CNNE 266908 - 160315094851-high-rise-tease-alt-super-169

(CNN) – Bienvenido a la vida en la torre de apartamentos. Los ascensores no han trabajado durante semanas, la lucha de clases abunda y, muerto de hambre, estás asando al perro a la parrilla. Nunca has estado más feliz.

Hay pocos comentarios sociales más llamativos que ‘High-Rise’ de JG Ballard, una ficción especulativa de 1975 en relación a los peligros de la vida moderna, y menos aún que hayan combinado tan agudamente la arquitectura y la sociología.

Condensados y refinados en 40 niveles de distopía brutalista están el miedo, la esperanza y la curiosidad, asegurando la modernidad en su lente y tirándola hacia lo que el autor cree que es su desastroso resultado final.

La narrativa de Ballard cuenta la historia del Dr. Robert Laing, un fisiólogo que se muda a una nueva torre de apartamentos en Londres, junto con una variedad de profesionales que van de la clase media a la clase alta, y sus familias. En el moderno edificio los servicios públicos comienzan a fallar, luchando con las demandas de sus habitantes… esto provoca la agitación que se desliza rápidamente hacia el caos.

Hoy en día, esta es una historia de los días del futuro pasado, pero muchas de sus inquietudes continúan siendo válidas: la omnipresencia de la cultura de consumo, nuestra dependencia, cada vez mayor, de la tecnología; la estratificación social y los límites impuestos a aquellos quienes son los menos acomodados. Desde entonces, ninguno de estos problemas han desaparecido en las cuatro décadas.

Su presciencia es parte del atractivo perdurable de la novela y así, tan madura como es la historia, ‘High-Rise’ ha sido tomada para su adaptación por el autor británico Ben Wheatley. Su traslado a la pantalla ha sido un largo camino (que previamente se abortó en manos de Nicholas Roeg en la década del 1970), pero que ahora llegará a las salas de cine y la película está obteniendo críticas favorables.

CNN Estilo se sentó con Wheatley para averiguar cómo el director confeccionó esta esquizofrénica carta de amor sobre el concreto.

La buena vida

La torre Wheatley se destaca en la zona Docklands en el este de Londres, con todas las formas de concreto prefabricado y cuadriculadas. Ubicada sobre un lote asfaltado de autos, esta perfora el horizonte antes de alterar su curso. Al igual que las probabilidades para sus habitantes más ricos, la torre de apartamentos se tuerce ya llegando a la parte superior.

La torre de apartamentos de Ballard, junto con otros en construcción.

Estas tomas de gran angular generadas por computadora son algunas de las pocas utilizadas en la película, dice el director, quien removió cielo y tierra para encontrar un rincón de la arquitectura brutalista de Gran Bretaña para plantar su bandera.

“Sencillamente no pudimos encontrar nada en ningún lugar”, se lamenta Wheatley. La finca Red Road en Glasgow, el Barbican Centre de Londres y la Biblioteca Central de Birmingham fueron influencias, pero todos eran inaccesibles a su manera, destruidos, ocupados o simplemente cerrados. Un poco más lejos, el director vio Le Corbusier Unite d’Habitation en Marsella en busca de inspiración.

“Tenemos que emprender ese recorrido del edificio desde que se ve prístino hasta que está destruido”, explica, “y eso sencillamente no iba a suceder en un lugar que estaba siendo muy utilizado”.

Una réplica a escala del diseño de la producción de uno de los apartamentos de la torre de apartamentos.

“Terminamos en Bangor, en Irlanda del Norte, y encontramos este centro deportivo que fue construido en 1973”, recuerda. “Nos acercamos y pensamos: ‘Bueno, esto no va a ser de mucha utilidad’. Esta era una apuesta bastante arriesgada, pero entramos y nos dimos cuenta de que nos daba casi todo lo que necesitábamos”.

Robert Laing camina de un lado al otro del edificio de apartamentos, como fue escrito por el director Ben Wheatley.

Una gran historia y un presupuesto reducido

El arquitecto de ficción de Ballard, Anthony Royal (Jeremy Irons) hubiera estado orgulloso de la utilidad de la ubicación. Con una piscina, una cancha de squash, una gran cantidad de corredores y un pabellón para deportes que también se usa como un terreno para estudio, este contenía todas las comodidades necesarias para la buena vida.

Cuando el set del apartamento –decorado para cada personaje– se agotaba, Wheatley decidió que un poco de trucos con la cámara podría cambiar las cosas.

