(CNN Español) – Pedro Medina pasó del estrés que significa dirigir 33 restaurantes de McDonald’s, pertenecer a tres juntas directivas, vivir buena parte del tiempo montado en un avión y responder por informes financieros y abultadas cifras, a despertarse con el trinar de los pájaros y el sonido del agua que baja con fuerza de la montaña, en una sencilla casa construida casi toda en barro, piedra y guadua, en la que vive desde hace un año y medio.
Ahora respira hondo, reparte decenas de abrazos diarios, recoge piedras, se baña en el río, cultiva todo tipo de yerbas, frutas y verduras, recoge las que se dan silvestres. Y memoriza números, sí, pero relacionados con la diversidad de la fauna y flora de Colombia, por ejemplo. O con las vitaminas que aporta un alimento específico.
Ahora se va a dormir con el croar de las ranas en el bosque, organiza recorridos de fragancias, se acuesta a mirar las estrellas en el techo de su casa, recicla y reutiliza todo lo que puede, no necesita refrigerador ni televisor, tiene una pared que se recuesta sobre una roca enorme y un baño seco que no contamina el agua, aprovecha la energía solar y permite que los desechos sean usados como abono.
Ahora propone otro significado para la palabra éxito y recorre el mundo dando charlas en las que enseña cómo creer en Colombia.
Esta es la historia de un poderoso empresario que un día le dio un giro radical, verdaderamente radical, a su vida.
El antes
Pedro Medina tenía solo 35 años cuando trajo McDonald’s a Colombia. Después de 24 meses de ir y venir de Estados Unidos, hacer llamadas, conseguir papeles y dinero y demostrar que podía encargarse de esa franquicia, inauguró el primer restaurante de la multinacional de cadenas rápidas más famosa del mundo.
Fue en el exclusivo centro comercial Andino de Bogotá. Un 14 de julio de 1995. A la apertura asistió incluso el presidente de Colombia de la época.
“Abrimos 10 restaurantes en los primeros 12 meses. Tuvimos la apertura más rápida de McDonald’s en el mundo, hasta ese momento. Nos convertimos en el empleador más grande de estudiantes universitarios del país, con 1.125 jóvenes”, recuerda hoy Medina. Su sueño de cuando tenía 18 años y estudiaba en la Universidad de Virginia, Estados Unidos, estaba cumplido. Un tiempo después de ser el gerente general de McDonald’s en Colombia, pasó a ser su presidente.
El Pedro de entonces era “bastante psicorrígido, bastante perfeccionista y bastante estricto”. Se la pasaba corriendo. Se lo daba todo a su trabajo y no sabía cómo equilibrar los distintos aspectos de su vida.
“Ese mundo lo absorbe a uno muchísimo. Yo creo que mucho lo hice a expensas de mi familia. Ese es uno de los retos importantes, cuando uno sube a una posición de estas tener cuidado con el balance, con el equilibrio”, dice hoy tranquilo.
Los detonantes
Medina reconoce que fueron tres los momentos que lo llevaron a girar en 180 grados la posición de su vida.
El primero fue una clase de estrategia que dictaba a futuros administradores de empresas y economistas de la Universidad de los Andes. Era 1999. Colombia atravesaba una fuerte recesión económica, el narcotráfico había permeado a buena parte de la sociedad, la guerra entre guerrillas, paramilitares y fuerza pública tenía aterrorizados a los civiles.
Medina les preguntó a sus 39 estudiantes cuántos de ellos se veían en Colombia en cinco años y solo 12 le contestaron afirmativamente. “Cuando les pregunté a los otros 27 qué era lo que pasaba, me respondieron pidiéndome razones para quedarse en el país y yo no supe bien qué decirles”. Habló del café, las esmeraldas, los dos mares que lo bañan, las flores. Y se le acabaron los argumentos.
“No fui capaz de venderles Colombia a mis estudiantes. De esa frustración nació una reflexión: no vendemos lo nuestro porque no lo sabemos vender, porque siempre nos han mostrado lo malo y no hemos investigado lo bueno. Y siempre nos han contado que todo lo extranjero es mejor, que lo que vale es el modelo foráneo”, explica.
Al día siguiente, comenzó a montar un proyecto de investigación que tardó 18 meses y le dio pie para crear una charla llamada “¿Por qué creer en Colombia?”.
El segundo detonante fue en el 2001. Medina seguía en McDonald’s, cada vez más cansado y cada vez con más ganas de dedicarse a su conferencia y las ideas que surgían de ella. Hasta que un día su jefe directo lo sorprendió con dos preguntas. Dos preguntas muy directas:
¿Usted qué quiere hacer? ¿Quiere renunciar cierto?
Para Medina era obvio, pero tenía miedo. El terror que da no tener un trabajo estable. “Yo quería mantener la conexión con McDonald’s por esa seguridad que le da a uno”, cuenta. Tuvo suerte: al renunciar, en el 2002, lo nombraron consultor externo un par de años, en los que terminó de afianzar el proyecto de la fundación que quería montar con base en la charla que ya había dado cientos de veces.
Y el tercer momento fue el más dramático. El más difícil. Cronológicamente fue el primero, pero a él le gusta contarlo al final porque tomó consciencia de lo que significó 15 años después, cuando por casualidad se reencontró con la persona que estuvo al lado suyo el día que sufrió un derrame cerebral que lo dejó al borde de la muerte.
