdo con Bhan, los habitantes del pueblo son descendientes de los soldados del ejército de Alejandro que no estaban interesados ​​en hacer el largo viaje de vuelta a casa.

Con el tiempo, ellos construyeron el pueblo y se casaron con pastoras nómadas.

“Es por eso que somos un pueblo con un aspecto diferente”, dice.

De hecho tiene sentido… porque la historia efectivamente documenta el regreso de Alejandro de la otra orilla del Ravi.

Sin embargo, cómo idearon el nombre de Bara Bangal sigue siendo un misterio.

Mi estancia de dos días tuvo lugar en medio de un huracán de actividades.

Me despido de los aldeanos, empaco sus regalos —ramas de incienso, carne seca y un chal tejido a mano— en mi mochila.

El clima está dejando de ser adecuado y necesito todo el calor, los deseos y las proteínas para hacer el viaje de cuatro días sobre el paso Thamsar y Dharamsala.

Sankar Sridhar es un galardonado fotógrafo y escritor de viajes que pasa la mayor parte de su tiempo documentando la vida de las comunidades nómadas que están desapareciendo en la India. Es el autor de “Ladakh Trance Himalaya”.