“Yo no creo que los colombianos podamos vivir en paz cuando se desmovilicen todos los guerrilleros. No confío. Ellos tienen problemas psicológicos por todo el tiempo que pasaron en el monte, pueden ser agresivos. ¿Cómo va a ser ese proceso?”, dice Jennifer Martínez, una joven bogotana de 20 años.

En la fase final del proceso de paz que el gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC adelantan en Cuba hace ya tres años, los colombianos se preguntan muchas cosas.

En un país polarizado por más de 50 años de conflicto, la idea de convivir en paz con los miembros de un grupo que a su paso ha dejado millones de muertos y heridos en toda Colombia es algo que cuesta.

Este reportaje hace parte del especial 'Los rostros de la reconciliación' sobre las historias de paz en Colombia. Haz clic aquí para ver más

La desmovilización y reintegración de los exguerrilleros a la sociedad es uno de los puntos clave, y uno de los interrogantes que más preocupan a los colombianos. ¿Qué va a pasar con los 24.000 guerrilleros que el gobierno estima que están activos en las FARC? ¿Se van a reintegrar a la sociedad civil? Y sobre todo, ¿están preparados para volver?

El impacto psicológico de la guerra en los exguerrilleros que han pasado años e incluso décadas combatiendo es enorme. La guerra deja huellas en las personas, algunas físicas y dolorosas, pero otras ocultas, devastadoras; quizá las más difíciles de sanar.

Las secuelas de la guerra varían de acuerdo a la experiencia de cada persona. Algunas pueden presentar ansiedad, depresión, conductas antisociales o agresivas, y muchas recurren al alcohol y a las drogas para lidiar con esto. Los casos más graves sufren de Trastorno de Estrés Postraumático: tienen pesadillas, reexperimentan lo que vivieron, les cuesta concentrarse, se sobresaltan frecuentemente y en gran medida, es común que piensen en el suicidio.

Los estragos del conflicto en la mente

“Vaya a un municipio y busque a un soldado retirado, mutilado, muchos se la pasan borrachos … así se gastan la pensión. Creen que nadie los va a volver a querer y esa es la forma que tienen de enfrentarse a lo que les pasó. Conozco muchos casos”, dice un soldado activo del ejército colombiano quien pidió que se le reservara su identidad pues quiso hablar libremente sobre este aspecto que es tabú en la institución.

Los policías y soldados de Colombia han pagado el precio de la guerra en sus cuerpos y mentes. Cuando resultan heridos en combate reciben atención médica y psicológica para rehabilitarse.

“Muchos no quieren hablar con el psicólogo porque dicen que no están locos. Otros porque sienten que el personal médico no los entiende. ¿Cómo van a saber ellos lo que es perder las manos o las piernas? ¿Cómo van a comprender si nunca han estado en el monte peleando?”, afirma este soldado que hace unos años pisó una mina y quedó gravemente mutilado.

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“Quise acabar con mi vida. Me preguntaba por qué me había pasado a mí y qué sentido tenía seguir viviendo así. Perdí mucho tiempo llorando. Pasé mucho tiempo medicado, con el psicólogo y el psiquiatra. Fue muy duro pero aprendí a disfrutar de la vida así”.

Afirma que tuvo muchas pesadillas con el momento en que explotó la granada que lo dejó malherido y que cuando se estaba recuperando cualquier sonido fuerte lo exaltaba. “Era diciembre y había muchos fuegos artificiales. Cada vez que sonaba algo saltaba de la cama e iba a dar al piso. A veces me pasa todavía … voy por la calle y suena algo, el exhosto de un carro o una moto, y me pongo alerta. Mi cuerpo se tensa. El combate no lo deja a uno”.

“A veces me llaman del batallón: ‘Venga que hay un mocho que se quiere matar’. Y yo voy y hablo con él, le digo que es difícil, sí, pero que el problema es quedarse ahí pensando y no seguir adelante. Entre soldados nos entendemos”, añade y dice que le gustaría ser psicólogo no sólo para ayudar a sus compañeros a enfrentar los estragos de la guerra sino también a los exguerrilleros que se desmovilicen.

“Les quiero mostrar que sin armas también se puede vivir. Si uno puede vivir sin partes del cuerpo y ser feliz como yo, sin armas también se puede lograr”.

Volver de la guerra

El reto con los guerrilleros que se desmovilicen es complejo: deberán rehabilitarse pero también adaptarse a una sociedad que tiene reglas y condiciones que quizá no conocen. Muchos, en busca de oportunidades laborales o para proteger a sus familias, no volverán al campo y se instalarán en las ciudades.

En las Casas de Paz del Ministerio de Defensa, el primer lugar a donde llegan los excombatientes que se quieren reintegrar, les enseñan desde las señales de tránsito, cómo usar el transporte público, hasta las precauciones de seguridad que deben tener en las ciudades frente a la delincuencia común.

Martín**, *un desmovilizado que se fue a las filas de las FARC cuando tenía nueve años, cuenta que cuando estaba en el páramo en el departamento del Cauca al suroccidente de Colombia pasando frío y hambre extrañaba a su familia. Recuerda el dolor de estar separado de ellos siendo tan joven, y lo impactante que es ver morir a un compañero.