“Filmamos en reversa, por lo que el departamento de arte tuvo que imprimir todas las etiquetas hacia atrás y el cabello de todos estaba peinado en la dirección opuesta, los relojes en la otra muñeca”, dice. En cuanto a los monitores volteados, el set era “irreconocible… era algo un poco difícil de dirigir”.

“La película se ve bastante costosa, pero el presupuesto era bastante reducido, simplemente te arrastrabas hasta el final de las cosas de bajo presupuesto”, argumenta Wheatley. (Algunos informes la colocan por sobre la marca de los 5 millones de dólares).

El Dr. Robert Laing (Tom Hiddleston) inspecciona su apartamento brutalista.

“Yo había leído sobre el rodaje de ‘Trainspotting’ y que habían usado una fábrica, una antigua fábrica de cerveza”, dice el director. “Siempre me había atraído el escoger un espacio industrial. Esto te da muchísimos espacios diferentes e interesantes dentro de ella”.

Al trabajar con el diseñador de producción, Mark Tildesley, Wheatley perfeccionó la estética de la película a través de collages de ideas y montajes. Para enlazar las ubicaciones, Tildesley ideó un apoyo triangular de concreto, el cual se muestra casi en todos los sets.

El director describe el imponente diseño como uno que “oprime a todo el mundo”, “y que da una sensación de peso todo el tiempo, que el edificio afecta a las personas que viven en él”.

El hecho de que Laing (Tom Hiddleston) es capturado acariciando uno de esos apoyos refleja adecuadamente la relación enfermiza que los habitantes tienen con su entorno.

Dentro de la mente del arquitecto

A pesar de su presencia dominante, Wheatley argumenta que el edificio de apartamentos es un catalizador más que un instigador de la obsesión de Laing y de sus vecinos.

“Es más una cuestión de ingeniería social que arquitectura en sí misma… a pesar de que la arquitectura juega un papel en ella”, sugiere.

El arquitecto Anthony Royal (Jeremy Irons), un hombre que en sus propias palabras: "diseña tal como está prescrito".

“Creo también, que la idea de que alguien –es decir, el arquitecto– ponga a todos dentro de lo que él llama ‘un crisol para el cambio’, es que está creando un experimento social masivo con la idea de que es para el bien de todos. Ese tipo de pensamiento amplio a menudo termina en lágrimas, porque ha hecho demasiadas conjeturas de cómo las personas van a reaccionar juntas… Si te has autonombrado un dios, entonces las cosas inevitablemente salen mal”.

No es que el director condenará a Royal, una deidad brutalista viviente por encima de su Nueva Jerusalén.

“Trato de no juzgarlo, ya que, básicamente, soy un Royal, ¿no lo soy?”, dice Wheatley entre risas. Al salir de la narrativa de Ballard, él argumenta que, como director, “Royal no es quien en realidad tiene el control: yo lo tengo. Este mundo que he creado –no el mío propio, obviamente– junto con miles de personas, este habla de un montón de problemas”. El paralelo entre el arquitecto, el director y sus respectivas creaciones se hace más claro.

Una alegoría adecuada para el siglo XXI

Así que, ¿acaso el director tiene preocupaciones acerca de la vida diaria moderna?

Director Ben Wheatley.

Él sugiere que la historia es alegórica, y agrega que “la división entre ricos y pobres es una preocupación”.

Los inversionistas en propiedades “parecen matar Londres, lo que es una triste exposición del asunto… los departamentos vacíos y los precios fuera del alcance de todos excepto de aquellos extremadamente ricos”. Él argumenta que esto va “absolutamente en contra de la idea de lo que es una ciudad”, y la transforma en “un espacio abstracto”.

“Esto es como cuando alguien compra una pintura, un Van Gogh, y luego lo guarda en una bóveda en algún lugar y nadie lo vuelve a ver otra vez. Es como un vínculo o algo: es tan solo dinero. Y lo que esto era, una hermosa pieza de arte, se ha ido para siempre”.

En cuanto a si ‘High-Rise’ podría existir hoy, Wheatley se muestra dubitativo. La edad de las redes sociales significa que la vida secreta de los residentes de la torre no permanecerá de esa manera durante mucho tiempo, puesto que “el reflejo de filmar y compartir en línea casi se convierte ahora en una segunda naturaleza”, dice.

El director es feliz al enclaustrar a sus personajes en la torre de apartamentos de la década de 1970. Uno podría pensar que sus agorafóbicos residentes lo podrían aprobar.