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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo de una serie sobre Jesús y su familia, inmigrantes guatemaltecos que viven con incertidumbre por el temor de ser separados por la deportación de sus miembros de Estados Unidos. Para leer el capítulo anterior, haz clic aquí.

(CNN) – Sobre el bajo zumbido de un calentador de ambiente, las risas se filtran en la sala de estar.

Jesús y Angélica se sientan juntos en el dormitorio que la familia comparte y cuentan historias. Pedro se recuesta en la habitación de al lado y escucha. Este es el momento que se perdió durante casi 13 años.

Le encanta escuchar sus risas. Sin embargo, ha aprendido que los momentos felices a menudo son temporales.

“Lo he visto; ella siempre trata de distraerse con mi hijo.  Empiezan a conversar y a reír, mientras se olvidan un poco de sí mismos”, dice. “Pero al otro día, las cosas vuelven a ser iguales”.

Él ve la tristeza en el rostro de su esposa. Sabe que ella está pensando de sus dos hijos en Guatemala. Teme que vaya a enfermarse.

Angélica siempre supo que su tiempo en los Estados Unidos podría ser temporal. Sin embargo, le frustra la forma en la que manejaron su solicitud de asilo.

“Dicen que la forma en la que cruzamos la frontera fue ilegal”, dice. “Pero si fue ilegal, ¿por qué seguimos aquí? ¿Por qué nos han dejado quedarnos durante tanto tiempo? Hemos asistido a todas las reuniones a las que nos han enviado y aun así, no ha habido un buen resultado”.

La verdad es que Angélica ha estado soñando con ir a casa desde que salió de Guatemala. Adaptarse a la vida en los Estados Unidos ha sido difícil. Fue difícil encajar en el trabajo. Le encanta poder enviarle dinero a sus hijos para que estudien, y a su mamá para que se compre una nueva estufa, pero le desagrada estar tan lejos de su familia.

Ella ya sabe qué es lo primero que hará cuando regrese a Guatemala: se irá de compras con su hija, la tomará de la mano y se reirán mientras caminan por las calles.

Sin embargo, ella espera poder tener más tiempo en Estados Unidos. Angélica se pregunta si su caso ha quedado olvidado, o si solo ha habido un retraso en el proceso.

No puede olvidar las preguntas que le dan vueltas en la mente.

¿Son ciertos los rumores que ha escuchado? ¿Podrían separarla de su hijo adolescente? ¿Harán los agentes de inmigración una redada en su casa?   ¿La obligarán a ponerse esposas cuando vuele en avión por primera vez?  ¿Qué van a pensar en Guatemala? ¿Cómo saldrá adelante su familia? ¿Podrán estar a salvo algún día?

“Estamos entre sí y no”, dice. “Estamos contra la pared, a la espera”.

Pedro también se ha estado preocupando. Las noticias sobre la nueva ola de redadas contra inmigrantes se han difundido entre su red de amigos y compañeros de trabajo.  La semana pasada, un hombre al que ha conocido por años lo llamó y le advirtió que tuviera cuidado.

Los pasos que da desde la puerta de entrada a su casa hasta el correo se han convertido en la parte más aterradora de su día.

Siente un gran alivio cada vez que lo encuentra vacío.

“Un día más”, se dice a sí mismo.

El deseo de un padre  

Por un momento en una calurosa tarde de verano en 2014, Angélica, Jesús y Pedro eran tres personas que se estaban volviendo más unidas.

Ahora, siguen estando en el mismo lugar, pero en cierta forma, ya se están separando.

Cuando Jesús se bajó del autobús Greyhound, su cabeza apenas estaba unos centímetros abajo del hombro de su padre. Hoy en día, son casi de la misma altura, y la voz de Jesús se ha hecho más profunda.

Pedro dice que esas no son las únicas cosas que han cambiado sobre su hijo de 16 años de edad.

Ahora, Jesús se preocupa por su apariencia. Se toma las cosas más en serio. Le gusta hacer sus propios planes en lugar de simplemente seguir lo que sus padres están haciendo. Habla inglés, sonríe y bromea con sus compañeros de clase cada vez que los ve.

El pequeño teléfono celular negro de Pedro ya no parece suyo. La mayoría de las imágenes que contiene son fotos que Jesús tomó. Documentan todo lo que hicieron por primera vez en Estados Unidos.

Los muñecos de nieve que hicieron el invierno pasado.  Los petardos del Cuatro de Julio que quemaron el suelo.  El día en el que nadaron y atraparon peces con sus amigos.  Un árbol de Navidad con luces brillantes de color azul.

Pedro detesta imaginar cómo será vivir solo de nuevo. Se siente más joven ahora, como si la llegada de su esposa e hijo le dio la oportunidad de empezar de nuevo. Se ha acostumbrado a comer los guisos de Angélica y a patear la pelota de fútbol con Jesús cuando el clima es cálido.

Durante años, ha sido un padre a la distancia. Le ha enviado dinero a su familia, les ha dado consejos por teléfono y ha acudido a Facebook para ver fotos de cómo han cambiado sus hijos.

Esto es diferente y es algo que no quiere perder.

Con orgullo se ve como a Jesús se sumerge en sus tareas y se apresura por el apartamento preparándose para la escuela. Le gusta la forma en la que su hijo ha comenzado a pedir permiso antes de ir a pasar tiempo con los amigos.

El niño pequeño que apenas podía caminar cuando Pedro salió de Guatemala está creciendo ante los ojos de su padre. Y a Pedro le encanta lo que ve.

Nunca se dio cuenta de que todo pasaría tan rápido.

‘Destruiría mi alma’  

Antes de que el día en el que se reunió con su padre, esto es lo que Jesús sabía:

Su papá era muy rápido para picar pepinos.

Era amable por teléfono cuando llamaba a Guatemala.

Muchas personas decían que se parecían, pero Jesús no estaba tan seguro.

Esto es lo que sabe acerca de su padre ahora:

Al final de su jornada de 13 horas como jefe de cocina, sus piernas a veces le duelen tanto que le pide a Jesús que se las frote.

Ayuda a las personas sin pedirles nada a cambio, como el día en le hizo favor al propietario de entrar una lavadora a un apartamento, pero se negó a aceptar dinero a cambio.

Da buenos consejos que Jesús trata de recordar. “Si quieres que te respeten,   respeta tú primero”.

Si tuviera que usar una palabra para describir a su padre, Jesús elegiría “increíble”.

Hay mucho más sobre su padre —y el país donde vive— que quiere entender.

Todavía se están conociendo, dice Jesús.

Él espera que tengan la oportunidad.

Jesús teme que alguien los separe de nuevo. Es un miedo que no ha podido olvidar, desde que empezó a leer sobre la reciente ola de redadas dirigidas a las familias centroamericanas. Su padre le ha dado el número de teléfono de su abogado, por si acaso.

“Me destrozaría el alma”, dice Jesús.

LEE LOS CAPÍTULOS ANTERIORES:

Capítulo 1: Más allá de la frontera: la vida en el limbo para una familia inmigrante en EE.UU.

Capítulo 2:¿Temen por sus vidas?

Capítulo 3: Conocer y amar a Estados Unidos

Capítulo 4: ¿Qué depara el futuro para los inmigrantes?

Capítulo 5: ¿El miedo es suficiente para obtener asilo?

Capítulo 6: El miedo de la deportación en las noticias