Nota del editor: Santiago Cordera es cofundador y director editorial de juanfutbol y colaborador de CNN Deportes. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor. Síguelo en @santicordera
(CNN Español) – Y Messi lloró. Argentina tuvo que perder cuatro finales de campeonato, tres consecutivas, para ver el dolor que le produce el fracaso con la albiceleste. Es la primera vez que lo vemos así. Con el corazón roto. Como si hubiera cometido una traición. Como si hubiera perdido un amor.
Es la maldición de Messi. O la maldición de la Argentina post Maradona. Hace 23 años que la selección mayor no consigue un título. Si hace 10 años los argentinos se alegraban porque había nacido un nuevo ídolo nacional, con el que la sequía de títulos se acabaría y el reinado de tener al mejor futbolista volvería a casa, hoy se sienten tristes y enojados.
Tristes porque Messi no cambió el rumbo de Argentina cuando las expectativas eran muy altas. Enojados porque no la hizo campeón como Diego Armando Maradona y las comparaciones siempre dividen, polarizan, y generan emociones.
Después del cuarto fracaso, Messi renunció a la Selección. Lo dijo momentos después de perder su segunda final consecutiva de Copa América. “Se terminó para mí la Selección. No es para mí. Lamentablemente lo busqué, era lo que más deseaba y no se dio”. Al tomar esta decisión, Messi abandona la idea de convertirse en el mejor de la historia. Demuestra que el dolor que siente por el fracaso con su selección es mayor a cualquier título ‘nobiliario’, a cualquier comparación con Pelé o Maradona, o a cualquier acusación de traidor a la patria que se le puede atribuir.
Si Messi no sintiera los colores de Argentina en su pecho, hace mucho tiempo que se hubiera declarado español. Pero no es así. Messi asumió con la cuarta final perdida la responsabilidad de un líder en peligro de extinción. Hizo lo que hacen pocos políticos en nuestros tiempos. Renunciar en caso de fracaso. Dimitir después de no cumplir la encomienda del pueblo argentino de hacer campeón a su país en un Mundial y en una Copa América.
Messi no reclama un sitio en el estante donde se encuentran las leyendas. Ni tampoco exige que se le considere como tal. Quiere ser feliz y no llorar. El fracaso le produce mucho dolor. Lo demostró ayer entre lágrimas. Es consciente de que hay jugadores de equipo y de Selección. El es de los primeros. Y lo reconoce. Lo reconoce con la tristeza del fracaso. Con el dolor del desamor. Con un desgarre en el corazón. Hay muchos aficionados que se sienten traicionados. Otros más alcanzaron el nivel de odio. Se llama fanatismo. El género humano le exigió a Messi ser el mejor de la historia, ganar mundiales y copas América, balones de oro, títulos con su club. No querían ver campeón a Argentina. Querían ver a Messi hacerla campeón. No pudo ser. Y nunca lo será.