Ángelo Cabrera y su mamá, Irma Rodríguez Pacheco, en un sentido abrazo.

(CNN Español) – Han pasado ocho años desde que visité a Ángelo Cabrera en el bajo de una iglesia al Sur del Bronx.

Recuerdo el frío que hacía y como Ángelo trataba de poner orden entre los muchachos alborotados que acudían como cada martes al programa de ayuda extraescolar para niños inmigrantes en su mayoral pertenecientes a la comunidad mexicana.

Mientras nos calentábamos las manos en una vieja estufa, me contaba que la mayoría de los padres de aquellos niños no habían terminado ni la educación básica, y era por tanto imposible para ellos ayudar a sus hijos en sus tareas.

En aquel programa los niños recibían ayuda de sus mentores y sobre todo motivación para seguir estudiando.

Aquel fue sólo el primero de muchos encuentros en los que pude conocer la historia de Ángelo, que cuando tenía 14 años decidió, como tantos otros, salir de su pueblo natal en Mexico, en busca de un futuro mejor.

No es la historia de un indocumentado común, tuvo la suerte de que una compañera de trabajo le pagara la matrícula para ir al colegio, pero supo también abrazar esa suerte y trabajar duro día y noche para conseguir graduarse en la universidad.

Aquella mañana de mayo cuando se graduó, en el CitiField los estudiantes corrían nerviosos a encontrar su sitio minutos antes de la ceremonia en la que el Baruch College graduara a la promoción del 2013.

Ángelo desfiló orgulloso con toga y birrete y en ningún momento paró de sonreír. Cuando terminó el evento, me pidió que le hiciera un retrato para su madre. Habían pasado 21 años desde la ultima vez que la vio y ese era el pesar más grande que arrastraba el joven.

Durante estos años las cartas fueron testigo de sus promesas de volver a su pueblo San Antonio Texcala con un título universitario y regalárselo a su madre.

Pero la soledad y la dureza de la ciudad hacían tambalear a ratos a Ángelo. El remordimiento de no estar al lado de su mamá cuando ella estaba enferma era su peor enemigo.

La oportunidad vino unos meses después de su graduación cuando le ofrecieron un puesto a tiempo completo en la Fundación de Investigación de la Universidad de la ciudad de Nueva York (CUNY).

Pero antes de poder aceptar este puesto debía viajar a su país natal para arreglar su estatus migratorio. La noche anterior Ángelo no pudo dormir, escuché sus pasos en la habitación desde el piso inferior en el que yo me encontraba.

La apuesta era arriesgada pues existía la posibilidad de que le denegaran el perdón migratorio, pero la emoción de ver a sus padres era suficiente motor para arriesgarse.

Oscurecía cuando entramos en San Antonio Texcala. Apenas algunas luces iluminaban las calles desiertas. La respiración de Ángelo se aceleraba por momentos y estalló en llanto al sonido de los Mariachis que lo esperaban a la entrada del pueblo junto con una comitiva de bienvenida compuesta por el alcalde y casi todos los vecinos.

El abrazo de su madre después de tantos años hizo estallar al pueblo en aplausos, lágrimas y bailes.

“Una madre no se cansa de esperar”, dijo doña Irma Rodriguez a un emocionado Ángelo, mientras le palpaba la cara con sus manos intentando imaginarse el rostro de ese hijo al que la ceguera por su diabetes no le dejaba ver.

La emoción del reencuentro dio paso a la decepción al recibir la respuesta negativa de la Embajada Americana en Mexico sobre su petición de perdón. El sueño de Ángelo parecía ahora inalcanzable y adaptarse a un país en el que no vivía desde que era niño no fue tarea fácil. Sin embargo la comunidad de Nueva York a la que el tanto había ayudado no lo dejó sólo.

Organizaciones como Daily Kos y change.org lanzaron campañas para recoger firmas pidiendo que el caso de Ángelo se reabriera.

En los dos años que pasó Ángelo en Mexico no dejó de trabajar para mejorar los derechos de los estudiantes deportados que se encuentran en una especie de limbo legal.

Eran las 8:57 p.m. en el aeropuerto JFK de Nueva York cuando Ángelo cruzó la puerta de inmigración. Sus abogados y un primo lo esperaban desde horas con nerviosismo y carteles de bienvenida.

Era la foto de un final feliz y sin embargo era incapaz de apretar el disparador. Demasiados años esperando este momento, demasiados momentos compartidos para no saltar de alegría y abrazar a Ángelo y con el, al sueño hecho realidad de todos los que venimos a este país en busca de una oportunidad.