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Amor, odio, Trump y los medios
08:42 - Fuente: CNN

Nota del editor: Michael D’Antonio, el autor de The Truth About Trump, está escribiendo Trump Watch, una serie de columnas sobre el presidente electo para CNN Opinion. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas de su autor.

(CNN) – En dos semanas de transición de presidente electo a comandante en jefe de Estados Unidos, Donald Trump ha indicado sus prioridades y demostrado el estilo que le dará al cargo más poderoso del mundo. Las pistas nos dicen que no deberíamos esperar que el ‘showman’ de 70 años se transforme en un líder y genuinamente sobrio y predecible, pero esta no es necesariamente una mala profecía.

Hay un montón de cosas que que le importan a los políticos ordinarios (reglas acerca de qué tipo de cosas se pueden decir cuando se ejerce un cargo o cuando se está en campaña, tradiciones que han sido probadas en la historia de los gobiernos y políticos estadounidenses) que a Trump puede que no. Pero, por lo que se ha visto tanto en su carrera como en su periodo como presidente electo, es demasiado claro que hay cosas que sí le quitan el sueño.

Aún le importan los medios, y mucho

Trump ha asistido a dos grandes reuniones desde que conquistó la presidencia. Ninguna de esas reuniones ha sido con miembros de su equipo de campaña que lo han servido tan bien o con un grupo grande de hombres y mujeres que podrían servirle en su administración. En vez de eso, Trump prefirió gastar horas con los líderes de las más grandes cadenas de televisión y los escritores y editores del New York Times.

Las sesiones con periodistas nos dicen que Trump aún está muy obsesionado con el poder de los medios de comunicación. Su estrategia ‘teatral’ fue muy a su viejo estilo. A los periodistas se les requirió que fueran hasta sus dominios, la Torre Trump, donde fueron fotografiados como suplicantes yendo a honrar a un monarca sentado en lo alto de los cielos. En vez de un nuevo comienzo para rehacer una relación como lo describió la gerente de la campaña, Kellyanne Conway, el magnate aparentemente usó la reunión como una especie de queja contra organizaciones como CNN y NBC.

El New York Post reportó el encuentro como un conflicto abierto, pero Brian Stelter, de CNN, escribió que Trump también hizo propósitos por una positiva relación entre ‘su’ Casa Blanca y los medios. Los participantes aseguraron que una versión publicada por una cuenta del New York Post, en la que se describía como si Trump les estuviera dando una tremenda reprimenda a los miembros de la prensa como si fuera a un pelotón de fusilamiento era exagerada.

Las reglas aceptadas por los periodistas hicieron de esto un asunto “off-the-record”, pero, como un hombre con 40 años de experiencia con la prensa, Trump tenía que conocer que el tono de sus observaciones sería contado y, de esta manera, su decisión de criticarlos y regañarlos podría ser considerada como deliberada e intencional. Horas después, fue recompensado por los medios de derecha. “Trump se come a la prensa”, aseguró Breitbart News. Esa clase de titulares alienta a unos seguidores del magnate a quienes les encanta la idea de que él meta en cintura a aquellos que odian.

Más revelador fue, tal vez, el encuentro de Trump con el New York Times. Primero, decidió demostrar su respeto haciendo una ‘caminata’ hasta el edificio del Times (luego de haber cancelado temporalmente la reunión). Luego, hubo un arreglo para hacer público lo comentado en su conversación. Aquí vale la pena señalar que, al hacer este pedido, los ejecutivos del periódico mostraron que son conscientes de su poder y Trump, quien reconoce la fuerza tan pronto la ve, estaba dispuesto a ceder un poco.

Las transcripciones de la reunión en el Times revelaron a alguien que le importa mucho lo que el periódico publica acerca de él. En el pasado, Trump atacó al diario de su ciudad natal con términos como “de tercera”, “estrafalario”, “fraudulento” y “errático”. Pero en esta sesión fue conciliador al punto de llegar a la adulación al calificar al periódico como “una gran, gran joya estadounidense”.

¿Qué está pasando aquí? La simple y más esencial explicación es que aunque a Trump le importen las noticias de televisión, verdaderamente respeta el no oficial pero ampliamente reconocido historial del periódico. Cuando era joven, Trump hizo su gran aparición mediática cuando el Times publicó un perfil sobre él en el que lo reseñó como un magnate cuando realmente no lo era. Desde ahí, supo que este periódico marca la agenda mediática en Nueva York, la nación y, a veces, el mundo.

