(CNN) – Ver bailando a los atacantes de París al ritmo de Lacrim, su rapero favorito, en un club nocturno de Bruselas en la elegante avenida Louise, es un lado de ellos que jamás se había visto.
Brahim Abdeslam, claramente visible, con un cigarrillo en su mano, coquetea con una rubia mientras que su hermano menor Salah, vestido con un sudadero naranja, da gritos junto al grupo del fondo.
La fecha es 8 de febrero de 2015.
Tan solo un poco más de ocho meses después, Brahim se haría estallar en una cafetería en el XI Distrito de París. Su suicidio era parte de la misión mortal de ISIS, cuya célula mataría a 130 personas y lesionaría a cientos más. Salah se convertiría en el único miembro conocido de esa célula que sobreviviría y se fugaría.
Al adelantarnos rápidamente un año hasta marzo de 2016, Salah es capturado en la capital belga, la cual es sacudida por sus dos ataques propios, los cuales traerían los efectos de la red terrorista de Abdeslam directamente al mismísimo corazón de su ciudad natal… una ciudad donde aquellos que conocían a los hermanos reflexionan en la manera en que tantas personas de su círculo íntimo pudieron haber sido radicalizadas tan rápidamente.
Dos amigos, que grabaron el video mientras andaban de fiesta con Salah y Brahim esa noche de febrero, aceptaron compartir sus historias con CNN, bajo la condición de que ocultáramos sus identidades y que habláramos lejos de su vecindario de Molenbeek.
Así que nos encontramos en un parque del centro, cerca de la escena de la atrocidad en la estación de metro de Maelbeek.
Le gustaban las mujeres
Con nombres falsos, Karim y Rachid dijeron que recordaban que Brahim era el más serio, mientras que Salah era amante de las diversiones.
“Eran buenas personas”, dijo Rachid. “Supongo que se podría decir que vivían su vida plenamente”.
“Vi a Salah bromear, fumar, beber y jugar cartas”, dice Karim.
“Si algo le gustaba eran las mujeres. Era algo mujeriego y escuché que en algún momento tuvo una novia”.
Al mirar hacia atrás, luego de esa memorable noche en febrero, Rachid dice que los hermanos empezaron a cambiar.
“Esa fue la última vez que los vi bebiendo”, dice.
“Brahim comenzó a ser más religioso. Él asistía a las oraciones de los viernes en la mezquita o, de lo contrario, rezaba en casa”.
En su momento, los amigos dijeron que no tenían idea que los dos se habían embarcado en su viaje hacia el radicalismo.
“Deben haber ido cambiando poco a poco”.
Karim y Rachid dicen que no comparten tales opiniones, aunque recientemente a un miembro de la familia de Karim las autoridades le impidieron tratar de unirse a ISIS en Siria.
Él tenía tan solo 15 años.
“Sucedió tan rápido que nuestra familia apenas lo notó”, dice Karim.
“Además, mucho de esto sucede a puertas cerradas, en línea, en sus habitaciones”.
“Como en familia”
Desempleado, con ocho meses en la prisión en su haber, Karim pasaba sus tardes en la cafetería Les Beguines, no lejos de su casa, donde se hizo amigo de los nuevos dueños –los Abdeslam– en 2011.
Él dice que él y Rachid fumaban cannabis.
Jugaban póquer por dinero, vendían drogas blancas y veían al amado equipo de fútbol de los hermanos –el Real Madrid– en la televisión mientras que Brahim animaba a su jugador favorito, Cristiano Ronaldo.
“Era un lugar divertido, se sentía como una familia”, dice Rachid.
También forman parte de esa “familia” tres hombres más que están detenidos por supuestamente ayudar a Salah mientras estaba prófugo. Mohammed Abrini, un fugitivo y un segundo atacante suicida de París ilustra la generalizada naturaleza de la propagación de ISIS en una calle somnolienta y residencial, dentro de un suburbio de clase trabajadora en Bruselas.
Abrini, quien presuntamente llevó a Abdeslam a París dos veces en la semana de los ataques, sigue siendo un hombre buscado. Rachid y Karim dicen que era un cliente habitual de la cafetería. Dicen que él solía llegar por las noches para tomar algo y lo describen como un hombre alto, delgado, tranquilo y reservado.
La policía belga nunca interrogó a Rachid o a Karim, a pesar de que Karim estuvo con uno de los sospechosos –el que supuestamente llevó a Salah cuando escapó– la noche en que le pidieron que fuera a buscarlo a Francia.
Karim y Rachid afirman que Hamza Attou, el conductor, y su cómplice, Mohammed Amri, no estaban conscientes de la situación en la que se estaban involucrando.
Sin embargo, en lo que se trata de Salah, no están tan seguros.
“Dudo que solo haya estado en el lugar equivocado en el momento equivocado”, dice Karim.
Al ver hacia atrás a través de sus fotos de la clase, Karim me muestra el rostro de un alumno que era su compañero de aproximadamente 10 años que está sentado en la fila por encima de él en el gimnasio.
Detrás de su sonrisa natural es imposible predecir que el muchacho –Chakib Akrouh– llegaría a acribillar a balazos a los parisinos junto con Brahim antes de inmolarse también.
“Lo último que supe era que se había ido a Siria, que se había casado y que tenía una niña”.
Karim dice que no solo tiene dificultades para comprender por qué sus amigos hicieron lo que hicieron, sino que también para comprender cómo lo hicieron, y dice que deben haber estado metidos en drogas. “La única manera en que yo pudiera hacer lo que ellos hicieron sería si estuviera completamente drogado o borracho… sin control de mis sentidos”, dice.
“Créame señora”, agrega Rachid. “Nadie nace siendo siendo tan malo como para llegar a eso”.
Salah Abdeslam afirma que tuvo un papel menor en los ataques terroristas de París
En cierto modo ellos también se ven a sí mismos como víctimas de la propagación de ISIS a través de su desfavorecido barrio residencial en las afueras.
“Esto es muy serio”, dice Rachid.
“Al igual que los jóvenes musulmanes con pocas oportunidades, las cosas se pondrán aún peor para nuestra especie a partir de ahora”, añade Karim.
“Además, en estos días, incluso nosotros tenemos miedo de ser volados en pedazos en el metro”.