(CNN Español) – Cuatro continentes. Una treintena de países. Miles de kilómetros. Cuando empezaron eran dos, ahora son cuatro.
En 1999, Guillermo Urrutia y Catherina Romanelli decidieron salir desde su oriundo Uruguay para conocer Latinoamérica. Han pasado 18 años, y siguen viajando, conociendo lugares, personas, viviendo experiencias únicas. Desde hace seis años, lo hacen acompañados de sus hijos.
“La idea de viajar surgió en 1999 como una forma de salir a ver Latinoamérica y encontrarme a mí mismo en mi caso, saber quién era yo”, nos cuenta Urrutia.
“Andando le fuimos agarrando el gusto, nos dimos cuenta de que podíamos vivir haciéndolo, que nos podíamos financiar en el camino y desde ese momento no hemos parado”.
Entre viaje y viaje, nacieron sus dos hijos, Unay y Mitaí, pero eso no impidió que la aventura continuara para esta familia uruguaya.
“Vinieron los hijos y nos dijo todo el mundo no van a poder seguir viajando, pero era nuestra forma de vida, esta de andar moviéndonos, y seguimos con ellos”, dice Romanelli.
Los niños, cuentan sus padres, tienen un aprendizaje “muy vivencial”.
“Cada vez que les interesa algo, tratamos de enseñarle algo sobre eso. Esperamos que él tenga la inquietud”, dice su madre.
“Ahora en este momento, que Unay cumplió 6 años, lo que más nos preocupa, es que haya niños siempre para que ellos jueguen”.
No están continuamente en carretera, nos cuentan. Regresan a Uruguay por momentos, y otros se quedan en un país viviendo un período más largo. Pero como ellos mismos dicen, más que un viaje, esta es su forma de vida.
“Nuestro viaje no tiene mucho que ver con la idea que uno tiene de viaje, que se va 15 días, un mes a un lugar, que se va a conocer los lugares turísticos, a hacer la foto”, dice ella.
“Es una forma de vida esta, muchas veces es más, tratamos de evitar los lugares turísticos, donde no está la mejor cascada, el mejor monumento, la mejor montaña… simplemente está la vida y la gente ahí, viviendo, y compartimos un poco esa vida”.
Vivir en el presente
Desde que empezaron esta travesía, hubo un momento que marcó no solo su viaje, sino probablemente sus vidas. Acababan de gastarse todos sus ahorros en comprar una autocaravana en México para cumplir su sueño de seguir recorriendo Latinoamérica. Pero para ese entonces ya había nacido Unay y les entró “miedo, mucho miedo”, cuenta Urrutia.
“Nos encontrábamos en medio del desierto, en México. Nos estaba alojando en su granja árida un señor muy interesante. Le contamos que estábamos con miedo porque no sabíamos cómo íbamos a hacer con la furgoneta, casi sin dinero y teniendo un hijo”, cuenta.
“Él nos dijo: tranquilos, cuando abandonan su zona de confort y dan un salto al vacío caen en las manos de Dios.
“Y con esa frase, nos regaló el ponerle palabras a algo que nosotros sentíamos desde el primer día que estábamos viajando”.
Ese algo, dice Guille, era arriesgar, renunciar a algo importante, “porque la vida enseguida te lo devuelve con creces”.
“Nos parecía que no podíamos entregarle a nuestro hijo unos papás frustrados. A pesar de que no teníamos el dinero, dijimos bueno, vamos, y hagámoslo, porque si no después voy a estar todo el tiempo arrepintiéndome”.
Para esta familia, una de las cosas más positivas de su forma de vida es que la mayoría del tiempo viven en el presente.
“Todo lo que puede pasar está a disposición y las situaciones que se dan a nuestro alrededor las aprovechamos al máximo porque no estamos pensando lo que va a pasar dentro de tres meses o lo que pasó antes”, agrega.
“Estás muy receptivo a las oportunidades, a los encuentros con gente linda que te brinda la vida, estás para eso para recibir todo eso que pasa a tu alrededor”.
“A veces cuando uno se queda quieto en un lugar se llena de preocupaciones y cosas que tienen que hacer para el futuro y se olvida un poco del presente y se olvida de aprovechar a las personas que le aparecen, de conocerlas, lo cotidiano hace que lo importante se olvide y en el viaje no pasa eso”, agrega Catherina.
¿Cómo se logra vivir así?
A bordo de su autocaravana Winnebago de 1987, su casita Carakol, como la llaman, Guille, Catherina, Unay y Mitaí tienen todo lo que necesitan. Seis metros cuadrados en los que hay butacas que se convierten en camas, una cocina con pileta, armarios, refrigerador y dos hornallas, y un baño con agua caliente, ducha pileta y wc con depósito de aguas negras.
Guille y Katherine van generando sus ingresos sobre la marcha.
“Cuando empezamos el viaje, lo primero que aprendimos era que no queríamos tener jefe, nunca más. Seamos nuestros propios generadores, seamos autogestivos en lo que necesitamos”, dice él.
Catherina es pintora y Guille es fotógrafo. Sus ingresos proceden de las láminas que hace ella y las fotos que hace él. Además, también venden dos libros sobre la historia de su viaje. Uno de los libros se llama El Carakol y es un relato visual de sus 18 años viajando, contados a través de las fotos y pinturas de Guille y Catherina.
El otro libro es una fábula infantil hecha por su hijo mayor.
“Es un cuento que nos hizo Unay, cuando tenía 4 años, mientras íbamos atravesando los Andes venezolanos. Estábamos hablando algo sobre América, sobre Latinoamérica y Unay nos contó una historia. Él dijo América es… y nos contó un cuento.
“En aquel momento lo escribimos porque nos parecía que tenía mucho que ver con la realidad de nuestro continente. Y 6 meses después Catherina ilustró ese libro. Se llama La historia de América según Unay”, cuenta su padre.
¿Y qué pasa con cuestiones como la salud? Guille y Catherina nos cuentan que tratan de hacer mucha prevención, que consiste básicamente en llevar una vida sana y una buena alimentación. “Cuando nos han pasado cosas, que han sido cosas muy chiquitas, hemos ido a la sanidad pública nos han tratado siempre muy bien. Cuando necesitamos algún tipo de asistencia inmediata llamamos a Uruguay, a una homeópata que nos dice qué tenemos que hacer”.
“Creo que lo más valioso (de este viaje) es haber hecho posible algo que a primera vista parece imposible. Haber logrado vencer tantos obstáculos tan grandes para lograr un objetivo que nos propusimos que era viajar por el mundo a pesar de no tener dinero”, dice Urrutia, al ser preguntado por lo más positivo de esta experiencia.
Próxima parada… seguir viajando
La familia ‘Carakol’ se dirige ahora a México, donde tienen pensado pasar el próximo año.
¿Si hay un fin del viaje previsto? Por el momento, no, dicen, aunque hay una idea.
“Suponemos que dentro de 10 años más o menos la vida nos va a encontrar establecidos, echando raíz, compartiendo junto a vecinos de una zona de Latinoamérica.
“Sabemos que ese lugar va a ser en Latinoamérica, que va a ser un lugar rural, sabemos que va a ser entre los trópicos, pero no tenemos idea de dónde es.
Eso es lo que se perfila en el horizonte, pero de momento… seguirán viajando.