Mientras cortejó a sus editores y reporteros, con su usual nivel de exageración, le llamaron la atención artículos en los que se hablaba bien de él (alguna vez se jactó erróneamente de que un artículo hecho por mí sobre él fue uno de los más largos jamás publicados en sus páginas).

A Trump le importa tu opinión sobre él

Trump busca constantemente el reconocimiento por su riqueza.

El interés del presidente electo en exigir o suplicar la aprobación de importantes medios de comunicación coincide con su antiguo y obviamente siempre presente deseo de ser admirado por un gran número de personas.

Cada campaña electoral es, en algún nivel, un concurso de popularidad y nadie debería dudar que cuando él lanzó su candidatura a la presidencia en junio del 2015 estaba buscando mostrar a cuánta gente le gustaba. Las campañas presidenciales son rutinariamente reportadas como una carrera de caballos, con resultados de encuestas que generan un flujo enorme de titulares. Tras la elección de un presidente, el apoyo público, medido como un “rating de aprobación”, estimula reportes similares sobre el índice de éxito de un Jefe de Estado.

Como un atleta que se relaja en el marcador de un juego que sabe ya ganado, a Trump le gusta cuando los números indican que lo está haciendo bien. Durante la campaña presidencial, a menudo le llamaron la atención las encuestas favorables. Y como presentador del programa de televisión The Apprentice, ávidamente promovió los reportes positivos. Uno de sus asesores en “El Aprendiz” me aseguró que, mucho después de la caída de sus ratings, Trump siguió la atención basado en la idea de que él aún tenía un programa de primera. Cuando le advirtieron de los signos negativos, Trump ignoró la realidad y siguió diciendo que él estaba en la cima.

De forma similar, Trump ha usado su riqueza, o al menos el nivel de riqueza que él dice poseer, como un indicador de su éxito. Primero le hizo un lobby ampliamente conocido, pero después ha chocado mucho con los editores de la revista Forbes, al insistir en que lo menosprecian al publicar la lista anual de los más ricos en Estados Unidos y el mundo.

Pero mientras se queja del índice de Forbes, puede ser impaciente con el hecho de que otros tengan el control del tablero. Esta es la razón por la que le encantan las redes sociales. Disfruta teniendo un acceso directo a grandes números de seguidores en Facebook y Twitter, donde puede decir lo que quiera sin control de ninguna autoridad. Explotó las redes sociales antes y durante la campaña y parece que no las va a dejar por ahora.

Tal vez lo menos presidencial que Trump hace ahora es emitir sus propios pronunciamientos, a menudo muy argumentativos, en Twitter. Cuando un actor del reparto del supermusical Hamilton hizo un pedido público al vicepresidente electo, Mike Pence, para que se tenga en cuenta a todos los estadounidenses, Trump no pudo evitar irse a la ofensiva en la Twitter-esfera. Escribió “Nuestro maravilloso futuro vicepresidente Mike Pence fue acosado anoche en el teatro por el reparto de Hamilton, ante los flashes de las cámaras. ¡Esto no debería pasar!”.

Veinticuatro horas después Trump volvió a enfilar baterías, esta vez contra Saturday Night Live. “Es un programa totalmente parcializado, para nada divertido. ¿Un tiempo igual para nosotros?”. Poniendo aparte el hecho de que Trump ha aparecido en el programa varias veces (incluso durante la campaña), su queja por el sesgo de Saturday Night Live ignora que muchas veces el elenco ha atacado a sus rivales políticos. Lo que es peor: los tuits de Trump sobre el programa de televisión y sobre Hamilton demuestran que no entiende el papel de la prensa y los artistas al desafiar presidentes. Parece no advertir la necesidad de preservar una cierta dignidad basada en su estatus de presidente entrante.

Nadie en su alta posición debería sentirse obligado a responder a los algunas veces suaves comentarios expresados por Saturday Night Live o en las presentaciones de Hamilton. Barack Obama, para citar una comparación muy apta, no respondió a cada ocasión en la que Trump sugirió de forma imprecisa que no podría ser el legítimo presidente porque no habría nacido en Estados Unidos.