Cuando tenía 16 años se desmovilizó. Y volver a la ciudad también fue duro.

“No todo nos lo regalan, tenemos un apoyo económico mientras el proceso. Pero enfrentarse a la sociedad es duro, y el cambio del campo a la ciudad es difícil. Adaptarse es fuerte. He pasado momentos difíciles”, recuerda.

“Para mí la familia es lo más importante. Es el motor por el que uno se quiere desmovilizar, luchar, salir adelante, estudiar. Es lo que mueve todo”.

En el año 2008, el psiquiatra Ricardo Andrés de la Espriella adelantó un estudio con 76 desmovilizados de grupos paramilitares y guerrilleros. La idea era analizarlos psicológicamente para identificar sus síntomas y la atención clínica que recibieron.

De la Espriella encontró que estos excombatientes sufren de Trastorno de Estrés Postraumático; sin embargo, en una primera serie de análisis, el personal médico falló en identificarlo.

“Nos llamó la atención que tenían conductas agresivas y abuso de sustancias, pero no los síntomas clásicos del estrés postraumático. Entonces aplicamos unas escalas para evaluarlos y el 51% de los que estábamos atendiendo tenían el trastorno. Es decir, clínicamente no se veía pero usando unas escalas específicas sí”, le dijo de la Espriella a CNN en Español.

“Eso nos llevó a dos hipótesis. Una es que ellos no despliegan los síntomas clásicos sino que los modelan de alguna manera porque en la guerrilla se mata al más débil, al que muestra ansiedad. Eso favorece que haya conductas de tipo de agresividad”, afirma.

La segunda hipótesis no reveló algo sobre los excombatientes, sino sobre el personal médico. “Nos dimos cuenta de que a veces no los evaluamos bien ni completamente. Tenemos sesgos, miedos, porque ellos son los victimarios, los que mataron e hirieron a muchos”.

Durante el estudio los excombatientes solían recordar los crímenes que habían cometido y relatarles detalles a los médicos y enfermeras para intimidarlos.

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“Cuando el personal empezó a ver los cuadros psiquiátricos de estas personas y a saber que tenían EPT, entendieron que el haber agredido a otras personas, el haber matado a otras personas, también es una fuente de estrés. Ya no los vieron sólo como los victimarios, sino como víctimas”.

El 84,21% de los participantes en el estudio consumía cocaína, el 73,68% cocaína y basuco, el 31,58% inhalaba solventes inhalados y el 25% afirmaba consumir otras sustancias como anfetaminas y heroína. 35 de los 76 expresaban deseos suicidas.

Siete de ellos presentaban trastorno de discontrol de impulsos, 6 tenían episodios de esquizofrenia paranoide; se presentaron 4 casos de episodios psicóticos agudos, 3 de ellos fueron diagnosticados con depresión, 2 con trastorno de ansiedad y 1 con trastorno afectivo bipolar.

Frente a la posible desmovilización masiva, de la Espriella dice que hay que asumir una aproximación preventiva.

“Generalmente intervenimos tarde. Son población vulnerable y hay que tratar de hacer unas evaluaciones tempranas, llevar a cabo procesos más educativos. Algunos de ellos requieren intervención específica por psiquiatría”.

El psiquiatra afirma que aunque vio actitudes violentas en el grupo, no cree que los exguerrilleros se comporten tan violentamente como la gente creería.

“En un contexto más estructurado en el que las reglas son distintas ellos van cambiando su comportamiento. La agresividad es parte del combate, pero al reintegrarse a la vida civil tienen que controlarla. Puede haber algunos que son agresivos como cree la población en general, pero tratando adecuadamente las condiciones, la ansiedad, la depresión, seguramente se pueden controlar la mayoría o casi todas las pulsiones agresivas”.

¿Colombia está lista?

“La realidad nos muestra que el Estado colombiano no está completamente preparado para lo que pueda venirse en el posconflicto en términos de la salud mental de los excombatientes”, afirma el psicólogo William Alejandro Jiménez, quien ha trabajado en el campo de violencia y reconciliación.

“Tendría que desarrollarse algún tipo de política pública para poder incluir a los excombatientes en un régimen especial de salud mental porque precisamente la evidencia y los estudios demuestran que una de las características más importantes que se presentan en el posconflicto es el estrés postraumático”.

Actualmente las personas en proceso de reintegración reciben acompañamiento psicosocial durante el tiempo que están en el programa y se les afilia a una empresa prestadora de salud, pero Jiménez cree el reto va más allá de las clínicas y de la labor de los médicos.

“Al Estado le falta trabajar en la recepción y en crear una cultura social que acepte a los exguerrilleros. La sociedad civil presenta una resistencia absoluta. Lo vimos ya con los procesos de desmovilización de los paramilitares en 2006”, afirma.

“Una de las cosas fundamentales para una cultura de paz indudablemente debe ser el perdón. Eso lo tenemos que aprender todos. El ser humano tiene una capacidad de resiliencia impresionante, la capacidad de volver a nacer, y eso va a ser lo que tenemos que hacer si se firma el acuerdo”.

*Nombre con el que se identifica en público por motivos de seguridad