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Nota del editor: El corresponsal de CNN Ben Wedeman ha vivido dentro y fuera de Medio Oriente desde la década de 1970 y ha cubierto Iraq desde la década de 1990.

BAGDAD (CNN) – “Nuestros ejércitos no entran en sus ciudades y tierras como conquistadores o enemigos, sino como liberadores”, leyó la proclama al pueblo de Iraq. Estas podrían haber sido las palabras del primer ministro británico Tony Blair o del presidente George W. Bush en el momento de la invasión de Iraq en 2003.

Pero se remonta a 1917, y fue escrito por el teniente general sir Stanley Maude, el comandante de las fuerzas británicas en Iraq.

La ocupación británica que le siguió fue desordenada, aunque no tanto como su versión moderna liderada por Estados Unidos. Entonces, el pueblo iraquí libró una sangrienta insurrección contra los británicos, que, en el proceso, supuestamente utilizó gas venenoso en contra de, entre otros, los kurdos del norte.

Si Blair hubiera leído su historia más cuidadosamente, podría haber tenido la experiencia de Gran Bretaña como advertencia. En su lugar, al lado de Bush, se lanzó de cabeza a lo que rápidamente se convirtió en un lodazal.

El informe Chilcot -el esperado resultado de la larga investigación de Gran Bretaña sobre la guerra de Iraq- puede arrojar más luz sobre la decisión de Blair en ese momento, pero las revelaciones serán de poca utilidad para los iraquíes.

En Medio Oriente, los grandiosos planes geoestratégicos trazados por las potencias extranjeras invariablemente van mal. Iraq no es la excepción.

Qué tan mal fue dolorosamente evidente en el centro de Bagdad este fin de semana, en las ruinas humeantes de otro ataque terrorista, donde al menos 250 personas murieron en un atentado con camión bomba perpetrado por ISIS.

Los falsos pretextos de la “liberación” de Iraq

Millones de iraquíes han quedado sin hogar por la guerra contra ISIS, y los muchos desplazados o expulsados al exilio durante el caos de los años de ocupación no tienen nada que celebrar en este “nuevo” Medio Oriente.

Cientos de miles de personas han muerto desde la invasión de 2003. La “liberación” no funcionó para ellos.

Los pretextos tan fuertemente impulsadas por Bush y Blair para la invasión de Iraq han demostrado ser completamente falsos. Si fueron mentiras o simplemente monumentales errores de juicio nunca sabremos, pero las consecuencias están a la vista de todos.

No había armas de destrucción masiva. No hay paz ni prosperidad en Iraq hoy en día. Lo que pasa por una democracia es fundamentalmente defectuosa y peligrosamente inestable.

La invasión de Iraq abrió la caja de Pandora, de la cual voló el sectarismo, el terrorismo y la violencia, y nadie ha logrado volver a encerrarlos.  Las bombas suicidas y la muerte expanden el terror en todos lados.

Lo que Bush y Blair dejaron atrás

Hace trece años, en la víspera de la invasión, Blair dijo: “Si no nos enfrentamos a estas amenazas gemelas de Estados corruptos con armas de destrucción masiva y terrorismo, no van a desaparecer”. Lejos de desaparecer, el terrorismo en forma de ISIS ha creado su propio estado criminal -en el proceso de redefinir el terrorismo hasta el punto de que al Qaeda lo ha condenado por ser demasiado extremo.

La entidad que Bush y Blair ayudaron a crear, el Iraq de hoy en día, es uno de los países más corruptos en la tierra. Flota sobre un mar de petróleo, pero poco de esa riqueza se escurre hacia la gente común. Los cortes de agua y electricidad son comunes.

El verano pasado, cubriendo la masiva oleada de refugiados y migrantes que intentaban llegar a Europa, me encontré con docenas de iraquíes que habían dejado en su país. En la frontera con Hungría, Hussain, un estudiante de Derecho de 22 años de Karbala, me dijo: “Vamos a esperar aquí seis años si tenemos que hacerlo. No tenemos nada que perder”. Volver a Iraq, insistió, no era una opción.

¿Entonces valió la pena? No hay unanimidad en este punto. Un montón de amigos iraquíes recuerdan los buenos viejos tiempos de Saddam Hussein, cuando los bombardeos terroristas eran poco frecuentes, cuando no había muros de explosivos y pocos puntos de control, cuando se podía viajar en casi cualquier lugar en Bagdad o Iraq sin temor a recibir un disparo o ser secuestrado o decapitado.

No había libertad de expresión, no había democracia. Saddam gobernaba por el miedo, pero al menos había orden. Una vez que se prueba la anarquía - e Iraq ha tenido bastante- la dictadura no se ve tan mal.

Como me dice mi amigo Mohamed J. con frecuencia: “Si Saddam pudiera volver de entre los muertos”.

Cómo Bush y Blair ayudaron a los kurdos

Otros, sin embargo, adoran el legado dejado por Bush y Blair. A principios de este año, yo estaba sentado alrededor de una fogata en el norte de Iraq con un grupo de comandantes kurdos, a poca distancia de las líneas del frente con ISIS. Estábamos hablando de las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos.

“Amamos a George Bush”, exclamó uno, cuando le pregunté quién era su candidato preferido.”Deseamos que pudiera ser presidente otra vez”.

“Y nos gustaría volver a ver a Tony Blair en el poder también”, intervino otro.

La popularidad de Bush y Blair entre los kurdos no es nueva. Yo estaba en la capital kurda de facto, Arbil, el 9 de abril de 2003, cuando las tropas estadounidenses tiraron la estatua de Saddam en Bagdad.

Cuando la noticia se difundió por toda la ciudad, miles salieron a celebrar, agitando banderas de Estados Unidos.

“¡Abajo, abajo Saddam! ¡Sí, Estados Unidos! ¡Sí, sí, Bush!”, gritaba un joven entusiasta.

Bush y Blair ayudaron a cimentar el estado semiautónomo del Kurdistán iraquí, estableciendo la separación no oficial de la región del resto del país. Y los kurdos han pasado por alto lo que sucedió en el resto del país.

Vivir -y morir- con las consecuencias

Blair hubiera querido que algunos de los kurdos declararan ante la comisión Chilcot, porque más allá de ese rincón de Iraq, la historia no es tan amable.

Hoy Bush es un pintor aficionado, e irónicamente, Blair hace dinero ofreciendo experiencia, visión y orientación sobre Medio Oriente.

Aparte de las molestias y la posible vergüenza de los resultados de la investigación Chilcot, Blair ya no tiene que hacer frente a la ciénaga que él ayudó a crear en Iraq.

Los habitantes de esta tierra de mala suerte, sin embargo, tienen que vivir -y morir- con las consecuencias.