Detrás de los rencorosos tuits de Trump, por supuesto, hay una profunda inseguridad y una constante preocupación por su imagen pública. Él debería estar preparado para aceptar el empleo más poderoso del mundo, pero los comentarios prueban que realmente no se siente tan poderoso. Sigue obsesionado con que todo el mundo reconozca su grandeza.

La queja es la práctica más tradicional de Trump y en el periodo de transición ha mostrado que sigue siendo vulnerable al insulto. Algunas veces lo ve sin que siquiera esté presente. El tuit sobre Hamilton es un caso de ello. En el momento en el que el miembro del elenco dio su breve discurso, Pence, el objeto de él, le dijo a sus hijos que el momento demostraba cómo sonaba la libertad.

A Trump aún le importan los beneficios personales

Aunque se ha referido a los arreglos que está haciendo para sus negocios como un fideicomiso, Trump está manteniendo sus holdings intactos y pondrá a sus hijos a cargo. Esperar a que ellos hagan algo inconsistente con sus deseos es como esperar que los cachorros de león se vuelvan vegetarianos. Deberíamos, por tanto, asumir que ellos no sólo lo informarán de sus actividades sino que explotarán su condición de presidente.

Nadie que haya sido elegido presidente ha llevado a la Oficina Oval los complejos y muy audaces intereses que Trump ha construido durante décadas de actividad empresarial. Sus sociedades y proyectos pueden ser encontrados por todo Estados Unidos y alrededor del mundo. Trump ha sido objeto de reportes en los que se señala que, tras la elección, hizo contactos con líderes en Argentina y Reino Unido en los que pudo haber mezclado los negocios con asuntos de Estado.

A pesar de las exigencias de la transición, Trump tuvo tiempo para reunirse con socios de negocios de la India.

Lo peor, en los términos en los que la imagen se transmitió, fue el esfuerzo de uno de los negocios de Ivanka Trump para mercadear el brazalete que ella lució durante una entrevista con “60 Minutos”. Avaluado en 10.800 dólares, la pieza de Ivanka Trump Fine Jewelry está hecha de oro y diamantes. Una “alerta de estilo” enviada a los medios por su compañía aseguraba que ese era su “brazalete favorito”. (Un ejecutivo de la marca dijo que un empleado envió a los medios la alerta y que la compañía aún estaba acoplándose a la realidad post electoral. La compañía dijo que está considerando el establecer nuevas políticas acerca de cómo vende sus productos).

Mientras se mueve entre los negocios y el gobierno, el presidente electo Trump ha dicho que “la ley está totalmente de mi lado” y un presidente “no puede tener un conflicto de interés”. Eso es consistente con sus tradicionales prácticas de equiparar lo legal con lo que podría ser lo correcto. Es algo no del todo preciso. A los presidentes se les ha dado por mucho tiempo el beneficio de la duda por aquellos que asumen que evitarán conflictos, ya que ellos están exentos de regulaciones que sí cobijan a otros funcionarios del gobierno. No obstante, la Constitución de Estados Unidos le impide a los funcionarios, paradójicamente también al presidente, de recibir “otros pagos”. Esta cláusula de la Constitución indica la preocupación de los fundadores del país acerca de influencias indebidas y da la base para creer que las prácticas del magnate neoyorquino podrían generar un claro conflicto.

Aunque uno se pueda imaginar un desafío legal si Trump mezcla sus negocios con el papel de presidente, el real contrapeso a sus arriesgados impulsos es su deseo de ser aceptado. En este sentido es más que ilustrativo el tiempo que invirtió en el New York Times.

Posición tras posición, desde el cambio climático hasta el uso de la tortura contra sospechosos de terrorismo, Trump ofreció a los editores y reporteros actitudes más matizadas y flexibles que las que nunca mostró durante la campaña. A un nivel personal, no obstante, su comentario sobre los republicanos que se rehusaron a apoyarlo durante la campaña pero que quieren meterse en la foto ganadora muestra hacia dónde tiende a ir su corazón. “Ahora me están declarando su amor”, dijo en la reunión.

En sus cándidas referencias hacia los críticos que ahora lo aman, y nuevas posiciones políticas que tranquilizarían a quienes se preocupan por un futuro con Trump en la Casa Blanca, el presidente electo nos recordó que ansía, más que cualquier otra cosa, la seguridad que llega cuando la admiración se suma a su riqueza. Quiere que el amor y el dinero vayan tomados de la mano y hará lo posible por comportarse como un político responsable si ve que lo puede lograr.