Nota del editor: El economista Alberto Bernal es estratega en jefe de mercados emergentes de la firma XP Securities LLC. Es columnista de los diarios La República y El Mercurio y profesor adjunto de la Universidad de Miami. Bernal es frecuente analista invitado de Portafolio Global y CNN Dinero de CNN en Español. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
La victoria del no en el plebiscito sobre el proceso de La Habana entre el gobierno de Colombia y las FARC es fácilmente una de las sorpresas más increíbles jamás vistas en la política colombiana. Confieso que estaba totalmente convencido que el voto iba a salir 60% por el sí versus el 40% del no. Y que quede claro que yo soy del no.
Pero el pueblo se decidió por el no. La coalición del sí nunca podrá argumentar que el no ganó por compra de votos o cuestiones similares, porque, entre otras cosas, el no tuvo cero financiación, por lo menos comparado con el SI, que gastó miles de millones en publicidad. Y valga decir que la publicidad estuvo muy buena. Por ejemplo, un comercial de la niña que nacería el 3 de octubre, el “primer bebé de la paz”, casi que me obliga a cambiar mi voto.
Muchas personas del sí argumentan que el voto se perdió porque la gente en Colombia es muy ignorante. Es un hecho que mucha gente que votó por el no, así como mucha que voto por el SI, puede ser muy ignorante. Pero existe una gran diferencia entre los dos campos. La campaña del no siempre buscó que la gente leyera las famosas 297 páginas del acuerdo, entre otras porque los que leímos el documento encontramos cosas muy difíciles de digerir. La campaña del sí fue totalmente diferente. En mi opinión, la campaña del sí no fue una campaña basada en la razón, sino una campaña de “esperanza” de “todo puede ser mejor”. Es tan cierto lo que digo, que uno de los mayores proponentes del SI, el periodista y politólogo Hector Riveros, escribió una columna en La Silla Vacía de opinión en la que específicamente pedía que la gente no leyera los acuerdos porque no los iba a entender, y entonces se arriesgaba el voto por el sí.
Políticamente hablando, la derrota del santismo es una buena noticia para el uribismo —los seguidores de Álvaro Uribe— y para el vargasllerismo —los seguidores del vicepresidente Germán Varas Lleras—. Estas dos fuerzas son las que mejor posicionadas quedan mirando al 2018. Es un secreto a voces que el vicepresidente Vargas Lleras no es un amigo de este proceso, porque, seamos sinceros, Vargas Lleras y Uribe tienen una ideología idéntica sobre la forma como se debe tratar al crimen organizado, mejor dicho, sobre la forma como se debe lidiar con los terroristas de las FARC.
Mirando la cuestión económica, el futuro de la calificación crediticia de Colombia ahora va a depender de la capacidad política que tenga la administración Santos de lograr la aprobación de una reforma tributaria decente. Claramente después de la derrota del domingo 2 de octubre, el presidente Santos queda políticamente malherido. Sin embargo, la ecuación de ahora es diferente a la de hace unos meses. Ya hoy el presidente Santos no tiene mucho que perder, y en cambio el vicepresidente Vargas Lleras sí, en caso de que la reforma tributaria colapse en el Congreso. La realidad para el Centro Democrático (CD) es similar, porque el CD también quiere volver al poder, y claramente sería mucho más benévolo para el uribismo llegar de nuevo al poder en un país que tiene acceso a dinero barato en los mercados.
A diferencia de la gran mayoría de mis colegas analistas, considero que el voto del no es una buena noticia para Colombia. Los colombianos no votaron en contra de la paz, votaron en contra del cinismo del señor ‘Timochenko’, líder de las FARC, quien sigue pensando que sus crímenes son justificables. No todo puede valer en una sociedad, y menos aún la violencia como instrumento político. Para mí el voto del no es un claro mensaje de que “el crimen no puede pagar”. También considero que el voto del no es una buena noticia para la economía de Colombia en el mediano plazo, pues ese voto demuestra que la gente del común entiende que no todo puede ser gratis, y que solo la legalidad y el trabajo honesto puede sacar adelante a Colombia. El voto a favor del no es un voto a favor de la economía de mercados y de la confianza inversionista, y es un voto que aleja a Colombia de conceptos sociales tan complicados como el etnocacerismo y el socialismo del siglo XXI.
En una columna anterior en este mismo medio había argumentado que el proceso de La Habana no iba a incrementar el crecimiento potencial de Colombia, porque las visiones de las FARC sobre el agro y la economía en general son completamente anacrónicas. Me mantengo en mi visión. Si Colombia quiere crecer más rápido, el país no necesita más minifundios, como quieren las FARC, sino más latifundios, más agroindustria. Colombia necesita más capital, y menos subsidios. El triunfo del no crea un espacio para mejorar el capítulo agrícola del tratado con las FARC. Ojalá la administración Santos aproveche la oportunidad que hoy se le ha dado para implementar un mejor acuerdo.