El 12 de marzo de 1995, Medina tenía que viajar a Caracas para supervisar el entrenamiento de un grupo de empleados de McDonald’s. Pero las cosas no salieron como estaban planeadas. Casi no logra llegar al aeropuerto, se tuvo que devolver a la oficina por un material, el avión se retrasó, su silla no existía, discutió con los auxiliares de vuelo. Un intenso dolor de cabeza. Comenzó a sentir mareo, a tener mucho frío.
“Tuve un aneurisma. Me abrieron la cabeza unos días después y cuando me la sellaron me dejaron un tornillo un poco suelto”, afirma ahora, sonriendo. La cicatriz se le ve todavía, en el lado izquierdo de la frente.
“Eso es lo que me permite hacer lo que hago hoy en día… no tengo tornillos sueltos, pero la verdad es que cuando uno ha estado al borde de la muerte ve la vida bien diferente”.
¿Qué hacía Medina vendiendo combos de hamburguesas con gaseosa y papas fritas?
El ahora
El Pedro Medina versión 2017 es muy distinto del Pedro Medina de 1995. Los valores con los que se suele asociar a McDonald’s (la rapidez, la homogeneidad, la producción en serie) ya no lo acompañan. El lujoso apartamento del norte de Bogotá donde vivía, tampoco.
A sus 57 años, Medina vive en Choachí, un pueblo de unos 13.000 habitantes ubicado casi 55 kilómetros al suroriente de la capital colombiana donde, según dice, “solo hay tres ladrones y todo el mundo los conoce”.
Su casa está en una vereda a 2 kilómetros del casco urbano del pueblo, donde hay 148 casas y viven solo 500 personas, en su mayoría campesinos. Doña Lola, doña Margarita, entre todos se conocen, se saludan, se ayudan.
Hace años no se come una hamburguesa ni entra a un McDonald’s. “Antes yo consideraba que tenía que haber un McDonald’s en cada municipio de Colombia, hoy pienso que los modelos locales son muy valiosos y hay que trabajar más lo local. Ya no como carne roja, ya no tomo gaseosa… digamos que soy flexivegetariano, solo como pescado, y vivo una vida muy rica, vivo una vida muy diferente en la que ya no pienso que el modelo foráneo sea lo máximo”.
La felicidad de Medina es inversamente proporcional a la cantidad de cosas que compra.
“Hoy creo que el éxito es una palabra demasiado trillada, que muchas veces implica competir con otros, mi éxito a costa de tu fracaso, pero el planeta está demasiado recalentado para seguir buscando más y más éxito, todo el tiempo. La gente me pregunta cuántas hectáreas tengo acá y cuando les digo que solo una me dice que compre más. Pero no quiero. Una es más que suficiente. No estoy buscando un carro más grande, no estoy buscando más cosas, me gozo lo que tengo, lo disfruto y lo comparto”.
El más rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita. Esa es la frase que en este momento más se ajusta a su vida.
“Necesito muy poco para vivir. Me voy a la plaza de mercado de Choachí y todo me vale 1.000 o 2.000 pesos (un dólar equivale hoy a 2.900 pesos colombianos). Ya no necesitamos nevera porque la comida la cocinamos toda fresca. Me siento mucho más libre y más feliz, gano menos pero vivo mucho mejor. Tengo más tiempo para mí. Pasé del consumismo viejo, de cuántos cilindros tiene tu carro y cuánto ganas, al consumismo nuevo, que es estar con su mismo par de pantalones, con su misma camisa…”, bromea.
Vive en una minga, palabra quechua que significa construcción colectiva. En una casa construida casi con los mismos materiales que la suya, unos metros más arriba, viven su hijo mayor, su compañera y los dos nietos que más le dan vida hoy a Medina. Sus otras dos hijas viven en Cali y Barcelona.
Unos metros más abajo de ambas casas está el Museo de la Paz, un lugar al que hay que entrar arrodillado por una cuestión de espacio, pero también por un símbolo. “El de pedir perdón por algo que hemos hecho”, explica.
Es un lugar repleto de objetos que aparentemente no tienen ninguna conexión entre sí, unas escobas, raíces de café, escamas de pescado, cucharones de palo, plantas, banderas y mapas de Colombia, cojines, piedras de distintos tamaños, muchos libros. Con cada una de esas cosas, Medina pasa por cuatro estados, que dice que también son desafíos: inspiración, innovación, transformación y alimentación. Y así construye paz, está convencido.
“Ayer en una conferencia me preguntaron cuántos McDonald’s hay en Colombia y yo ‘pues ni idea, ya no sé’. Antes sabía cuántas hamburguesas se servían cada minuto, todo eso… ahora mejor pregúntame cuántas especies de anfibios hay en Colombia, y yo te digo que 733 especies de anfibios. Hoy esa memoria la aplico para otras cosas que para mi son mucho más relevantes”, asegura.
Según la página web de la fundación, Yo Creo en Colombia ya ha dado más de 8.000 conferencias ante 847.000 personas en 166 ciudades de 33 países, “creando una escuela de pensamiento sobre una Colombia y una Latinoamérica capaz, recursiva, inteligente, trabajadora, apasionada, feliz, curiosa, productiva y competitiva que existe pero que muchos no ven”.
Muchas charlas las da solo, pero a veces se junta con otro empresario que tiene una historia muy parecida a la suya, llamado Santiago Jiménez —exvicepresidente de Telecom y exdirector de mercadeo en BellSouth Colombia—, para dar una conferencia conjunta llamada “Yo Creo en mi, Yo Creo en Colombia”.
Porque al cambiar las historias que contamos, explica Medina, cambiamos los paradigmas.