Nota del editor: Jennifer M. Harris es miembro sénior del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos y es coautora del libro ‘War by Other Means: Geoeconomics and Statecraft’. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de su autora.
(CNN) – Poco después de tomar posesión del cargo, los presidentes de Estados Unidos suelen toparse con grandes crisis geopolíticas: el retiro de la Alemania nazi de la Liga de Naciones, en 1933; la construcción del muro de Berlín, encabezada por los soviéticos, en 1961; el incidente de Tonkin, en 1964… Todas fueron algunas de las pruebas más difíciles para la política exterior estadounidense del siglo pasado y todas ocurrieron menos de un año después de que las nuevas administraciones de Estados Unidos empezaran a trabajar.
Eso no pasó por accidente. A los gobiernos del mundo suele gustarles poner a la Casa Blanca a prueba desde el principio. De hecho, parece que Rusia ya comenzó a poner a prueba al gobierno de Trump. La reactivación de los combates intensos en el este de Ucrania indica que el gobierno ruso podría estar emprendiendo una ofensiva que podría modificar las fronteras ucranianas más allá de Crimea.
Si el pasado es precedente, el gobierno chino pronto intentará poner a prueba a la nueva Casa Blanca. La reacción de Donald Trump podría determinar si sigue teniendo el control de su propio legado.
Ya hay indicios preocupantes del conflicto que se avecina y los primeros tropiezos del gobierno de Trump en el conflicto del mar del Sur de China podrían darle al gobierno chino la excusa que necesita para fabricar una crisis. Si Trump muerde el anzuelo, se arriesga a que las crisis de política exterior marquen su presidencia, como ocurrió con George W. Bush y el 11-S.
El problema comenzó cuando Rex Tillerson, secretario de Estado de Estados Unidos, insinuó durante su audiencia de confirmación que Estados Unidos impediría que China tuviera acceso a las islas que ha construido en el mar del Sur de China, islas que el gobierno chino ha equipado con sistemas de armas y aeródromos militares.
Aunque gran parte del gobierno estadounidense adoptó una actitud de control de daños (la mayoría de los expertos en China señalaron que los comentarios de Tillerson habían sido una equivocación), la Casa Blanca respaldó los comentarios de Tillerson y abrió la posibilidad de que el bloqueo estadounidense a China en el mar del Sur de China sea justamente eso.
Hasta ahora, el gobierno chino se ha mostrado bastante mesurado, al menos en sus declaraciones oficiales. El Ministerio del Exterior de China restó importancia a los comentarios iniciales de Tillerson y se negó a especular sobre su reacción a una situación “hipotética”. No obstante, el mensaje que envió al público chino fue menos conciliador.
“A menos que Washington planee emprender una guerra a gran escala en el mar del Sur de China, cualquier otro intento de impedir que China tenga acceso a las islas será una tontería”, advirtió el diario chino de línea nacionalista, The Global Times.
Para un país cuyo mayor reto aparentemente es manejar las expectativas de su pueblo, estos mensajes tan duros podrían ser la señal más confiable.
Estas intensificaciones podrían ser de dos tipos. Lo más obvio es que el gobierno chino responda militarmente. China podría declarar una “zona de identificación de defensa aérea” (ADIZ, por sus siglas en inglés) en el mar del Sur de China, como lo hizo en noviembre de 2013. Esto significaría que China efectivamente está marcando límites que hacen eco de sus demandas en las aguas del mar del Sur de China.
Lo más preocupante es que China podría empezar a construir más infraestructura militar como la que ha instalado en ciertas partes del mar del Sur de China. El país asiático ya militarizó una de sus islas artificiales (cerca del archipiélago de Spratly) e instaló sistemas armamentísticos y aeródromos militares. Si hicieran lo mismo cerca del atolón de Scarborough (desde donde pueden atacar a Filipinas y a las bases militares de Estados Unidos), ciertamente sería una afrenta para Estados Unidos.
A pesar de que el gobierno estadounidense suele concentrarse en los escenarios militares, China es muy hábil para usar los instrumentos económicos para respaldar sus exigencias marítimas. A diferencia de las legiones de estrategas del Pentágono que estudian minuciosamente los escenarios militares, gran parte de la coerción económica de China pasa desapercibida para Washington. Y eso, como ha quedado demostrado, funciona.
Por ejemplo: Filipinas ganó un arbitraje de tres años en la ONU en contra de China, en julio de 2016. Pero para cuando se emitió el laudo, Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas, ya había socavado gran parte de su eficacia. Duterte insinuó repetidamente que podría hacer concesiones a cambio de la cooperación económica con el gobierno chino e incluso ofreció “cerrar la boca” respecto a la disputa a cambio de inversiones.
Cualquier intensificación entre Washington y Beijing, al mismo tiempo que Rusia aparentemente está planeando una ofensiva importante en el este de Ucrania, podría sobrepasar al equipo de política exterior de Trump. Entonces ¿qué puede hacer la administración para encarar la crisis? Se requieren urgentemente tres acciones generales.
Primero, los líderes militares estadounidenses deberían hacer unas aclaraciones muy necesarias e indicar precisamente qué medidas se aplicarán a China en caso de que las autoridades chinas decidan declarar una ADIZ en el mar del Sur de China, militarizar zonas cercanas al atolón de Scarborough o intensificar las acciones militares de otra forma.
En segundo lugar, los líderes del Congreso estadounidense deben aprobar una nueva ley (conocida como Autorización del uso de la fuerza militar en contra de los terroristas, AUMF por sus siglas en inglés) y consolidar la función del Congreso en la autorización de los combates por parte de las fuerzas armadas estadounidenses, particularmente en casos como este en los que existe el riesgo de conflicto entre grandes potencias.
En tercer lugar, el Congreso y la Casa Blanca deben colaborar para dar a los negociadores estadounidenses la opción de llegar a algo que no sea la acción militar. El conflicto militar creciente en Asia es real, pero si nos concentramos demasiado en él, nos arriesgamos a enturbiar la lucha por el liderazgo en la región, que sigue siendo principalmente económica. Si Washington quiere frenar el expansionismo chino, tendrá que hacer que China se haga cargo de los costos económicos de su belicosidad creciente. También tendrá que blindar a sus aliados en Asia, países como Japón y Filipinas, contra los acosos económicos de China.
Estas tres cosas tienen que ocurrir antes de que Washington ceda ante cualquier intensificación militar en Asia.
Sun Tzu, el más grande estratega militar de China, dijo alguna vez: “Si conoces al enemigo y te conoces, no deberás temer el resultado de cien batallas”. Donald Trump haría bien en seguir sus consejos, porque en este momento parece que no conoce a ninguno de los dos.