(CNN) – Tuve una infancia bastante normal en la ciudad india de Kolkata, conocida anteriormente como Calcuta. Fui parte de una familia feliz, saludable y cercana. Mis hermanas y yo fuimos a la escuela, jugábamos deportes y salíamos con nuestros amigos.
Cuando podíamos íbamos con nuestra madre a dónde ella hacía trabajo voluntario. Mi vida tenía un ritmo seguro. En ese entonces no sabía que estaba siendo testigo de la historia, y viendo directamente el trabajo de una santa.
Mi madre era, y todavía es, parte de un grupo llamado las Cotrabajadoras de la Caridad de las Misioneras.
Es una comunidad de voluntarios locales, mayormente mujeres de distintas edades y religiones, que ayudaron a la Madre Teresa y a sus monjas de cualquier forma que pudieran.
Mi madre iba a Nirmala Shishu Bhavan, el refugio de la Madre Teresa para niños y bebés abandonados, para enseñarles a los niños que iban a ser adoptados por familias europeas.
Era de gran ayuda, decían las monjas, que supieran un poco de inglés antes de que comenzaran una nueva vida en el extranjero. A menudo, acompañaba a mi madre para ayudarles a los niños a practicar sus conversaciones en inglés.
Cada vez que entraba a una habitación me impactaba ver una tabla afuera que tenía una lista con el número de niños dentro de la habitación.
Había siempre más niñas que niños, un reflejo de la preferencia de la India por los varones que por las niñas. Como una de tres hijas, eso solía llenarme de tristeza y desagrado. Todavía lo hace.
Sin embargo, me acuerdo de sentirme aliviada. Por lo menos los bebés que llegaban a los hogares de la Madre Teresa recibían atención y tenían una oportunidad.
Vi de primera mano cómo eran cuidados por los voluntarios, las monjas y la propia Madre Teresa.
Era pequeña, pero con energía
Era común que me encontrara con la Madre Teresa en Shishu Bhavan. A menudo estaba allí, arrullando a un bebé enfermo, dando de comer a un niño, pacientemente prestándole atención a otra que le halaba el sari.
Era pequeña, pero era como un motor, avanzaba rápidamente de un extremo a otro de la casa con pasos rápidos. Me acuerdo que tenía la cara muy arrugada y los ojos brillantes con los que te miraba directamente cuando te hablaba. Tenía una presencia tremenda.
A riesgo de que suene algo cliché, cuando ella entraba a una habitación, cambiaba la energía.
Loreto House era mi colegio y estaba administrado por la misma orden de la que hizo parte la Madre Teresa antes de fundar las Misioneras de la Caridad. Allí era regularmente el centro de las conversaciones, trabajos de arte, ensayos y poesías. Una vez escribí un poema sobre ella, que mi madre le entregó. La siguiente vez que la vi me hizo señas.
“Ven aquí, ven aquí”, sonrió y me dijo: “Te quiero mostrar algo”. Me llevó a la estatua de María en Shishu Bhavan y allí arriba estaba mi poema, enmarcado. Con enmarcado me refiero a que estaba dentro de un bolsillo de plástico y pegado a la pared.
Luego hizo lo que siempre hacía. Tomar mis manos fuertemente entre las de ella y decir: “Dios te bendiga, mi niña, Dios te bendiga”.
Cuando la gente se entera que soy de Kolkata, lo que dicen a continuación suele ser “Oh, la Madre Teresa”.
Sí, es una ciudad que se ha vuelto sinónimo de la Madre Teresa, y así mismo de imágenes de pobreza, desesperación, miseria. Es conocida por sus tugurios y su suciedad. Eso duele.
Pero también es conocida por ser la ciudad que produjo una santa. Me siento orgullosa de eso. Ese es mi hogar.